País de inmigrantes
Por Rafael Mandressi ///
En la segunda mitad del siglo XIX, cientos de miles de inmigrantes desembarcaron en los puertos de Montevideo y Buenos Aires. En Uruguay, más allá de lo incierto de las estadísticas previas al censo de 1908, durante las últimas décadas del siglo XIX el número de extranjeros en Montevideo era apenas inferior al de uruguayos, y en todo el país oscilaba entre un tercio y un cuarto de la población total. En 1908 se registra una disminución de la población extranjera, pero el peso real de la inmigración es acumulativo y aparece cuando se observa la pirámide de edades: el 17,38 % de extranjeros en la población total se transforma en 70 % más allá de los 65.
Fueron pues cuatro o cinco décadas de aluvión inmigratorio, que se interrumpió con la primera guerra mundial y se desaceleró definitivamente desde comienzos de los años treinta. Uruguay dejó entonces de ser un país receptor de población extranjera. Pero los efectos del “aluvión” ya estaban allí: aquella masa de pobres, con hambre crónica y dialectos incomprensibles, habían sido los responsables de una formidable refundación demográfica y cultural de un Uruguay que no siempre los quiso ni los trató bien.
Esa gente iletrada, que llegaba con lo puesto, vaciando a veces pueblos enteros en sus regiones de origen, generó molestia y rechazo, se la vio como una amenaza y fue objeto de un sólido desprecio. Para muchos eran sanguijuelas, bueyes, una turba dolorosa, degenerada e inferior, apelmazada en los conventillos, trayendo enfermedades e inmoralidad. La escoria de Europa, en suma, que se desparramaba en el Río de la Plata poniendo en peligro el trabajo, los valores y hasta la mismísima calidad de la raza.
Así se exaltó lo criollo, se fundaron sociedades nativistas para reivindicar una realidad gauchesca ya entonces muerta y la literatura o el teatro se encargaron de ridiculizar a los “gringos” o usarlos como personajes irremediablemente cobardes, traidores, arribistas e incluso demoníacos. Después vinieron las leyes: una en 1890 ya prohibía el ingreso de inmigrantes de “raza asiática o africana” y de los individuos conocidos como “bohemios o zíngaros”; en 1932 la sustituyó otra, conocida como “ley de indeseables”, a la que siguieron varios decretos cada vez más restrictivos. En 1934, la constitución de la dictadura de Terra, después de indicar que la inmigración debía ser reglamentada por la ley, agregaba, por las dudas, una limitación expresa: “en ningún caso el inmigrante adolecerá de defectos físicos, mentales o morales que puedan perjudicar a la sociedad”. Ese artículo de la Constitución (n° 37) sigue vigente hoy.
Hablemos, precisamente, de hoy. La inmigración es un drama en muchos lugares del mundo, donde florecen por lo demás discursos xenófobos y racistas, como los de Donald Trump o la ultraderecha europea. Discursos que a la distancia provocan condena e indignación, pero que nada tienen que envidiarle a cosas dichas y escritas en el Río de la Plata en tiempos del “aluvión”.
Hoy aquel aluvión ya no es visto como una horda desdentada, maloliente y oscura. Ha pasado a ser el tibio relato de la pequeña épica gris de antepasados con valijas, en un Uruguay tolerante y abierto. Se trata de un mito. Un mito autocomplaciente que sólo puede persistir mientras los inmigrantes sigan viniendo en cuentagotas. Si algún día las dosis de extranjeros en Uruguay dejan de ser homeopáticas, probablemente se le vean las patas a la sota y sea entonces más difícil seguir pensando que el Uruguay es distinto y que lo que pasa allá lejos con los inmigrantes es cosa fea, sí, pero ajena.
