por Daniel Supervielle ///
De 30 años a esta parte se ha convertido en moneda casi corriente escuchar cada tanto la ocurrencia de una matanza de civiles inocentes en Estados Unidos. Cada vez que veo las letras en rojo de breaking news por la noticia de una nueva masacre siento el mismo asombro, ira e impotencia que la primera que recuerdo: la del colegio en Columbine, el 20 de abril de 1999.
Casi de inmediato me viene a la memoria la del 16 de abril de 2007, en que un estudiante de 23 años de origen coreano mató a 32 personas antes de suicidarse en la Universidad Virginia Tech, en Blacksburg, Virginia. Según las frías cifras esta fue la peor de la historia en tiempos de paz en ese país.
Pero también recuerdo la tragedia en Aurora, en Colorado, un sábado de noche de julio de 2012 durante el estreno de la película Batman Begins. Entonces, un chico disfrazado, armado hasta los dientes, asesinó a sangre fría a 14 espectadores en sus butacas.
El jueves 18 de junio volví a ver la terrible placa, breaking news. La noticia se construyó a las pocas horas: Dylann Storm Roof, de 21 años, estuvo rezando una hora en una iglesia metodista en Charleston, Carolina del Sur, para luego iniciar una masacre en la que murieron nueve inocentes. La información indica que el asesino quería iniciar una guerra racial y sucede poco después de casos de violencia policial contra ciudadanos negros.
Barack Obama lo dijo sin ambigüedades: “No estamos curados del racismo”.
El templo donde ocurrió el asesinato es un lugar sagrado en la historia de la comunidad negra en Estados Unidos: desde allí se luchó contra la esclavitud, por los derechos civiles, contra el racismo y por una sociedad más justa.
El estupor crece cuando días después trasciende una ridícula proclama en la que entre muchas sandeces el autor del crimen expresa que "hay buena sangre blanca en Uruguay, Argentina, Chile e incluso en Brasil", pero que "no dejan de ser nuestros enemigos".
Además de volver a preguntarme: ¿Qué es lo que pasa en Estados Unidos que no pueden detener las masacres? y ¿Cómo puede ser que no exista una regulación en la venta de armas? –trascendió que el matador recibió de su padre una de las armas al cumplir 20 años– me indignó sobremanera la mención a mi país. Por eso, al igual que en el atentado contra un semanario satírico en París, donde el mundo entero le dijo a los fanáticos islamistas que rechazaban su accionar, popularizando el Je suis Charlie Hebdo, en este caso hay que hacer lo mismo. Fijar posición.
Tengo en mi cabecera de ejemplos a seres humanos superiores que hicieron que el mundo fuese un mejor lugar y nuestras existencias más dignas. Puedo mencionar a Rosa Parks, Martin Luther King, Nelson Mandela y hasta el propio Bob Marley con su cancionero popular en contra del racismo, sin olvidar a nuestro legendario Negro Jefe, Obdulio Varela.
Por todo esto quiero decir firme y sin levantar la voz: yo soy negro.