Editorial

Sábado de gloria

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

A estas alturas, no hay determinación que resista, ni cabeza que aguante y mande. Cuando todo el mundo habla de fútbol, uno se dice que lo mejor es hablar de otra cosa, aunque lo que diga quede sepultado bajo la lava celeste. Por lo demás, nada parece haber para agregar a lo tanto que se dice y escribe, y uno, que ninguna credencial tiene en la materia salvo la de aficionado, no está en condiciones de sumar sino trivialidades.

Añádase a lo anterior que este columnista detesta unas cuantas cosas directamente relacionadas con el torneo llamado Copa del Mundo: la entidad organizadora, turbia como un fangal, la plata obscena y a menudo sucia circulando por las venas negras de un mundo en camiseta, el nacionalismo de cuarta categoría – no hay otro, en realidad –, las mitologías tan pobres como solemnemente cultivadas, la logorrea incandescente que manosea palabras como gloria o héroes, el festival de metáforas guerreras y militares, la irracionalidad satinada y en cámara lenta, la crispación tribal en medio de una kermesse saturada de banderitas.

Y sin embargo ahí estoy, el sábado, sin necesidad de inventarme coartadas, frente al televisor. Juega Uruguay, aunque no sea Uruguay sino la selección uruguaya de fútbol, que es muy otracosa. Poco importa: durante 90 minutos, o 120 llegado el caso, contribuyo una vez más a darle la razón a Jaime Roos. Juegan tres millones – algunos cientos de miles más, de hecho. El cerebro reptiliano asume el control, y termino exhausto. Les ganamos a los portugueses – ¿nosotros? ¿qué nosotros? Tampoco importa, arriba los nuestros.

A la angustia por la lesión de Cavani y la alegría por estar en cuartos de final se agrega otro afecto, no desdeñable: la satisfacción de apurar el regreso a casa de un connotado evasor fiscal, como el señor Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro. Más temprano, el equipo francés había hecho lo propio con otro millonario evasor. Pequeñas cosas, sentimientos subalternos que le dan tan sólo un poco de color a lo verdaderamente trascendente, esto es, los prodigios que sobre el lejano césped de Rusia me regalaban a manos llenas once, o doce, catorce tipos, quince después, a la hora de la conferencia de prensa de Oscar Tabárez.

Enteramente engullido por el mundialismo, con el pensamiento situado en el estómago, compro todo, sin hacerme preguntas desubicadas en momentos en que se trata de afirmar, no de preguntar. Compro incluso el sempiterno culto a la humildad, falso por supuesto, pero tan reconfortante y útil para contradecirlo en el acto, acariciando como corresponde nuestra superioridad moral. La soberbia de la modestia. Me la pongo, y compruebo que me queda bien. Soy uruguayo, qué caramba.

¿Y esa defensa? ¿Qué decir de la caja fuerte del fondo, que gratifica como pocas cosas la ética de la resistencia? No pregunto cuántos son. Vayan pelando las chauchas. Todo el mundo boca abajo. Las dianas de Colombes. A propósito, Colombes queda en Francia, y la asociación de ideas llega, al cabo de un par de eslabones: este equipo me hace acordar a la aldea de Asterix. No sigo el hilo de la comparación, porque habría que encontrar un símil para la poción mágica, y temo desbarrancarme del todo. Hasta podría parecerme inteligente ponerle la camiseta celeste al David en la explanada municipal.

David, o el destino, y si no que lo digan los Goliat que a lo largo de tantas décadas han sucumbido ante la voluntad inquebrantable de un colectivo sufrido y ante su astucia, claro está, para colocar la pedrada en el medio de la frente.

Lo sé, todo esto es grotesco, no se trata solamente de pasiones tan pasajeras como una pelota que rueda, sino de una medusa ideológica, blanduzca y con tentáculos irritantes. Una desmesura en alpargatas, elaborada a la medida de vacíos que colmar, el latido de un corazón de pretextos para poner otra monedita en la jukebox que nos canta las canciones adecuadas para enamorarnos de nosotros mismos. Pero al fin y al cabo, aunque sea pegajoso, excesivo y hasta tonto, tan mal no está dar rienda suelta al amor cada tanto.

Y ahora, si me disculpan, los tengo que dejar, dentro de un rato juega Brasil. A ver si los
eliminan de una vez.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 25.06.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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