3 Comentarios
No comparto este artículo porque a mi modesto entender y dicho con respeto, a partir de información insuficiente se efectúan generalizaciones no válidas que conducen a un análisis equivocado
1. Se define a Uruguay como país de inmigrantes en virtud del aluvión inmigratorio de la segunda mitad del siglo XIX. Se expresa: “Fueron pues cuatro o cinco décadas de aluvión inmigratorio, que se interrumpió con la primera guerra mundial…” Y bien, ese aluvión migratorio existió si, pero mucho antes del mismo, ya habían existido otras fuertes migraciones hacia la Banda Oriental y posteriormente el Uruguay. Montevideo fue fundada (1724-26) con unas pocas decenas de inmigrantes principalmente canarios y algunos bonaerenses y a partir de allí todo fue inmigración: españoles (principalmente gallegos, astur-leoneses y andaluces, pero también vascos), luso-brasileños y de otras regiones del planeta. A partir de la independencia del Uruguay, la inmigración se acrecienta, principalmente con franceses. Según estudios demográficos de la época, como el de Adolphe Vaillant, entre 1835 y 1842 más de 33.000 personas emigraron de Europa a Montevideo, de los cuales alrededor de 18.000 eran franceses. Montevideo contaba por entonces con poco más de 40.000 personas. Después de terminada la Guerra Grande el país estaba dividido en mitades entre extranjeros y personas nacidas en el país. En la década de 1860 comienza este nuevo aluvión migratorio de 4 o 5 décadas a que se hace referencia. Se suman italianos, más gallegos, más franceses, etc. La Banda Oriental primero y la ROU después, fue siempre un territorio de inmigración, no solamente en la segunda mitad del siglo XIX.
2. Veamos las generalizaciones que se alejan de la realidad.
A) Se califica a esta ultima inmigración como “aquella masa de pobres, con hambre crónica y dialectos incomprensibles.” Y se agrega: “esa gente iletrada, que llegaba con lo puesto”. Muchos de los llegados eran pobres y algunos de ellos tenían hambre crónica y llegaban con lo puesto, pero muchos también venían con un pequeño capital para invertir y comenzar a desarrollar algún negocio, una pequeña actividad agropecuaria, etc. Y algunos venían con algún capital importante, compraban campos, instalaban industrias, etc. ¿Acaso se quiere ignorar la inmigración inglesa que acompañó el desarrollo de la Compañía del Gas, la Compañía de Aguas Corrientes, los ferrocarriles, los tranvías (también hubo inmigración alemana en este rubro), los frigoríficos, etc. ¿Y la inmigración francesa que desarrolló muchos establecimientos comerciales que mantenían un importante comercio con Francia? ¿Y la cantidad de inmigrantes españoles que compraban pequeñas chacras e iniciaban pequeñas explotaciones agropecuarias? ¿Y la inmigración suiza? ¿Y la valdense? Etc.
B) Se califica a todos los inmigrantes: “Esa gente iletrada”. Había si analfabetos, claro que sí, pero la mayoría no lo era. Muchos sabían leer y escribir, habían tenido una instrucción primaria, se carteaban con sus familias en el extranjero, y muchos tenían oficios y profesiones de todo tipo.
C) Se atribuye a todos los inmigrantes el uso de “dialectos incomprensibles”. La inmensa mayoría de españoles hablaba castellano. Del otro lado de los Pirineos, los bearneses, como otros pueblos de habla occitana, no tenían dificultades para adaptarse al castellano, dado que su idioma tiene muchos puntos en común con el castellano. Había si algunos idiomas y dialectos incomprensibles para la gente de habla española.
D) El artículo parece sugerir que la única o al menos principal causa de la inmigración era el hambre. Tampoco es esto cierto. Una enorme cantidad de inmigrantes no venían porque tenían hambre. Había muchas otras causas que los llevaban a emigrar. Los franceses en gran parte querían evitar el servicio militar obligatorio de siete años que les quitaba una parte importante de su juventud, a partir de los 20 años, y que podía conducirlos a una guerra en la que no querían participar. Otros emigraban porque a pesar de que la legislación había cambiado, la tradición de la primogenitura continuaba presente, y en zonas como el País Vasco, Navarra, el Bearn, la Bigorra, etc, la casa paterna quedaba para el primogénito y los demás hermanos debían buscarse su destino. Y había otras causas diversas al hambre que no es del caso enumerar.
