Por Emiliano Cotelo ///
En estos tiempos de urnas, hay un sector del electorado al que los partidos y candidatos se dirigen con extremo cuidado: los viejos (o, para simplificar, los jubilados). Pesan mucho en el padrón. Por lo tanto, conviene relacionarse hábilmente con ellos.
Por ejemplo, a la hora de manejar propuestas sobre el sistema de pasividades se trata de no asustar, así que reina más bien la cautela. Por otra parte, hay dirigentes que se animan a anunciar mejoras en las prestaciones o nuevos servicios de cuidados. Y hay también quienes van más lejos y prometen medicamentos gratuitos para todos.
Pero…¿qué quieren que les diga? Yo creo que falta algo mucho más profundo. Algo que es más importante para los viejos…y más útil para todos nosotros como comunidad.
Falta que valoremos el tesoro que son nuestros mayores y falta que pongamos ese tesoro a disposición del país.
Algunos números
Veamos, primero, algunos números.
De cada cinco uruguayos, uno es mayor de 60 años. Son más de 680.000 personas, entre elllas casi 70.000 que superan los 85 años.
Tenemos el índice de envejecimiento más alto de la región y nuestra natalidad crece poco y nada. Esto hace que la población uruguaya económicamente activa sustente más pasivos que lo que ocurre en cualquier otra nación del Mercosur, por ejemplo.
A medida que envejecemos, necesitamos más cuidados y atención en salud. Además, los veteranos consumimos más del 75% del gasto público en protección social, que se dedica mayormente al pago de pensiones y jubilaciones.
Una sociedad envejecida tiene menos contribuyentes y gasta más durante más tiempo. Es que, en promedio, vivimos más años que nuestros antecesores.
Uruguay debería crecer más, con constancia, y aumentar dramáticamente la productividad del trabajo nacional. Así, entonces, vale preguntarnos ¿cuánto más y mejor tenemos que producir y competir para que la población activa sostenga y prepare a los menores de edad y mejore las prestaciones destinadas a aquellos que están retirados luego de haber trabajado y aportado durante varias décadas? Incluso suponiendo que la educación mejore fantásticamente y el mundo del trabajo experimente giros acrobáticos, ¿será suficiente sin la convergencia de bastante más inversión directa, extranjera y local, con alta incorporación de tecnología?
Parece que no.
Otras urgencias
Todos los sectores políticos asumen que es impostergable una reformulación del sistema de seguridad social. Tienen razón. Pero esa es solo una parte de un tema mayor. Los asuntos demográficos deberían estar en el candelero electoral junto a los de seguridad pública, empleo y educación.
Todos los programas partidarios, los especialistas y el sentido común nos dicen que estos enormes desafíos y tareas requieren más jóvenes con mejor formación. Eso es evidente. Pero lo que no es común escuchar es la otra cara de esa moneda: además de más jóvenes, necesitamos imperiosamente la continuidad que pueden suministrar las personas de la tercera y cuarta edad.
Hay que retener e importar jóvenes, sí. Pero, al mismo tiempo, hay que pensar cómo aprovechamos la experiencia de los mayores. Es imprescindible atender y utilizar lo que ya ha ocurrido, el pasado, la historia que está en los libros y en las memorias de los viejos.
Sin embargo, más allá de pagarles la jubilación -a menudo magra-, solemos despreciar eso que podrían traspasarle a las generaciones siguientes: el aprendizaje de oídas, el boca a boca que cuenta aquellas batallas, ganadas y perdidas, y los aprendizajes que a ellos les dejaron.
El relato, que es una de las mejores tradiciones de la humanidad, requiere unos que cuentan y otros que escuchan y preguntan. Exige, para empezar que se le adjudique valor a lo vivido y se le dedique tiempo.
Los uruguayos de la tercera y la cuarta edad pueden enseñarnos mucho, bastante más que esos temas tan trillados con los cuales los asociamos, como la copa mundial del 50 o las historias de los años de la dictadura.
Patrimonio nacional
La marginación de los viejos se ha convertido en una característica y una nueva debilidad de la estructura social uruguaya: la mera mención del pasado resulta tediosa en un ámbito cultural empobrecido que confunde velocidad con habilidad.
Pero los veteranos, aún en la era digital, encierran en sí una fracción nada desdeñable del patrimonio cultural de la comunidad. De hecho, en tanto preservan su lucidez, son eminentes, sencillamente porque han enfrentado antes dilemas que hoy persisten. Son los famosos “sabios de la tribu”.
Una pérdida
Esa segregación de los mayores no solo revela decadencias éticas, es también otra dilapidación de recursos preciosos en que incurrimos los uruguayos.
En otras naciones los mayores son un factor clave en la implementación de políticas medioambientales, de difusión cultural, de seguridad comunitaria, de cuidado infantil y de capacitación informal en oficios y competencias. En algunos países desarrollados son esenciales en sistemas de educación dual. Aquí, mientras tanto, los encasillamos casi exclusivamente como receptores de la recompensa jubilatoria, los ponemos real o simbólicamente en el banco de la plaza y, muchas veces, los condenamos a formas de abandono, abiertas o disimuladas.
Esta mayoría, a menudo silenciosa, tiene mucho para darnos.
Un primer paso en ese sentido es el mecanismo de la jubilación parcial. Pero hay que levantar la mira mucho más. Debemos crear decenas de espacios y tiempos para que nuestros viejos trasmitan su conocimiento y otros, más jóvenes, lo reciban, discutan ese conocimiento y lo asimilen. Eso puede ocurrir a nivel del barrio, de las empresas o de las instituciones de gobierno, departamental o nacional.
En esta materia los aspirantes a la Presidencia o al Parlamento deben poner más imaginación, más creatividad y más innovación. Deben rendir más.
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En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 23.08.2019
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