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* Por Emiliano Cotelo
Empiezo con una afirmación que puede sorprender un poco.
Una de las ventajas que tuvo para nosotros el haber estado fuera del aire durante enero, febrero y marzo fue que no tuvimos que tratar aquí, En Perspectiva, el homicidio de Lola Chomnalez, la joven argentina que apareció muerta en la zona de Valizas a fines de diciembre del año pasado.
¿Por qué llego a decir esto?
Porque en el mes de enero mismo, en los primeros días de cobertura, yo, colocándome como público, empecé a sentirme muy incómodo con el zigzagueo de la información y el manoseo de nombres de personas eventualmente involucradas en esa muerte. Aquello me sonaba a un gran enchastre.
Ahora resulta que ya pasaron tres meses y seguimos en la misma. El caso está lejos de aclararse pero la semana pasada otro ser humano volvió a pasar por la picadora de carne. A partir de una denuncia anónima presentada al Ministerio del Interior, este hombre fue localizado en Rivera y llevado, primero, al juzgado de Rocha, y luego a Valizas. En algunas imágenes aparecía con su cara protegida pero en otras no. Además, por si fuera poco, se mencionaba permanentemente su apodo y las tareas a las que se dedica en Rivera. Sobre su testimonio ante la justicia trascendieron dichos y aparentes contradicciones.
Incluso si hubiese sido procesado, los periodistas deberíamos haber aclarado muy firmemente que todavía que no era culpable, que apenas si se le estaba iniciando un juicio. Pero la jueza ni siquiera lo procesó. Sin embargo, igual que ocurrió con otros sospechosos este verano, fue objeto de seguimiento, especulaciones y todo tipo de comentarios en televisión, prensa, radio e internet. Hasta hubo colegas que se animaron a emitir veredictos.
Y el exceso tuvo hasta derivaciones absurdas. En las tomas de TV también se vio llegar al juzgado a la mujer que lo había denunciado y que, teóricamente, estaba amparada en las garantías de reserva que ofrece el teléfono 0800-5000.
Obviamente, el telón de fondo de este trabajo periodístico desprolijo es la investigación judicial y policial, que no ha andado bien, que se empantana a cada rato y que es un colador de rumores. Pero…¿quién dijo que los medios de comunicación tienen que repetir y amplificar cada dato que se filtra desde un juzgado o una comisaría? ¿Quién los obliga a salir corriendo, cámara en mano, detrás de alguien que es bajado de un auto y llevado ante el juez para que declare?
Yo sé que era enero, que el panorama nacional estaba muy quieto y que el caso tenía condimentos originales y fuertes. Una joven argentina era asesinada mientras hacía turismo en las costas uruguayas y eso mismo ya llevaba a los medios del otro lado del río, que tienen tendencia escandalosa, a armar su propio ruido. Pero los medios de la banda oriental pudieron haberse puesto sus propios límites.
Mi sensación es que aquí ha habido muy poca investigación periodística y demasiado correveidile con chismes dichos al oído por judiciales y policías.
Que un medio tenga a un cronista saliendo al aire varias veces durante el día desde la puerta de un juzgado no es sinónimo de un trabajo solvente. La conexión en directo y disponible a toda hora es una gran ventaja, pero por sí sola no alcanza. La supuesta obligación de reportar minuto a minuto puede ser una trampa. También me parece que jugó en contra la retroalimentación que últimamente suele darse entre medios de comunicación tradicionales y Redes Sociales.
Pero estas son sólo hipótesis. No pretendo pontificar. Yo me he equivocado muchas veces, en otras áreas.
Dejo estos apuntes con la esperanza de que sirvan para la reflexión en torno a la crónica policial, un rubro donde tenemos mucho que mejorar en Uruguay. Y apelo tanto a la reflexión de los periodistas como la del público, el otro lado del mostrador que también tiene que desarrollar su espíritu crítico.