3. Veamos lo que el artículo le atribuye a la reacción en Uruguay frente a la inmigración. Se expresa: “Un Uruguay que no siempre los quiso ni los trató bien”; Esta gente “Generó molestia y rechazo, se la vio como una amenaza y fue objeto de un sólido desprecio. Para muchos eran sanguijuelas, bueyes, una turba dolorosa, degenerada e inferior, apelmazada en los conventillos, trayendo enfermedades e inmoralidad. La escoria de Europa, en suma, que se desparramaba en el Río de la Plata poniendo en peligro el trabajo, los valores y hasta la mismísima calidad de la raza.”; “Hoy aquel aluvión ya no es visto como una horda desdentada, maloliente y oscura.
No se aclara cuantos ni quienes eran esos “muchos” (según el articulista) que tenían esa deplorable reacción frente a la inmigración. Tal vez algún escritor y algún periodista, de los cuales el articulista transcribe todos esos calificativos. Pero ni el Gobierno uruguayo ni la mayoría de los uruguayos de la época vio nunca a la totalidad de ese aluvión como “una horda desdentada, maloliente y oscura.”
4. El artículo hace referencia a los aspectos normativos que regulan la inmigración en nuestro país. Dice: “Después vinieron las leyes” y arranca hablando de una ley de 1890 (es la Ley Nº 2096 de 12.07.1890), y otra de 1932 (es la Ley Nº 8868 de 19.07.1932).
Y bien, este análisis es deplorable, porque omite considerar un período de 60 años a partir del nacimiento del Uruguay independiente (1830) en el cual había una normativa que fomentaba la inmigración y que en buena medida contribuyó a que, lo que se denomina “Aluvión inmigratorio”, se produjera. Ya en el primer Gobierno Constitucional, bajo la presidencia de Rivera, con la iniciativa de Lucas Obes, se dictaron varios Decretos de fomento de la inmigración que tuvieron favorable acogida y se dispuso un asiento especial de recepción de la inmigración en la villa del Cerro. La Guerra Grande complicó la inmigración, pero concertada la paz de 1851, “sin vencidos ni vencedores”, es aprobada la Ley de 4/6/1853 que consideraba a la inmigración como un elemento de prosperidad moral y material para el país y creaba un sistema de franquicias y exenciones aduaneras para el ingreso de familias extranjeras. Luego son aprobados: la Ley Nº 574 de 16/06/1858 que prorrogó la vigencia de la ley anterior acordando nuevas exenciones, la Ley Nº 837 de 2/12/1865 que crea una Oficina de Inmigración y una Comisión de Inmigrantes, la Ley Nº 1137 de 16/6/1870 que prorroga la vigencia de las leyes de 1853 y 1858 hasta el año 1875; y el Reglamento de 22/5/1878 .
Recién después de estos 60 primeros años de vida independiente del Uruguay, en los cuales el Gobierno fomentó y con gran éxito la inmigración a nuestro país, como lo demuestra el “aluvión inmigratorio”, se aprueba la Ley de 1890 a que alude el articulista, cuyo objetivo es fomentar y regular la inmigración, claro que con el deplorable agregado racista de prohibir el ingreso de inmigrantes de raza asiática o africana y de “bohemios o zíngaros”. Esta ley de 1890 se inspiró en la similar argentina de 19/10/1876 proyectada por Nicolás Avellaneda.
