Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
La decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela de asumir las funciones del Parlamento constituyó un golpe de Estado. En un país con presos políticos y en el que el Gobierno controla a la Justicia, todo el poder quedaba luego de esta resolución en manos del Ejecutivo.
A los uruguayos, a los que tienen memoria de 1973 y a los que tienen la responsabilidad de leer en esa memoria, una decisión que en los hechos anulaba al Parlamento, nos resulta familiar. O debería. Porque cuando el Poder Ejecutivo controla a los demás poderes del Estado, o los disuelve, el Gobierno se convierte inequívocamente en una dictadura.
Aunque la decisión fue anulada por la presión internacional, el mal, para el pueblo venezolano y para los intereses del propio Gobierno de Nicolás Maduro, ya está hecho. Para los venezolanos, porque el Gobierno dio un paso más hacia la consolidación de un proyecto que desde hace años se sabe autoritario. Para los intereses del Gobierno venezolano, también fue perjudicial, pues le dio los argumentos que faltaban a todos aquellos que en la región estaban esperando una señal inequívoca de la que agarrarse para afirmar lo que políticamente no podían asumir: que en Venezuela, no hay democracia.
Ayer, lo expresó el ministro de Economía uruguayo: no se puede decir que en Venezuela haya una democracia, dijo Astori. Un día antes, el presidente Tabaré Vázquez, que ha debido maniobrar en la interna frenteamplista ante los exabruptos del presidente venezolano, se pronunció duramente, emplazando a Nicolás Maduro a presentar pruebas de la conspiración entre EEUU y Uruguay que denunció.
Maduro insultó al canciller Rodolfo Nin Novoa. Había insultado tiempo atrás a otro jerarca uruguayo, el vicepresidente Raúl Sendic, una figura muy cuestionada pero que ostenta el segundo cargo en importancia del país, a quien el heredero de Hugo Chávez trató de cobarde.
Tuvo que venir un ataque directo y una acusación del régimen venezolano para que el Gobierno uruguayo se animara a reaccionar solo, sin negociar equilibrios en la interna del Frente, sin esperar a comunicados conjuntos de países de la Unasur o del Mercosur que lavan la culpa o diluyen el remordimiento de señalar lo que está mal en un Gobierno antes aliado.
¿Era tan difícil pronunciarse por una vez en nombre de todos los uruguayos que vimos indignados otro golpe de Estado en América Latina, sin sopesar tanto si se caldearía el ánimo de algún diputado o dirigente abonado a la tesis trasnochada del imperialismo?
Ahora, Astori dice, y reitera, que Maduro es un “malagradecido” que no valoró el esfuerzo de Uruguay para que Venezuela siguiera en el Mercosur. Y es verdad. Venezuela solo sigue en el Mercosur por Uruguay. ¿Pero para qué?
Uruguay y algunos países de la Unasur, pidieron el “restablecimiento del orden democrático” en Venezuela en tanto el Mercosur sostuvo que hubo una “ruptura del orden democrático” en ese país. Evitaron utilizar el término golpe de Estado, pero incluso así, no queda duda de que el régimen venezolano perdió pie también entre países como Uruguay, que llegaron a defenderlo por razones políticas internas y comerciales.
Llevó tiempo, y mucho, mucho desgaste al Gobierno uruguayo asumir una posición más categórica y dar de paso por superada aquella poco feliz definición de “democracia autoritaria” para referirse a Venezuela. Incluso para quienes entendemos que la aplicación de cláusulas democráticas es siempre un arma de doble filo que puede terminar dando argumentos al Gobierno en cuestión, convirtiéndolo en una suerte de paria que termina volviéndose mártir y ejemplo para quienes profesan la religión del autoritarismo, se hacía difícil entender tantos y tantos meses de indefiniciones.
¿Y para qué, si los amigos del Gobierno venezolano, al único país que atacaron directamente, fue a Uruguay? ¿Valió la pena? Fueron meses –años- de errores de cálculo y lectura que al final, no pagaron.
Ahora que Uruguay pasó a formar parte de la lista de victimarios de la Venezuela chavista, las cosas serán sin duda más simples para el Gobierno de Tabaré Vázquez. Podrá haber algún dirigente sindical que aplauda a Maduro en vivo y en directo y crea que quien critica lo hace porque forma parte de un complot de la derecha imperialista, o algún dogmático que seguirá creyendo en un destino glorioso para la ‘revolución bolivariana’. Pero el Ejecutivo uruguayo ya no tendrá que dar demasiadas explicaciones si, otra vez, entiende necesario trancar con una dictadura.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 05.04.2017
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.