Por Emiliano Cotelo ///
La discusión de ayer en La Mesa de los Jueves estuvo más crispada que de costumbre. Tratábamos la renuncia de Fernando Calloia a su cargo de presidente en la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND) luego de que la Suprema Corte de Justicia (SCJ) confirmara el lunes su procesamiento por el delito de abuso de funciones en el caso Pluna SA.
Carlos Ramela, Esteban Valenti, Antonio Mercader y Fernando Butazzoni cruzaron argumentos crudos y cortantes. Y la controversia alcanzó algunos picos de estridencia. De un lado, Ramela sugirió que Astori debía renunciar al Ministerio de Economía porque ya no daba garantías a raíz de la forma cómo defendió y ensalzó la participación de Calloia en el manejo del aval del Banco República (BROU) a la empresa española Cosmo. Y, del otro, Valenti advirtió sobre la larga lista de fallos adversos al Poder Ejecutivo (PE) que viene emitiendo la SCJ, dejó entrever que la corporación está “de punta” contra los gobiernos del Frente Amplio (FA) y se preguntó “hasta cuándo nos comeremos la pastilla de que en Uruguay el Poder Judicial es impoluto”.
Menciono esto que ocurrió ayer en nuestro programa simplemente como un termómetro. Es un hecho que el nuevo capítulo del escándalo Pluna que se vivió esta semana caldeó mucho los ánimos en el sistema político. Y también entre la población, como lo demuestran los mensajes de nuestros oyentes que fuimos recibiendo en estos días. El ambiente se enrareció repentina y fuertemente.
Cuando el Gobierno lleva apenas tres meses y medio de gestión, y mientras tiene unos cuantos dolores de cabeza que encarar, empezando por el enfriamiento de la economía, el presidente Tabaré Vázquez y su equipo sufrieron, de golpe, un desgaste importante y la oposición aprovechó para pegar con todo en la herida abierta. ¿Es bueno eso para el país en esta coyuntura? Me parece claro que no. Y por eso sigo sin entender el error original: ¿Por qué el FA y el PE se empecinaron en designar a Calloia en la CND?
Es cierto que en marzo, cuando decidieron impulsar su nombre, la situación judicial de Calloia pasaba por un alivio, ya que en octubre un tribunal de apelaciones había cuestionado su procesamiento, dispuesto en abril por la jueza Adriana de los Santos. Pero también es cierto que el fiscal había interpuesto de inmediato un recurso de casación y que el expediente había sido derivado a la SCJ donde había dos posibilidades: que el procesamiento se anulara o que se confirmara.
Era de perogrullo, entonces, que el riesgo de que se confirmara, existía. Entonces, ¿por qué no esperar al final de ese trámite? En vez de eso, el Gobierno apretó el acelerador. Remitió al Senado la venia para el nombramiento y se encontró con lo que cualquiera podía pronosticar: la oposición se negó a votarla. Si el implicado hubiese sido un nacionalista o un colorado, ¿el FA no habría reaccionado igual? Era obvio. Porque la situación procesal de Calloia no estaba laudada y porque el ex presidente del BROU había tenido choques muy ácidos con blancos y colorados, que estos iban a tratar de cobrarse.
¿Qué fue lo que ocurrió entonces? Uno, que el nombre de Calloia quedó nuevamente en la picota. Y dos, que la venia no salió porque en la primera instancia requería el apoyo de 3/5 del Senado.
El FA, que tuvo allí otra oportunidad de reflexionar y dar un paso al costado, dobló la apuesta y optó por dejar pasar el plazo constitucional de 60 días para poder sacar adelante la venia solo con mayoría absoluta, es decir con sus propios votos. O sea, el oficialismo consiguió el objetivo pero forzando al máximo los procedimientos. Pretendiendo reivindicar a Calloia, en realidad se lo colocó en un pedestal inestable, y se fogoneó, además, su mala relación con una parte del espectro político. El episodio sonó a terquedad y a soberbia asociada a la mayoría parlamentaria.
A mí me llamó la atención que se hubiera ido tan lejos. Sobre todo porque el gesto tenía pies de barro. Calloia asumió el 29 de junio. Pero no llegó a cumplir un mes en su puesto. Este lunes 20 de julio la SCJ se pronunció, confirmando su procesamiento. La polémica política volvió a arder reclamando su renuncia o su remoción. Afortunadamente, Calloia reaccionó rápido y al día siguiente entregó su dimisión en la Presidencia de la República. Hizo bien. Yo destaco esa actitud. Pero allí mismo hay una paradoja: el solo hecho de que haya debido renunciar es, al mismo tiempo, una mancha para él.
Asumir un cargo de presidente de un organismo y verse obligado a alejarse pocos días después, guste o no guste, es visto por mucha gente como la señal de que es culpable de algo, por más que eso no es así. Lo que ocurrió el lunes fue que se ratificó su procesamiento y que, por lo tanto, el juicio vuelve a activarse; pero todavía, en rigor, es inocente, hasta que se pruebe lo contrario. Sin embargo, queda la sensación contraria. Una quemadura gratuita debida a que el FA decidió jugar con fuego.
Así que, como resultado, tenemos: A Calloia, que en vez de recuperarse, trastabilló y se cayó; al Gobierno, que quedó colocado a la defensiva en un piso resbaloso; a la relación entre oficialismo y oposición, que se complicó en un tema adicional cuando ya había unos cuantos roces abiertos; y a la población que observa todo eso entre desconcertada y fastidiada.
Por supuesto, muchas veces un gobierno quedará atrapado en situaciones difíciles. Pero una cosa es cuando el problema lo recibe de afuera y otra cuando lo fabrica él mismo, como ocurrió en este caso.
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