5. Mis 8 bisabuelos eran europeos y vinieron entre 1865 y 1875 como parte de ese aluvión a que hace referencia el artículo. Eran 2 bearneses, 2 vascos, un bigurdino, una navarra, y dos canarios. No pertenecían a ninguna masa de pobres con hambre crónica como erróneamente generaliza el artículo, como tampoco pertenecían muchísimos otros inmigrantes que arribaron a estas tierras a trabajar. Nadie en el Uruguay los trató con “sólido desprecio” ni los consideró “la escoria de Europa”ni los vio como parte de una horda desdentada maloliente y oscura”. Tampoco eran todos iletrados como erróneamente se generaliza. Quizás el articulista considera que la cultura personal es una acumulación de masters y títulos académicos que se pueden extender en un currículo de varias páginas. Pero no, hay otro concepto de cultura más valioso que ese. Muchos de todos esos inmigrantes que vinieron en esas 4 o 5 décadas eran gente con educación, con urbanismo, con sentido de ubicación, con prudencia, con espíritu de trabajo, con valores éticos y con dignidad, y se supieron insertar muy bien en una sociedad uruguaya que los recibió muy bien. Supongo que el apellido Mandressi es de origen italiano y quizás a sus antepasados algún desvariado y xenófobo uruguayo los trató como “la escoria de Europa”. No lo sé, pero si ese hubiera sido el caso no es válida la generalización que el mismo hace.
6. Dice el Sr. Mandressi que el “tibio relato de la pequeña épica gris de antepasados con valijas, en un Uruguay tolerante y abierto” es “un mito”. No, se equivoca y mucho, no es “un mito”, no es “un mito autocomplaciente”, es una realidad. No se puede juzgar a todo un país por cosas dichas o escritas por unos pocos desvariados xenófobos, el Uruguay recibió bien a la mayoría de inmigrantes de origen europeo y americano que vinieron en ese aluvión. El Gobierno y la gran masa de orientales preexistentes a ese “aluvión” europeo no vio a la mayoría de los inmigrantes europeos que llegaban como “la escoria de Europa” como erróneamente se generaliza. Que prejuicios raciales existentes en aquella época, hoy inaceptables, llevaran a fomentar la inmigración de determinados orígenes y a prohibir otras, no invalida la realidad de que la mayoría de los que llegaron fueron bien recibidos.
7. El artículo hace referencia al artículo 37 de la Constitución que en su inciso 2º establece: “La inmigración deberá ser reglamentada por la Ley, pero en ningún caso el inmigrante adolecerá de defectos físicos, mentales o morales que puedan perjudicar a la sociedad”. No se lo dice expresamente, pero parece insinuarse, al decir que este artículo aparece “en la Constitución de la dictadura de Terra” y que “sigue vigente hoy”, que se piensa que el mismo no debería existir. Nosotros nos preguntamos: ¿Acaso está mal que una sociedad se defienda de circunstancias que la puedan perjudicar? Supongamos que un grupo de enfermos de sida u otra enfermedad altamente contagiosa pretenda emigrar al Uruguay. ¿Está mal que se les niegue el ingreso? Supongamos que un grupo de activistas del Estado Islámico que en nombre de sus creencias cometen todo tipo de actos aberrantes y violaciones de los derechos humanos, pretenda ingresar al Uruguay, ¿Está mal que se les niegue el ingreso? ¿No tienen estos terroristas defectos mentales y morales que pueden perjudicar a nuestra sociedad? ¿El enseñarle a un niño a decapitar a un prisionero no constituye una absoluta descalificación moral? Y podríamos poner muchos ejemplos más. Ser un país tolerante y de puertas abiertas no significa ser un país suicida o autoflagelante. Yo no creo que Uruguay sea mejor que Italia, o Grecia, o España o Francia, etc y que lo que pasa hoy en día con la inmigración en Europa sea cosa fea por culpa de lo que hacen estos países, es cosa fea sí por la situación que viven estos inmigrantes o quienes pretenden inmigrar, pero la solución al problema no pasa porque Europa abre sus puertas un cien por ciento y deje entrar en poco tiempo a millones o decenas de millones de personas provenientes del sur. Esa no sería una solución, sería un agravamiento del problema. Y no es una postura de ultraderecha ni racista, es una postura de sentido común. Asimilar estas posturas a las declaraciones de Donald Trump xenófobas y racistas es un sinsentido, no se puede criticar de esa manera, que es algo parecido a meter en una misma bolsa de sujetos incalificables a un violador de menores con un señor que dejó a su esposa porque se enamoró de otra mujer.
