Por Susana Mangana ///
Estados Unidos anunció la semana pasada el envío de 450 militares a Irak para entrenar soldados suníes. No debiera ser novedad que a pesar del anuncio oficial de la retirada de sus tropas del territorio iraquí en 2011 Obama aún mantiene un número importante, cerca del millar, de asesores y estrategas sobre el terreno. Lo curioso es que este anuncio confirma la política exterior no ya de su administración sino de otras anteriores para Medio Oriente en general y más concretamente para Irak. El eje central de la misma es la fragmentación identitaria que favoreció tras la caída de Sadam Hussein la tribalización del conflicto y el confesionalismo como su mejor vector.
El puzzle étnico y confesional que siempre fue Irak (o Siria) acabó por estallar cuando se desmantelaron las instituciones de la era Sadam y la política de favoritismo hacia un grupo religioso como los chiíes practicada sin escrúpulos desde entonces por el hombre de confianza de Estados Unidos, Nuri Al Maliki, ex Primer Ministro iraquí hasta el 2014 (de extracción chií) abonó el caldo de cultivo en el que medraron el resentimiento y la rabia de una nada desdeñable minoría suní que se siente relegada de las esferas de poder.
De ahí también su escasa voluntad de apoyo al poder central de Bagdad para frenar y repeler a los fanáticos del Estado Islámico. Armar hasta los dientes y adiestrar a beduinos y otros suníes para que se batan a duelo con los mercenarios del Estado Islámico quizás sirva para poner en aprietos a este grupo terrorista, no facilitando las cosas para que siga conquistando territorio. No obstante, no resuelve el problema de fondo que no es otro que por un lado, depurar responsabilidades con aquellos países que financian, arman o ayudan con su doble juego a sostener la utopía de un nuevo califato y por el otro atacar de raíz las razones por las que este grupo ultraradical consiguió imponerse a poblaciones indefensas. O sea el caos, falta de gobernabilidad y servicios en países devastados por enfrentamientos y rivalidades ancestrales como el histórico recelo entre suníes y chiíes, acicate hoy de poblaciones enteras en Irak, Siria o Yemen.
La fragmentación política existente hoy en Irak en los hechos está reconfigurando Oriente Medio a través del desborde de la violencia hacia países vecinos que se traduce en el exilio y desplazamiento forzoso de 14 millones de personas así como por la vía del rediseño de fronteras. Y si no, preguntemos a los kurdos ¿hasta cuándo lucharán contra el Estado Islámico sin pedir a Bagdad o Ankara mayor autonomía –y tal vez soberanía– en el futuro?
¿Quién entrega armas y dinero al Estado Islámico? ¿Por dónde ingresan los milicianos a Irak o Siria para unirse al grupo? ¿Por qué interesa que caiga el régimen de los Asad en Siria pero no la monarquía sunní Al Jalifa en Bahrein? Quien responda a estas interrogantes tendrá la clave para desentrañar el misterio del Estado Islámico y golpearlo donde se debe, en sus fuentes de financiación y armamento. En ocasiones menos es más…