Por Daniel Supervielle ///
El Pepe Mujica dijo "que en la FIFA son una manga de viejos hijos de puta”. Fue en el Aeropuerto de Carrasco, cuando fue a recibir a Luis Suárez tras ser expulsado como un terrorista de la Copa del Mundo Brasil 2014 luego del incidente con al zaguero italiano Marco Cellini. Los hechos que vive la FIFA en estas horas le dan la razón.
Los uruguayos que llevamos el fútbol en el ADN, aún en pleno siglo XXI, albergamos la ilusión de que algún día un club humilde como Rentistas o Progreso venza en una final de la Copa del Mundo al Milán, al Real Madrid o al Barcelona. En el fútbol –más que en cualquier otro deporte- es algo que puede pasar. Es precisamente esa posibilidad remota la que alimenta la leyenda y la mística de nuestro fútbol pobre, chico y lejos de Europa. De buena fe creemos que en el fútbol nada está dicho hasta el último minuto cuando pita el juez. Foguear la ilusión de que lo imposible puede ser posible es clave para ser quienes somos en el mundo.
Como jugador amateur, director técnico y comentarista admiro a los jugadores de fútbol uruguayos y latinoamericanos. Transmito ligas sudamericanas y constato que el amor a la camiseta sigue vigente en nuestro continente. Maradona es el más fiel representante de esa estirpe que se niega a morir. Puedo continuar con Tévez, Suárez, Cavani, Ronaldinho, y una lista interminable de otros cracks que tal vez no lleguen al sitial de los consagrados, pero que regalan los mejores años de su vida a jugar al fútbol buscando mucho más que el bienestar económico: van detrás de la gloria pese a las alimañas que los rodean.
Como prueba basta relatar un Blooming–Oriente Petrolero en Bolivia; o Aucas–Independiente del Valle en Ecuador; o Libertad–Nacional en Paraguay o sencillamente ver a Wandereres con River en el Prado del Montevideo. Con sueldos magros, que apenas dan para llegar a fin de mes, los jugadores corren con esperanza detrás de la pelota, a la espera del pase profesional que les permita alcanzar un bienestar que sus padres ni soñaban, pero también el aplauso de la tribuna o de su novia en las gradas.
Soy hincha de los buenos hinchas de los clubes, quienes se aferran a las ilusiones de un triunfo el fin de semana para justificar la alegría de vivir y cierto sentido de la vida. Por eso estas noticias sobre la corrupción sistemática de la FIFA caen como un balde de agua fría sobre quienes aún queremos y creemos en el fútbol puro. Parece un relato de terror: gente inescrupulosa aparentemente se llenaba los bolsillos a costa de la pasión genuina de millones de personas; la mía, la mis hijos y la de los abuelos que esperan el partido del domingo con una ansiedad religiosa. Es algo imperdonable.
No es que no sospechásemos que el caldo venía podrido y vencido desde hace tiempo. Pero otra cosa es que alguien denuncie con pruebas que la cosa está realmente podrida e inicie un proceso penal. Que varias de las más prominentes autoridades de la FIFA hayan armado una red delincuencial por la cual se embolsaron ilegalmente a lo largo de más 20 años de una cifra que ronda los US$ 150 millones es obsceno. La estafa es imposible de cuantificar, mucho más allá de la danza de los millones que se robaron para su peculio personal.
Porque si corrían estos torrentes de dinero sucio, bien vale la pena preguntarse: ¿Qué certeza puede dar la FIFA hoy de que los partidos no estuvieron arreglados? ¿Que no había asociaciones, jueces, clubes comprados para conseguir tal o cual resultado? ¿Que no se digitaron campeonatos, ascensos, descensos o clasificaciones a copas del Mundo?
Ahora todo queda bajo sospecha. De probarse la acusación, merecen 20 años de cárcel, algo que no quita la náusea que provoca leer el monto y talante de la corrupción organizada.
“La pelota no se mancha”, dijo una tarde en La Bombonera de Buenos Aires el mejor jugador de la historia. Es la mejor frase de todos los tiempos. El próximo domingo, en este mismo continente, habrá cientos de miles de futbolistas que armarán sus bolsos, lustrarán sus zapatos, inflarán las pelotas, se pondrán las camisetas e irán a jugar sus campeonatos amateurs o mal pagos redimiendo el espíritu siempre puro y libre del fútbol.
Por más que quieran reglamentarlo absurdamente, lucrar con él, ensuciarlo, televisarlo… por suerte no existe ni existirá corrupto ni entidad que impida a la pelota seguir rodando en una cancha, en cualquier rincón del planeta.
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Foto: El presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), Joseph Blatter, durante su visita al Complejo Uruguay Celeste, 15 de junio de 2012. Crédito: Nicolás Rodriguez/adhoc Fotos.