8. Por lo expuesto, por favor:
– Mas respeto por la verdadera historia de nuestro país y la sociedad uruguaya del siglo XIX
– Mas respeto por nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes, incluso aquellos que vinieron con una mano atrás y otra adelante.
– Mas prudencia con las generalizaciones y con el uso de adjetivos agraviantes.
Estimado Joaquín Labat:
No puedo sino agradecerle su extenso y riguroso comentario. La información que contiene mi columna podría efectivamente ser mucho más amplia; lamentablemente, el formato no lo permite, ya que el texto debe corresponder a unos tres mil caracteres aproximadamente. Los datos que usted aporta, que conozco, son pues un bienvenido complemento. Podrían agregarse otros muchos, incluyendo por ejemplo las cifras que dan cuenta de la distribución de la población extranjera por regiones de procedencia, o las que discriminan los flujos migratorios por lugares de entrada en el territorio, lo cual permite, hasta cierto punto, calibrar las magnitudes respectivas de los ingresos por vía fluvial y ultramarina, entre otros.
En cualquier caso, se trata de estadísticas cuya fiabilidad es relativa. Esto incluye los censos nacionales de 1852 y 1860, los censos de Montevideo de 1884 y 1889, diversos censos departamentales efectuados entre 1888 y 1895, los documentos publicados por la Dirección de estadística general a partir de 1880 – los “Cuadernos” entre 1880 y 1884, los “Anuarios” a partir de 1885 – y el estudio de Adolphe Vaillant al que Usted hace referencia. En el conjunto de esas fuentes aparecen con frecuencia incoherencias en el procesamiento aritmético de los resultados, calificaciones imprecisas o variables de un período a otro, errores u omisiones en la obtención de los datos, etc. El censo de 1852, por ejemplo, ignora la nacionalidad de más de la cuarta parte de los individuos censados (27,16%, más precisamente), lo cual hace difícil afirmar que al terminar la Guerra Grande la población estaba dividida por mitades entre uruguayos y extranjeros. Más aún: hasta 1867 no se contabilizan las entradas en proveniencia de ultramar, y los datos sobre las partidas sólo comienzan a registrarse diez años después. No hay, por otra parte, distinciones entre inmigrantes propiamente dichos y simples viajeros, o inmigrantes que permanecen sólo transitoriamente en Uruguay. Hubo que esperar hasta 1893 para disponer de datos relativos a todos los puertos del país y la clasificación por nacionalidad del conjunto de los pasajeros entrados al país no se inicia hasta 1904.
Las estimaciones de Vaillant para Montevideo entre 1835 y 1842, realizadas cuarenta años después, deben por lo tanto ser tomadas con prudencia. Aun así, tiene Usted completa razón cuando afirma que hubo inmigración previa a la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, a mi juicio es pertinente distinguir entre inmigrantes y colonos, como los primeros pobladores de Montevideo, así como es conveniente recordar que la población extranjera de Montevideo durante la Guerra grande – franceses e italianos, en particular – se componía en proporción no desdeñable de militares.
También tiene Usted razón al decir que no todos los inmigrantes que llegaron eran pobres con hambre crónica. Sí lo fue la inmensa mayoría, y en ello pesan, naturalmente, las razones que llevaron a decenas de millones de europeos a emigrar, empujados por la presión demográfica – sobrepoblación rural, principalmente –, las transformaciones profundas en las estructuras económicas de los países o regiones de origen, y las crisis de producción en los centros urbanos manufactureros. La notable descripción que hace Edmondo De Amicis de esos inmigrantes en Sull’oceano es elocuente al respecto. En cualquier caso, no hay de mi parte intención alguna – todo lo contrario – de faltarles el respeto a nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes. Los míos lo eran también, por cierto. No es en absoluto desdoroso ser pobre y tener hambre, ni ser iletrado (lo cual no equivale a ser analfabeto), y la adjetivación que figura en mi columna, agraviante como bien dice Usted, no me pertenece, como queda claro, sino que recoge reacciones de aquella época.
