Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
Dentro de una semana, Brasil tendrá nuevo presidente. Todo buen pronosticador diría que será el militar de reserva y diputado federal Jair Bolsonaro. La candidatura del señor Bolsonaro y, más aún, su éxito espeso y categórico, han desparramado a los cuatro vientos sus dichos y sus convicciones, relativamente ignotos fuera de Brasil hasta no hace tanto, haciendo brotar el espanto y la repugnancia de muchos – también el aplauso de otros, quizá menos.
Estoy entre los primeros, despavorido ante el enjambre de insectos sucios que escupen las fauces del bolsonarismo, sin querer adivinar cuántos destrozos acabará dejando esta tormenta perfecta, crecida en las aguas ácidas en las que se descompone el gordo de Sudamérica. La lista de señas particulares que adornan al casi seguro próximo ocupante del palacio de Planalto es conocida. Ha sido repetida casi como un mantra, descafeinándola a fuerza de recitarla: racista, partidario de la tortura, misógino, homófobo, nostálgico de la dictadura. La lima del acostumbramiento hace su trabajo, las palabras se vacían, la infamia se vuelve carta de presentación, la fatiga del comentario político termina formando un callo discepoliano: todo es igual, nada es mejor.
Así, no parece haber alerta que valga ni crítica que no resbale sobre las paredes engrasadas del después de todo y el qué más da, o, peor aún, que no sea desdeñada como una muestra más de la indignación fácil de los bienpensantes de siempre, tan prestos a dar lecciones de moral y buenas costumbres. Y, sin embargo, a riesgo de llover sobre mojado o de pasar a integrar la cohorte de los horripilados a dos pesos, no quiero ahorrarme tres párrafos y un par de minutos sobre al menos una de las manchas del tigre.
El candidato Bolsonaro, Jair Messias Bolsonaro, ha hecho campaña con un eslogan que es también el nombre de la coalición que lo apoya: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. La primera parte es demagogia trivial; la segunda, en cambio, es una definición bastante más seria, que si se toma al pie de la letra significa que se gobernará en nombre de una entidad que, al estar por encima de todos, está también por encima de aquellos que nada tienen que ver con esa entidad y que incluso la consideran como una ficción esperpéntica. La ley viene de otra parte, en lo sustancial ya está escrita, no la produce la deliberación republicana, no se negocia: apenas si se interpreta.
Cosas así suceden en esos lugares que solemos considerar, con razón, horribles comarcas donde impera el islam político. En Brasil existe ya, como es sabido, una bancada evangélica en el parlamento, que cuenta con 90 legisladores dispuestos a votar según lo manda dios. También existe, por cierto, un electorado evangélico, que el triste señor Fernando Haddad, contendor de Jair Bolsonaro, ha salido a cortejar a su vez librándose a una penosa danza del vientre sin pudor laico alguno. El señor Bolsonaro no necesita vencer pudores: a su juicio, el Estado laico es una “historinha”, decía hace ya casi dos años; “el Estado es cristiano y la minoría que esté en contra que se vaya” (*). Límpido.
Tan límpido, de hecho, como oscura parece ser, en Uruguay, la idea de laicidad que anida en la mente del intendente departamental de Salto, el señor Andrés Lima, que días pasados recibió, muy suelto de cuerpo y en su oficina, la bendición de pastores evangélicos. Brasileños, para más datos. Son episodios que ocurren con cierta frecuencia, nada demasiado trascendente, en suma, según se explicó sin reparar en que un manotazo en las arenas movedizas sólo sirve para hundirse más.
Pero seguramente pasará, al igual que pasó en setiembre de 2015, por ejemplo, una pintoresca ceremonia de “consagración a cristianos en el gobierno” en el Centro cristiano del Cordón, donde parlamentarios y ediles evangélicos se comprometieron, faltaba más, a respetar la Constitución y las leyes “siempre y cuando no contradigan la palabra de Dios” (**). Allí estaba, por supuesto, el embrión de bancada evangélica uruguaya, tres diputados electos por el Partido Nacional, haciendo, impertérritos, un coming-out teocrático que poco tiene que envidiarle al “dios por encima de todos” de don Jair Messias. Con él en la presidencia de Brasil, tal vez el Estado deje de ser laico; más al sur, todo indica que por ahora seguirá siéndolo, hasta que de tanto ser una laicidad de morondanga, llegue el día en que la diferencia se note poco.
(*) http://www.jornaldaparaiba.com.br/politica/bolsonaro-defende-porte-de-arma-para-todos-e-fuzil-contra-o-mst.html
(**) https://www.elpais.com.uy/que-pasa/evangelicos-banca.html
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 22.10.2018
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.