Por Susana Mangana ///
El Estado Islámico (EI) avanza implacable a pesar de la lucha sin cuartel lanzada por una coalición de países que supera la cincuentena. ¿Cómo es posible que los bombardeos diarios desde agosto del año pasado no hayan podido eliminar la capacidad de golpear y extenderse de este grupo? ¿Cómo pudieron surgir cual ráfaga y atraer milicianos de tan diversa procedencia, Chechenia, Bélgica o Ceuta?
Son muchas las interrogantes que se plantean al analizar cómo este grupo ultra radical que instrumentaliza la fe musulmana como antes lo hicieron otros, Al Qaeda o Yihad Islámico por citar a los más conocidos, se ha convertido en un factor desestabilizante para Oriente Medio pero amenaza además la seguridad internacional. Europa o Canadá se involucran en una nueva guerra que acabará siendo convencional y no simplemente con bombardeos aéreos pues el enemigo cuenta con tanques, artillería y maquinaria de guerra, incluidas sus tácticas, convencionales.
En Irak la caída de la provincia de Anbar en manos de los yihadistas del EI agrava la lucha sectaria que desgarra al país y agudiza la profunda división que terminará por trocearlo, debilitando así a una nación árabe rica y poderosa hasta hace dos décadas y rediseña el mapa de Oriente Medio.
En los hechos ya es así: un Kurdistán iraquí al norte, provincias habitadas por una población sunní al sudoeste y al sureste una región netamente chií conectada a Irán, mentor intelectual y hoy apoyo logístico clave del gobierno que conduce el chií Haider Al Abadi en Bagdad.
Hay que lamentar además que en Siria el EI se haya apoderado de la ciudad antiquísima de Palmira, cuyas ruinas se ven ahora amenazadas por las bombas y la sinrazón extremista. El Ejército de Siria, absorto como está en la lucha cuerpo a cuerpo contra decenas de grupos y milicias opositoras al régimen de los Assad, a la que hay que sumar ahora la guerra contra el EI, no pudo proteger una ciudad patrimonio de la Humanidad y su pérdida engrosará la larga lista de reliquias históricas perdidas tras años de guerra y combates en Irak y Siria. El saqueo de museos, centros de arte y la destrucción de templos y monumentos históricos jamás será suficientemente cuantificado y lo que ello supone de pérdida de riqueza y acervo cultural de pueblos que otrora fueron cuna de civilización.
Lejos de reducir la percepción de amenaza que este grupo terrorista emite al mundo, su halo de éxito logra atraer a jóvenes musulmanes y otros conversos que incomprensiblemente buscan alistarse a este frenesí vengador que despliega el EI, capturado en imágenes de alto impacto que luego difunden con un doble mensaje: por un lado seguir atrayendo a nuevos milicianos que desean construir una nueva sociedad alejada de postulados occidentales y por el otro amedrentar a gobiernos de la región y el mundo en una suerte de venganza utópica. El EI demuestra osadía, yendo un paso más allá que Al Qaeda. Sus combatientes pueden alcanzar la gloria eterna en la tierra, ya no deben esperar a morir para consagrarse y alcanzar las mieles del éxito yihadista. Buscan extender sus tentáculos en Mesopotamia pero gracias también a la lealtad y pleitesía que les profesan otros integristas en África, caso de Boko Haram en Nigeria o Al Bait Al Maqdis en Egipto, hacen mella en poblaciones cercanas al Mediterráneo y en zonas de expulsión de migrantes que buscan trasladarse a Europa.
¿Cómo salir del atolladero? La respuesta militar, aunque se argumente necesaria para evitar su diseminación, no parece dar resultados. El dudoso papel que desempeñan países como Qatar o Arabia Saudí, en ocasiones paladines del discurso islamista que propugna una defensa del código islámico y una vuelta a los fundamentos de la fe, debiera fomentar un análisis más profundo y sincero por parte de los servicios de inteligencia de países hoy embretados en la lucha contra el EI. Cada vez que Turquía permite el paso de ciudadanos europeos, incluidas menores, que luego se sabe engrosarán las filas del EI, o la venta en el mercado negro de petróleo robado, con lo que ello conlleva de transacciones financieras, o cada vez que Qatar alberga a representantes de movimientos islamistas integristas, incluida una embajada Talibán, es un coqueteo con la violencia extremista de base islámica que mediante el terror altera la paz regional y ahora mundial.