Esas reacciones – he ahí probablemente nuestra discrepancia principal – ponen en entredicho lo que en mi opinión es una leyenda rosa, construida cuando la inmigración era ya parte del pasado. Huelga decir que tampoco intento promover una leyenda negra, sino introducir claroscuros en una historia que Usted me pide respetar y que respeto como el que más: porque es también la mía, porque he dedicado varios años a investigar sobre ella y, por añadidura y en general, porque la historia es mi oficio. Por lo demás, hay en mi columna, por definición, aspectos opinables. En ese rubro, creo efectivamente que el artículo 36 de la Constitución de 1934 (n° 37 en la Constitución vigente) es una expresión de rechazo: por el contexto en que fue introducido, por lo genérico de los impedimentos invocados, y por las palabras escogidas para designarlos. Así mismo, no creo que abrir las puertas a los inmigrantes, por numerosos que sean, sea un suicidio, y el Uruguay de tiempos del “aluvión” es la mejor prueba de ello. Creo, en cambio, y deseo equivocarme, que la llegada de inmigrantes en proporciones significativas suscitaría, en el Uruguay de hoy, actitudes, comportamientos y discursos tan “feos” como los de Trump o la ultraderecha europea.
Gracias de nuevo por su comentario, y por el interés, que evidentemente compartimos, por un tema apasionante e importante, ayer y hoy.
Estimado Rafael Mandressi
Gracias por su respuesta. No tengo dudas de su erudición en materia de historia y de otras disciplinas, como lo atestigua su curriculum vitae. Mi profesión es el Derecho, soy amateur en materia de historia. El intercambio de ideas, “respetuoso y leal”, entre todos, sin limitarse a la academia, es en mi opinión el mejor instrumento para el progreso cultural y para acercarse a la verdad.
Imagino que nuestra respectivas escalas de valores puedan tener puntos en común, asi como discrepancias.
Me alegro que exprese que no pretende promover una leyenda negra de esa parte de la historia del Uruguay, pero créame que por acá muchos lo interpretamos de esa manera. Por lo menos queda claro que su intención no fue esa.
No pretendo seguir con el tema de la inmigración pasada en el Uruguay. Creo que la historia es importante, pero es necesario pensar en el presente y en el futuro. El tema del drama de la inmigración en Europa debe movernos a reflexión, como Ud. lo ha hecho.
Yo creo que “el Uruguay de tiempos del aluvión” no prueba para nada que, en los conflictos migratorios que se están viviendo hoy en día, sea posible “abrir las puertas a los inmigrantes, por numerosos que sean”. Se trata claramente de situaciones completamente distintas.
El Uruguay de hace 150 años era un pais absolutamente despoblado cuya mayor necesidad era poblarse para poder desarrollarse. El primer censo de Uruguay de 1860, 30 años despues de la independencia -durante los cuales se recibió una importante inmigración-, establece una población de aproximadamente 230.000 habitantes, es decir menos de un habitante y medio por kilómetro cuadrado. Aunque se trate de una estadística de fiabilidad relativa, como Ud señala, a los efectos que estamos analizando es plenamente válida. La Argentina, con un territorio quince veces mayor al uruguayo tal vez tuviera por entonces aún menos densidad de población. Otros países de America tenían situaciones similares y la misma necesidad de recibir inmigrantes, la inmigración era para estos paises una bendición, aunque a algunos xenófobos y clasistas no les gustara. El Uruguay de comienzos del siglo XX, cuando finalizó el aluvión migratorio, seguía siendo un pais con baja densidad de población, y continúa siéndolo al día de hoy.
La Europa actual es lo contrario del Uruguay de hace 150 años, es un continente desarrollado, muy poblado y con una crisis importante de desocupación. Por otra parte, cuando se habla de “por numerosos que sean” es menester tomar conciencia de cual podría llegar a ser el volumen migratorio si Europa aplicara una política de puertas abiertas de par en par, de fronteras libres.
Como Ud. ha escrito un nuevo editorial sobre el tema: “Fronteras” de 3.9.2015, voy a continuar mis pensamientos como comentarios a dicho editorial.