Por Susana Mangana ///
Italia vive un verano calentito ante la llegada masiva de inmigrantes africanos que son recibidos con una mezcla de temor, desprecio y rechazo por parte de ciudadanos y políticos con sentimientos abiertamente racistas y xenófobos.
Y es que claro, la crisis europea que no termina de desaparecer y el miedo a que la situación que vive Grecia se repita en otros países europeos, en especial aquellos del sur o mediterráneos, tradicionalmente menos ordenados y solventes en lo económico que los de cultura germánica o anglosajona, sirve hoy de justificación para actitudes que los europeos pensábamos habían sido desechadas.
Este atribulado siglo XXI avanza inexorablemente hacia la tecnificación e infoxicación. Ya nadie puede digerir la avalancha de diarios, revistas y artículos que los servidores múltiples de internet vierten a diario. Así, es fácil preocuparse por un seísmo en Katmandú, el deshielo paulatino de la Antártida o seguir la gira latinoamericana del Papa Francisco… En tan sólo cuestión de un click accedemos a miles de archivos que bien utilizados pueden enriquecer nuestras vidas o simplemente dejarnos inertes.
La reacción visceral del pueblo italiano nos recuerda que el color de piel, la religión o la profundidad del bolsillo son esenciales a la hora de dirimir si una persona es merecedora de respeto o no. Los africanos, ya se sabe, nacen pensando en emigrar, en abandonar a su familia, su madre quizás, hijos tal vez, con total de llegar a Roma o París, mendigar por comida o un boleto de transporte para dirigirse a un baño público a limpiar deshechos de los europeos, es su desiderátum en la vida.
Por si ya fueran poco estigmatizados por el europeo que lamenta su crisis, ahora el islamismo radical nos regala un nuevo término tras el que canalizar toda nuestra rabia e intolerancia: yihadismo. El desempleo en España o Italia afecta los ánimos y nubla la capacidad de razonar, de pensar que si los sirios hoy deambulan de un campamento de refugiados a otro no es por voluntad propia sino porque existe una guerra civil atroz en su país que devora todo, desde vidas hasta patrimonio cultural e histórico.
Europa para los europeos, Estados Unidos para los norteamericanos (aunque la inmensa mayoría de los mismos sean de rasgos asiáticos o hispanos ya) y así podríamos seguir por casa. Después de todo si Europa no quiere recibir a musulmanes y refugiados de las guerras en Sudán o Siria ¿por qué deberíamos ser diferentes? Mejor los detenemos y los deportamos, no vaya a ser que 100 personas por ejemplo erosionen nuestra libertad de expresión o peor aún nos saquen el trabajo… y como encima no conocen nuestro idioma ¿para qué molestarnos en hablar con ellos y ver qué pueden hacer y aportar a nuestro país? ¿Y si resulta que son todos terroristas en potencia?
Olvidamos que son miles los milicianos del Estado Islámico nacidos y criados en la vieja Europa, educados en sus escuelas públicas, lo que resalta las falencias de un sistema y patrón de vida que empieza a hacer agua. ¡Atiza! Si al final va a resultar que los griegos que protestan contra el capitalismo feroz y el egoísmo de las instituciones financieras europeas e internacionales como el FMI tienen un discurso similar al de millones de ciudadanos árabes, musulmanes y africanos que están desamparados y huyen del horror de una guerra, de las mafias y una vida de violencia y desesperanza. Pero claro, los griegos hacen bien en quejarse, después de todo son blancos y similares a nosotros. Los otros son diferentes, no merecen nuestra compasión ni respeto.
La Unión Europea es cada día más un club de privilegios con estructuras volcadas a la articulación de políticas económicas del bloque pero nula eficacia a la hora de resolver entuertos de índole social o incluso dentro del tan mentado sector de la cooperación, que dicho sea de paso sigue estando sujeta a condicionalidades y agendas externas decididas en el norte, no en el sur por más que se bregue a favor de la cooperación sur-sur.
Sería bueno que Europa recuerde su pasado reciente y los estragos de una guerra y ahuyente a fantasmas que escudándose en el anonimato de las masas actúen como una jauría de lobos. Entretanto, Latinoamérica no necesita hoy importar ideas y modelos perimidos de Europa o su vecino en el norte. Costó mucho forjar una identidad latinoamericana, una armonía de continente que sin olvidar su pasado transita con paso firme hacia un futuro en el que todos los pueblos, todas las voces, incluso la de nuestros adversarios o simplemente de aquellos que opinan diferente a nosotros tienen cabida. Como dijo JFK: “Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”.