Por Emiliano Cotelo ///
Nada es sencillo cuando se trata del suicidio. Pero tenemos que hablar de este tema, especialmente los medios de comunicación debemos hacerlo.
En Uruguay la tasa de suicidios es altísima, tanto que es un problema de salud pública. Los datos publicados esta semana, correspondientes a 2018, confirman que tenemos la segunda la tasa más alta de América Latina y una de las más altas en el mundo. Y no es de ahora, arrastramos este triste récord desde hace décadas.
“Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”, escribió Albert Camus. Y es realmente así, más allá de la filosofía.
Para todas las ciencias implica un desafío enorme y para todos los seres humanos también.
La información
Los periodistas hemos estado, al menos desde el siglo XVIII, limitados en nuestra potestad de informar al público sobre este asunto. Hasta hace pocos años, por mandato legal o debido a las creencias mayoritarias, la noticia de una tentativa de suicidio o de un acto suicida sólo circulaba a través del comentario recatado de allegados; una acción individual, socialmente censurable o vergonzante, que no era del dominio público. El suicidio debía permanecer en el ámbito privado y, al menos en teoría, manejarse con suma discreción. Las autoridades sanitarias, por otra parte, buscaban que esa discreción se extendiera a la prensa. Existía el temor de que la divulgación masiva de los suicidios llevara a la imitación a otras personas vulnerables. En efecto, está comprobado que la difusión de los detalles y características de un caso, contribuye a una suerte de “contagio” en gente que sufre, que no sabe qué más hacer y que siente que no tiene a quién recurrir.
Lo llaman efecto “Werther”, por el nombre del protagonista de una novela de Goethe que se quita la vida por un drama amoroso: la publicación y la idealización de las circunstancias de un suicidio incitan a su réplica.
Los periodistas nos absteníamos, en general, de relevar estos hechos. Las salvedades eran, y son, los intentos o las auto eliminaciones de personas notorias o famosas; en esos casos se perdía, y se pierde, toda compostura y se solía, y se suele, competir para ver quién informa más y mejor sobre todas las minucias del suceso, para satisfacción de la curiosidad morbosa. Al describir estos casos, precisamente, es habitual que se simplifique y se atribuya la decisión trágica a una causa específica. Es un error: en verdad, los pensamientos de muerte, la ideación, la planificación, los intentos fallidos y la eventual ejecución, tienen, en absolutamente todos los casos, múltiples causas. En esta materia, entonces, simplificar es mentir, como casi siempre.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció recomendaciones para periodistas que deben reportar sobre el suicidio, para que sus notas no provoquen oleadas. En los últimos años también se ha comprobado que la información sobre este tema, según como se maneje, puede tener un efecto protector, benéfico. Ocurre que ocasionalmente una divulgación responsable contribuye a la disuasión y evita desenlaces letales. Ese otro efecto se llama Papageno, aludiendo al personaje de “La flauta mágica” de Mozart al que convencen de no matarse.
Tarea de todos
Entre el “efecto Werther” y el “efecto Papageno” están el cuidado, la precisión y la empatía con que los medios debemos hacer nuestro trabajo en estos casos.
…Pero en Uruguay no estamos ante una ola puntual, sino en un escenario nacional consolidado proclive a los suicidios. Entonces, las obligaciones exceden lo periodístico y abarcan a cada persona de la comunidad. Aquellos que tienen intención suicida suelen avisar mediante cambios en su comportamiento e, incluso, hablando de lo que están pensando hacer. Estar atentos al otro, percibir si algo singular ocurre, es el primer paso para, quizás, salvar una vida. El segundo paso: hablar. Es clave charlar cara a cara y con franqueza cuidadosa, preguntando sin vueltas si acaso son muy recurrentes los pensamientos de muerte. Y si así es, resulta vital la consulta inmediata a un psiquiatra.
Lo que tenemos que hacer es prestarle atención y tiempo a las personas que nos rodean. Esa atención a los demás parece estar menguando en esta época donde, paradójicamente, todos podemos comunicarnos con todos en cualquier momento. Debemos ir a contramano del vértigo y lo impersonal, asumiendo que distintas formas de la depresión aquejan a más de 600.000 uruguayos. Conversar con tranquilidad y comprensión combate la tristeza patológica, esa melancolía profunda que liquida toda esperanza.
La desesperanza es uno de los estados de ánimo que puede coadyuvar en la catalización de la tragedia suicida.
En la vida periodística es imperativo comunicar bien. En nuestras peripecias individuales lo importante es comunicarnos bien.
Números duros
710 personas se mataron en Uruguay durante 2018.
Cada 100.000 personas hubo en promedio 20,25 suicidios. Esa es nuestra tasa de suicidios: el doble del objetivo sanitario que ha fijado la OMS para 2020 y casi el doble que el promedio mundial.
Son números que deberían espantarnos y hacernos reaccionar, y sin embargo sólo los comentamos, y muy poco, a mediados de julio, cuando se conoce el informe anual. ¿Por qué los dejamos ahí, casi escondidos?
Nos alarmamos, legítimamente, porque llegamos a 414 homicidios al año …y apenas si balbuceamos ante muchas más autoeliminaciones: 710. ¿Cómo se entiende esa contradicción?
¿Causas?
Puede ocurrir que no tenemos trabajo o que lo tenemos y nos pagan mal y tratan peor; que atravesamos problemas familiares y nuestra vida sufre alteraciones bruscas; quizás sentimos que nos golpea una economía mezquina y sin perspectivas; capaz que padecemos una enfermedad crónica, o estamos desahuciados; tal vez no soportamos más violencia doméstica; o no nos comprenden nuestros padres, nuestros hijos o amigos; o nos perturba el sol que se ausenta o la grisura que está presente; en una de esas hay desamor, o demasiado amor, o soledad. De repente por una desafortunada articulación química o por el abandono de Dios. Pueden ser muchas las cosas que nos pasan, pero no hay otra cosa que la vida con sus cimas y sus abismos. Y eso, en el Uruguay suavemente ondulado, parece ser demasiado para muchos compatriotas.
¿Soluciones?
No hay soluciones mágicas ni salidas fáciles.
Los médicos no tienen la receta: el riesgo de suicidios entre esos profesionales duplica al de la población general.
La sabiduría de los mayores no indica la salida: las autoeliminaciones son más frecuentes después de los sesenta años.
Tampoco la sed vital de la juventud es salvaguarda: junto a los veteranos, los jóvenes son el otro grupo etario de mayor riesgo.
Y no, los medios de comunicación tampoco podemos dar remedio a esta epidemia alarmante de uruguayos que se privan de la vida. Pero sí podemos y debemos decir bien las cosas, recomendar la empatía como prevención y repetir, una y otra vez, los mismos números: 0800 0767 o *0767. Esos son los teléfonos a los que pueden llamar las personas que sienten que están en riesgo. Es un servicio de ASSE, se llama Línea Vida y funciona las 24 horas, todos los días del año… como la dosis imprescindible de esperanza.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 19.07.2019
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