Por Susana Mangana ///
Que China es ya el rival más importante para la hegemonía de Estados Unidos no es novedad. Tampoco debiera serlo que el país asiático es ya el principal socio comercial de la mayoría de países latinoamericanos. América Latina recibe desde hace años visitas de altos cargos políticos chinos que prometen cada vez mayores inversiones en infraestructura y empresas de complementariedad con las latinoamericanas.
A su vez, China ocupa hoy el vacío que dejó Moscú en Asia Central, embretado como está en el conflicto con Ucrania. Occidente no ha podido reformular las estructuras de finanzas y gobernanza globales para que estas permitan un rol más activo a los países emergentes que hoy reclaman una participación acorde a su aporte a la economía mundial.
Por ello China avanza en ese terreno con propuestas concretas para la creación de una nueva arquitectura financiera mediante el reciente lanzamiento del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) que se suma al Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS creado en julio del 2014 tras la VI Cumbre en Fortaleza que reunió a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, con un capital básico de 100.000 millones de dólares.
China revela así sus ambiciones de evitar la dependencia de las naciones emergentes de los bancos crediticios occidentales y del dólar. De hecho todos los financiamientos realizados por el AIIB o Banco Asiático de inversión en Infraestructura, en lo que va de año (50.000 millones dólares) se han realizado en yuanes.
A pesar del incremento en el intercambio comercial con África (200.000 millones dólares en 2014) y América Latina, donde en algo más de una década dicho intercambio se multiplicó por 22 hasta superar los 275.000 millones de dólares, China no es todavía el Goliat que aparenta ser.
Su PIB per cápita es de 6.800 dólares, semejante al de Perú y revela apenas uno de los desafíos mayores de un gigante que para muchos aún tiene pies de barro.
La ralentización de su economía, aunque relativa si se compara con la tímida recuperación de la de la Unión Europea, el envejecimiento de su población, el sobrecalentamiento de algunas de sus exportaciones, su escasa democratización, el desprecio por las leyes laborales y Derechos Humanos según cánones internacionales y la corrupción cada vez más expuesta en contra de sus élites políticas atentan contra su desarrollo y poderío económico, indiscutible motor de su pujanza comercial y su estrategia diplomática.
La comunidad internacional le exige a China mayor compromiso respecto de los problemas globales, toda vez que es un país con poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y proveedor de bienes públicos globales.
América Latina conoce esta realidad y tiene ante sí la oportunidad de negociar con China en distintos encuentros y foros multilaterales ahora que ese país se ha decidido a participar y apostar al multilateralismo.
El 60 % del consumo y el 60 % de la clase media mundial estarán instalados en el Sudeste asiático en 2030. Si a esto agregamos el volumen de demanda potencial de un mercado chino cada vez más desarrollado y consumista, concluiremos que China es un actor al que hay que conocer, pero no temer…
Por fortuna no todo se compra con dinero y la rigidez de una sociedad colectivista como la china muestra algunas grietas por las que colarse. Occidente no debe desaprovechar este momento de turbulencias internas en China en lo económico, social y político para seguir exigiendo a ese país que asuma responsabilidades en la escena internacional. Y en ese paquete está incluida Latinoamérica. La fragmentación de la estructura financiera mundial que comienza a producirse con las iniciativas chinas secundadas por naciones emergentes y otras desarrolladas (Australia por ejemplo) será un acicate para la reforma de organizaciones todavía poderosas pero un tanto obsoletas como el FMI y el Banco Mundial.
La partida acaba de comenzar pero esperemos que ¡la suerte no esté echada!