Por Fernanda Boidi ///
El ciclo electoral argentino está llegando a su fin, y con él tal vez llegue a su fin también la era de la política “K”. Los años del kirchnerismo han sido años de políticas sociales ambiciosas, de política sucia, de ceses de pagos embanderados de reclamos de soberanía y de tanta cosa más dependiendo de en qué vereda se para cada uno. También han sido años de una profunda división, en gran parte fomentada desde el discurso oficial de populismo de manual que separaba “buenos” (ellos) de “malos”: todos los que tenían objeciones –de cualquier tipo– al proyecto nacional y popular.
Muchos de nosotros miramos lo que sucede en Argentina algo espantados y al mismo tiempo aliviados por haber nacido de este lado del charco. Muchos de nosotros pensamos que por suerte estas cosas no pasan acá, y seguramente nunca pasarán, porque, entre otras cosas que hacen la diferencia, acá somos inclusivos, y si no, por lo menos, somos plurales. Ese pluralismo está en la base de la institucionalidad nacional. Sin embargo, algunos acontecimientos del último tiempo me han hecho pensar en algunos puntos de contacto con esa realidad argentina; puntos de contacto que, creo, habría que atender, ya que develarían, justamente, la ausencia de pluralismo.
Días atrás se constituyó la Confederación Sindical y Gremial del Uruguay, que nuclea trabajadores y jubilados de 11 sindicatos que dicen no sentirse representados por el PIT-CNT. La respuesta del PIT-CNT ante el nacimiento de esta nueva central sindical fue la de minimizar su relevancia: se dijo simplemente que “no existe” o que se trata de minorías que solo quieren dañar al movimiento sindical. Se señaló, además, el riesgo de dejar de contar con una única central sindical. No hay mucho de vocación pluralista en estas declaraciones.
Lo mismo puede decirse del vehemente rechazo de las gremiales del transporte ante la irrupción de Uber en la escena local. Aunque, claro, este es un caso bastante complejo por sus aristas comerciales y legales.
Hace algunas semanas, el senador Jorge Larrañaga escribía en su columna en la web de Alianza Nacional sobre la división del país, responsabilizando de ello al Frente Amplio por propagar una retórica de “buenos” y “malos”, donde solo habría lugar para lo “bueno” que se hace desde esa fuerza política. No se puede ignorar la carga partidaria y seguramente electoralista del planteo de Larrañaga, pero su preocupación va en la misma línea de los otros episodios señalados.
Es más, desde el Frente Amplio se advertía algo parecido, pero cargando las tintas hacia el otro lado. Ante lo que se denominó como la manifestación vernácula de una tendencia regional de desprestigio a los gobiernos de izquierda, la Mesa Política resolvió lanzar una campaña comunicacional. Esta campaña buscaría la defensa del proyecto y gestión de gobierno para contrarrestar la ofensiva acusatoria “de la derecha y de los medios” ¿Suenan familiares los términos en los que se plantea esta contienda? Para mi gusto, demasiado.
Seamos claros: estos episodios señalados están lejos de ser evidencia de un viraje inexorable hacia las política populista instalada en Argentina. No es la intención de esta columna implicar tal cosa. Sí creo que vale la pena llamar la atención sobre que algunos discursos y algunas prácticas que hoy se observan en Uruguay se parecen más que antes a los ejemplos menos felices de los vecinos.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 11.11.2015, hora 08.05
Sobre la autora
Fernanda Boidi es doctora en Ciencia Política por la Vanderbilt University, EEUU, directora de Insights Research & Consulting y coordinadora regional para el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP). Integra de La Mesa de Politólogos de En Perspectiva.
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