Por Rafael Mandressi ///
Un uruguayo entra en una librería de Buenos Aires con la intención de saber algo más sobre el peronismo. Quiere poner un poco de densidad en su percepción de esa cosa que le llega, a menudo gritona, violenta y contradictoria, desde el otro lado del Río de la Plata. Quiere hincarle el diente a la historia de esa ballena terrestre, septuagenaria ya, que acarrea multitudes en el vientre y suele comerse a su cría al son de un bombo. Quiere entender, en suma, o por lo menos tratar de entender eso que, según se dice, no puede ser entendido fuera de Argentina, y menos aún por un uruguayo.
Uno de los encargados de la librería se acerca buscando ser útil, y el uruguayo deseoso de conocer más sobre el peronismo le pide consejo para elegir un par de títulos que, con seriedad e inteligencia, lo ayuden a mejorar lo que sabe. “¿De qué lado?”, pregunta el vendedor. El cliente uruguayo balbucea su incomprensión, confiesa ignorar a qué se refiere su interlocutor, y éste, con el tono de quien se allana a explicar lo obvio, despeja la duda: “o sea, ¿querés una visión peronista o antiperonista?” Bueno, ni una ni otra, querría una visión independiente, un estudio imparcial, por así decir. La respuesta, precedida por una mueca de disculpa, cae, otra vez, con el peso de una evidencia. “No hay”.
Este columnista, que era el uruguayo de marras, salió al fin de aquella librería bonaerense, allá por los años noventa del siglo pasado, con lo máximo a lo que podía aspirar según el librero: cuatro ensayos, distribuidos por partes iguales entre “peronismo crítico” y “antiperonismo inteligente”. Gusto a poco, pero preferible al “peronismo burro” y a la “literatura gorila”, las otras dos categorías en que, siempre según el librero, se dividía el material que tenía para ofrecer en la materia.
Aun así, ese cetáceo político argentino no resultó tan ininteligible. Era posible, al fin de cuentas, entender alguna cosa que otra, se podía al menos adivinar una silueta en el magma peronista, había formas en lo que la pereza llevaba a despachar sin más como una erupción permanente, un derrame de locas pasiones, un oportunismo invertebrado cabalgando la emoción desmelenada de un pueblo. Tampoco terminaba de confirmarse la argentinidad irreductible de un animal semejante, con su inclinación por los espasmos de masas, su proyecto corporativista de “comunidad organizada”, su teoría de la “conducción”, sus modos de construir poder, su galaxia de clientelas institucionalizadas y ordenadas a varios niveles, sus tentaciones fierreras, su afición por las relaciones de fuerza, sus grupos de choque, sus transgresiones a los buenos modales, la cursilería pringosa de su liturgia, y su credo “nacional y popular”.
Nada de todo esto es intransferiblemente argentino, aunque allí esos ingredientes hayan coagulado a su manera, solidificándose hasta la trombosis en una cultura política con tintes religiosos. El peronismo tiene sí su santoral, sus prácticas devocionales, su colección de estampitas, sus reliquias, sus propios relatos de martirio y de viacrucis. Por lo demás, la inspiración fascista de su fundador es tan conocida como explícita, así como las íntimas y múltiples afinidades que el movimiento supo tener con el franquismo, o la irrigación ideológica que le proporcionaron los afluentes del revisionismo histórico, empeñado en rehabilitar el episodio federal autoritario de Juan Manuel de Rosas.
El peronismo tuvo desde siempre, además, amigos en la orilla oriental del Río de la Plata. El herrerismo lo fue, como se sabe, y también cierta izquierda teñida de blanco, que llegó a pergeñar el desvarío antinómico del socialismo nacional, inevitablemente más nacional que socialista, sin reparar lo suficiente quizá en que muchos otros amigos orientales del peronismo eran, a secas, nacionalsocialistas.
La historia, por cierto, no acabó. Con la asunción de Alberto Fernández la semana pasada, los peronistas volvieron una vez más al gobierno de un país que, de larga data y no por casualidad, carece en los hechos de izquierda política. El señor Fernández podrá tal vez agradar, sus orientaciones podrán ser preferibles a las de su predecesor, pero más allá de la coyuntura, sería deseable no confundir ese eventual beneplácito con la idea de un regreso de la izquierda al poder en Argentina: no puede regresar quien no ha estado nunca. Por si acaso, y a modo de modestísima contribución, los libros que compré hace ya más de veinte años en Buenos Aires están a disposición de quien tenga todavía, dentro de la izquierda uruguaya, alguna peregrina gana de repetir “Perón, Perón, qué grande sos”.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 16.12.2019
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.
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