Editorial

Los desconocidos de siempre

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Por Rafael Mandressi ///

No es fácil identificar a un uruguayo fuera de Uruguay. No tiene señas particulares, no se parece a nada reconocible en la galería de estereotipos que ayudan a clasificar, siempre groseramente, a los extranjeros. Por su aspecto, un uruguayo puede ser incluido en muchas de esas categorías: puede tener pinta de portugués, de marroquí, de colombiano o de turco, si se lo oye hablar se pensará que quizá se trata de un italiano o de un argentino. La casilla Uruguay no se dibuja en la mente de la inmensa mayoría de los interlocutores que se preguntan de dónde será el individuo que tienen enfrente.

El uruguayo es un pasajero clandestino, un desconocido, una sombra transparente, sobre todo en lugares donde su apariencia tiene una pronunciada familiaridad con la de los nativos. En Europa, por ejemplo, donde a uno le han preguntado si era ruso, belga, polaco, italiano por supuesto, o, para abreviar el trámite de las adivinanzas e ir directo al grano, de dónde cuernos salía. La conclusión a la que se puede llegar cabe en la vieja frase según la cual “Uruguay no está en el mapa”, y ello a pesar de los dientes de Suárez y el fusca de Mujica.

Hay sin embargo un mapa mucho más interesante que cualquiera de los que ofrecen los atlas y las guías de viaje en el que, de alguna manera, Uruguay sí está. Se trata de un mapa antiguo, un planisferio trazado en 1507 por un cartógrafo alemán, Martin Waldseemüller, en una localidad de Lorena llamada Saint-Dié des Vosges. Este cartógrafo pertenecía a un grupo de humanistas que se habían propuesto reeditar la Geografía de Tolomeo, completándola con las tierras “recientemente descubiertas” más allá del océano. Las noticias que tenían acerca de ese Nuevo Mundo provenían de las cartas en las que Américo Vespucci relataba sus expediciones al confaloniero de Florencia, y concluyeron que el “descubridor” de esas tierras era el propio Vespucci. Así lo explican en un librito donde presentan su proyecto, y donde anuncian que, para homenajear a Vespucci, decidieron usar su nombre para designar ese Nuevo Mundo que hacía su entrada en la cartografía europea.

El planisferio mural de Waldseemüller, compuesto de doce láminas de 43 por 59 centímetros cada una, es el soporte de la primera aparición de ese nombre, América, impreso sobre una región del continente que corresponde al territorio de lo que hoy es la República Argentina. Cerca, por lo tanto, de lo que hoy es Uruguay.

Nada mejor entonces que recurrir al mapa de Waldseemüller para responder a la pregunta tantas veces oída: ¿de dónde es usted? Soy americano. Pausa. De Montevideo, paralelo 35 latitud sur. Si quien pregunta no faltó a muchas clases de geografía dirá: ah, latinoamericano. No, no, americano a secas nomás. Lo que usted llama “americanos” son en realidad estadounidenses, y fíjese cuán extraño y hasta descortés le parecería a usted que yo, uruguayo, me refiriera a los alemanes, y sólo a ellos, llamándolos “europeos”. Es cierto que en Uruguay hay quienes hacen lo mismo que usted, y les dejan América a los estadounidenses, conformándose con una entelequia creada allá en el siglo XIX con intenciones ideológicas de dudosa calaña. Sí, me refiero a Latinoamérica. Y por favor, no se le ocurra decirme “latino”, porque ahí sí que me voy a enojar en serio. Si se quiere llevar el mapa de Waldseemüller, se lo regalo. Tengo copia.

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