Editorial

La mucama que me asqueó

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Por Rafael Mandressi ///

Una señora con ganas de ir al cine y opiniones firmemente establecidas sobre las mucamas y las tarjetas de crédito ha tenido, en los últimos días, su cuarto de hora de celebridad, tanto en las redes sociales como en la prensa. Ese salto a la notoriedad se produjo a fines de abril, al difundirse la grabación de una conversación telefónica de cuatro minutos, en la que la señora procuraba informarse acerca del perímetro tarjetero de una promoción en las salas cinematográficas de un centro comercial de Montevideo.

Resumamos el episodio. La señora de marras quería ir, acompañada, a ver un largometraje argentino seguramente enjundioso y de hondo contenido humano: Me casé con un boludo. Deseosa de acceder al disfrute de la obra obteniendo dos entradas por el precio de una, buscó saber con qué tarjetas se debía pagar para aprovechar esa promoción. Ella tenía varias, todas emitidas por bancos “lindos”, algunas “doradas” incluso, pero ninguna daba derecho al “dos por uno”. Sí servían otras, de las que la señora carecía. Se explica: esas tarjetas, según dijo, le daban “asco”. Son las que usan “los pobres”, caramba, y una de ellas, colmo del horror, la tienen “todas las mucamas”.

En su diatriba, nuestra señora cinéfila – para mayor comodidad, la llamaremos simplemente Cecilia – no se privó de incluir una pincelada costumbrista, quizá para hacer más vívida y elocuente su visión de las cosas. “Si yo llego a salir con un tipo y me paga con esa tarjeta no salgo más”. Dejemos a un lado el “me paga”, y presumamos que no es sino un lapsus. En cualquier caso, los “tipos” quedan advertidos: si quieren una segunda oportunidad, más vale sacar una tarjeta de banco “lindo”. Las de las mucamas y los pobres son un pasaporte a la incineración, un obstáculo simbólico infranqueable que obligará al “tipo” a guardarse el preservativo para otra ocasión.

Una vez escuchada la grabación, es casi obligatorio preguntarse si es auténtica y si su protagonista existe realmente, o si se trata, por el contrario, de una ficción, muy bien actuada, por cierto. Todo parece indicar, aunque no me es posible asegurarlo, que la primera opción es la correcta, es decir que Cecilia (sigamos llamándola así) no es un personaje ficticio, sino efectivamente una señora a quien las mucamas y sus tarjetas le provocan asco.

Sea como sea, más que la autenticidad del episodio, lo interesante es su transparente verosimilitud. En otras palabras, aun cuando esta “Cecilia” en particular no fuese real, habría podido serlo.
Cecilia es pues una señora (o un señor, que también hay Cecilios) para quien las tarjetas son tanto un medio de pago como un carné de identidad social, que separa al menos dos universos: hay tarjetas para la servidumbre, y tarjetas para los que disponen de servidumbre.

El criterio –también podría decirse el reflejo– revela con crudeza el vertiginoso vaciamiento cultural de las clases pudientes. La distinción social no proviene de lo que se adquiere con la tarjeta –recuérdese que el programa de Cecilia era ir a ver Me casé con un boludo– sino de la posesión de tal o cual tarjeta. Esto es, de un plástico que remite a la cantidad de plata y al lugar donde está guardada. Plata desnuda y violenta, que lo demás es secundario. Cuando los cines reservan sus promociones a las clases subalternas, introducen una pequeña perturbación en ese orden. De ahí la contrariedad de Cecilia, a quien le están mezclando la única baraja con la que sabe jugar.

¿Qué puede reprochársele a la señora Cecilia? ¿Que sea lo que es? No. Sería como reprocharles a los pobres que lo sean. Más que cargar las tintas en ella, en la virulencia de su desprecio, en lo insoportable que resulta la expresión descarnada de su odio de clase, valdría la pena examinar cuánto puede resistir sin agotarse o quebrarse una república que sigue fabricando semejantes Cecilias y Cecilios, gobernados por el asco social, habitados por un oscuro rencor con olor a plata y aferrados a la idea de que una tarjeta es “linda” si las mucamas no pueden tenerla.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 9.05.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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