Por Susana Mangana ///
Aylán tenía solo tres años. Demasiado pequeño para comprender siquiera qué aventura iniciaba cuando zarpó junto a su familia desde Turquía rumbo a Grecia. Buena parte de los habitantes de este planeta comentan hoy la noticia a raíz de una imagen dantesca. El pequeño cuerpo sin vida de Aylán yace cual pececillo en una apacible orilla. Escribo estas líneas carcomida por la indignación y la rabia. Pienso cómo expresar lo que siento sin violencia y me embarga la vergüenza de admitir que Europa no hace lo suficiente para evitar la muerte de miles de Aylán. Personas inocentes que buscan huir de la guerra, del miedo, del hambre, de la miseria… sólo para encontrarse con que son unos apestados que nadie desea ayudar y acabar cayendo en las redes de advenedizos mezquinos que lucran con su desesperación para ofrecerles un viaje a Alemania o a algún otro punto en Europa.
Referirnos a la avalancha de inmigrantes que llegan a diario a Macedonia, Grecia o Italia como migrantes es denigrante. Son refugiados, expulsados de una guerra que no cesa y que sigue cobrándose vidas inocentes. A la barbarie del ejército sirio y la sinrazón de una plétora de grupos infiltrados en Siria para desestabilizar al régimen y perseguir objetivos espurios, hay que sumar ahora la violencia del Estado Islámico.
Caer en el simplismo de acusar a Estados Unidos no ayuda a resolver el conflicto. Que ha habido y sigue habiendo injerencias de potencias regionales y otras extra región es evidente. El absurdo razonamiento de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer ha significado que en los hechos la comunidad internacional permita que un régimen hipócrita y despiadado como el de la familia Al Asad continúe aferrándose al poder aunque ya no tenga sentido hacerlo.
¿Qué queda del esplendor de antaño de las ciudades sirias? ¿A qué pueblo pretende representar Al Asad si la mitad de su población deambula errante de un campamento a otro o se agolpa en estaciones de tren? No importa ya si las revueltas en Siria fueron espontáneas o si la guerra civil fue provocada por regímenes hostiles al poder alauí –aliado con Irán– del gobierno de los Asad. En los hechos lo que debiera prevalecer hoy es el sentido común, el principio básico de honrar la vida y no deshumanizarnos como comunidad internacional.
Aumentar los fondos para que Italia o Grecia puedan paliar los efectos adversos de la avalancha humana o perseguir más eficazmente a las mafias en origen son solo un parche. Lo que verdaderamente urge es consensuar una salida a los conflictos de Siria e Irak primero, proponer después un mandato para Siria que pacifique al país y logre el desalojo de los mercenarios e infiltrados allí y combatir en serio al Estado Islámico, depurando responsabilidades con aquellos países y servicios de inteligencia que por un motivo u otro idearon, proyectaron y sostienen al Estado Islámico.
No es de recibo que en pleno siglo XXI el ser humano deba elegir entre morir bajo las bombas, matar de hambre o de tedio a su familia o ahogarse en el mar. De poco servirá rasgarse las vestiduras después. Los millones de Aylán que andan perdidos buscando un refugio en el mundo no entienden de guerras por recursos o conflictos por religión. Los príncipes y emires de los países ricos del Golfo bien pueden y deben proponer soluciones dignas. Para empezar, recibir más refugiados en sus países. Qatar, Arabia Saudí o Emiratos Arabes Unidos tienen fondos y territorio suficiente para recibir a sus hermanos árabes (sirios, iraquíes o somalíes) y a otros de fe (afganos o de Bangladesh). Lo que resulta inaceptable e intolerable es que sigan veraneando en Marbella o Ibiza mientras el Mediterráneo a sus pies se llena de cadáveres.
Tampoco es admisible pensar que en casa tenemos situaciones igual de acuciantes. Por más pobreza, injusticia o desigualdades que sigan existiendo en Uruguay y la región, no se pueden asemejar y comparar con un clima de guerra, de falta de servicios básicos como hospitales, agua potable o luz eléctrica. Escudarse en este tipo de falsos argumentos para justificar la inacción no es aceptable. No dejemos pasar la oportunidad de alzar nuestra voz en contra de la ignominia. Mañana será tarde y Aylán no merecía morir así.