Editorial

Papeles

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Por Rafael Mandressi ///

A poco más de una semana de haber hecho irrupción, seguramente casi nadie ignora ya la existencia del asunto conocido como Panama Papers. Por si acaso, recordemos que se trata de la filtración de once millones y medio de documentos confidenciales, provenientes de los archivos del bufete panameño Mossack y Fonseca, con copiosa información sobre cuatro décadas de actividades en el campo de las finanzas offshore.

Esos “papeles de Panamá” han dado que hablar, y todo indica que se seguirá hablando de ellos durante un tiempo más, entre otras cosas porque su divulgación continúa, en especial a través de los medios cuyas redacciones los han estado procesando, según se ha dicho, durante un año. Es difícil predecir cuáles y cuántos pueden llegar a ser los efectos concretos de las revelaciones. Hasta el momento han sido pocos. Quizá sea una buena señal, ya que las consecuencias importantes llegan más lentamente que la renuncia a sus cargos de un puñado de individuos notorios.

De ahí que sea recomendable no centrar excesivamente la atención en las listas de personas y empresas que se han dado a conocer. No porque sean irrelevantes o anodinas, que por cierto no lo son. Los nombres dan cuenta de una realidad que no por sospechada y hasta perogrullesca se debe omitir: el mundo opaco que viborea en bufetes como Mossack y Fonseca y en territorios como Panamá es un mundo de ricos, o enriquecidos, tanto da. Solo pueden acceder a esos circuitos quienes tengan dinero suficiente para pagar los servicios que allí se ofrecen, y más dinero aún para que esos servicios valgan la pena.

En otras palabras, esas personas se afanan, valga la alusión, en ocultar la plata que poseen, empleando para ello la plata que poseen.

La pregunta, ingenua pero inevitable, es por qué se quiere ocultar la plata, y de quién se la quiere esconder. Del fisco, de futuros ex cónyuges, de la policía cuando esa plata es mal habida, de todo ello a la vez. Frente a la magnitud de los montos y al accionar de una industria dedicada a la protección de las grandes fortunas, se puede recibir con beneplácito la herida que los papeles de Panamá abren en el vientre de la riqueza obscena. Se puede incluso adoptar una actitud moderadamente optimista sobre las derivaciones futuras de este asunto y de otros que seguramente vendrán.

También se puede, como ha ocurrido en estos días, poner el énfasis en los reparos, o blandir teorías conspirativas que llevan el sello de un dirigente tan digno de crédito como Vladimir Putin. Sí, es cierto, la información se obtuvo ilícitamente; también es verdad que hay pocos nombres estadounidenses en las listas, así como no es de descartar que la filtración obedezca a intereses inconfesables o que haya habido participación de algún servicio de inteligencia en el estallido del forúnculo panameño.

Después de todo, se lo mire por donde se lo mire, el asunto de los papeles de Panamá es político, remite a relaciones de fuerza y a distribución de poder. No es menos cierto, sin embargo, que los papeles de Panamá abren una ventanita a través de la cual se puede entrever, al desnudo, un dispositivo globalmente organizado para que al final del día –digámoslo de manera breve y gruesa– los ricos les saquen plata a los pobres.

“Es legal”, se arguye, o por lo menos no es necesariamente ilegal. Sin duda, y ese es quizá el verdadero problema. Si la legalidad ampara muchas de las prácticas que los papeles de Panamá han puesto una vez más sobre el tapete, lo que debería meditarse es la modificación de las leyes, y no esgrimirlas para dejar las cosas como están, limitándose meramente a purgar las tuberías en lugar de cambiar la instalación.

Por esa misma razón es que los nombres propios, si se insiste demasiado en ellos, pueden terminar siendo una coartada que lleve a pensar que hay corrupción en el sistema, y no que el sistema es corrupto.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 11.04.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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