Por Emiliano Cotelo ///
La veda proselitista que comienza esta medianoche es, debería ser, un par de jornadas de reflexión después de estos largos meses de campaña electoral que han pasado, valiosos, incluso con sus ruidos, sus desgastes y sus furias.
El domingo que viene, como tantos otros, muchos amanecerán tomando mate y otros desayunando con café, té y/o tostadas. Y muchísimos uruguayos, después o antes de “ir a votar”, se juntarán a almorzar con la familia o los amigos, tal vez con un asado de por medio.
Embanderados o sin alharaca, con emociones a flor de piel o más recónditas, analizando cada pequeño suceso como indicación de la fracción decimal de un resultado probable, jóvenes, veteranos y hasta los niños, viviremos un día especial. Es que mucho más allá de lo que a cada cual le parezca más adecuado o menos malo, la amplísima mayoría de la gente comprende o intuye que hay valor, mucho valor, en esa ceremonia colectiva. Y yo, que viví la dictadura y la transición hacia la democracia, pertenezco a una generación fundamentalmente comprometida con evitar los errores y horrores del pasado. Sé que tener la fiesta en paz es la base y la garantía de todo lo demás.
La ardiente paciencia
Conmovidos por las noticias que llegan desde Chile, Argentina, Bolivia y España, nosotros debemos proteger lo que persiste del trato “a la uruguaya” en nuestra cultura política. Ese intangible, que todavía impide excesos violentos, es un patrimonio que tenemos que defender con particular constancia, sin desmayos. En cada conversación y en cada actitud, el pensamiento y la acción tienen que estar en la construcción de un presente de discusiones más informadas para que exista un mejor futuro nuestro, en común.
Si alguien malinterpreta esta, mi apelación reiterada a las formas como una renuncia a los contenidos, se equivoca. No tengo, ni personal ni profesionalmente, resignación ninguna ante las inequidades sociales. Y no creo que la mayoría de los actores políticos en este país sean insensibles a ellas.
Para mí, la rebeldía válida ante las pobrezas, que son varias y no solamente económicas, es una reivindicación terca del diálogo desprejuiciado, con datos ciertos, imaginación y sin descalificaciones ni agresiones personales.
Es que uno, al comprobar las coincidencias que existen entre los programas de gobierno de casi todos los sectores políticos, no alcanza a comprender cabalmente por qué no se admite que “estamos fritos” sin acuerdos prácticos sobre planes de acción de corto, mediano y largo plazo. No hay contradicción entre sostener, por ejemplo, una severa persecución del delito y una atención igualmente severa a los derechos humanos de todos, víctimas y victimarios, dentro y fuera de la cárcel. O, para poner otro ejemplo, tampoco se contrapone más cobertura educativa con el aumento imprescindible de la calidad de lo que se enseña.
Nadie, en Uruguay, puede ignorar las postergaciones que siguen condenando a los menos privilegiados y a los más emprendedores. Y, precisamente por eso, nadie puede darse el lujo de consignas facilongas o principismos vacuos: en el espejo de la región tenemos que encontrar razones para remar coordinados ahora mismo.
Los gritones
En Chile, en la China o acá mismo, los que saquean supermercados y almacenes son de-lin-cuen-tes, y los manifestantes no, son personas preocupadas que ejercen su derecho a expresarse; los soldados que se desbordan cumpliendo su función, de-lin-quen; y los destrozos y los actos vandálicos y terroristas -sean del lado que sean: fachos, bolches, ecologistas o religiosos- son eso: actos vandálicos que procuran sembrar terror.
Eso, negarme a ciertos relativismos, es una apuesta que hago al respeto de las oportunidades y garantías individuales. A escala uruguaya, estos días que vienen -viernes, sábado, domingo y lunes- deben ser otra demostración de militancia ciudadana: ante los gritones, arremeter voto en mano.
La convivencia democrática es frágil y se resquebraja fácil: cada debate razonable la fortalece y cada agresión personal la debilita; así de radical es la cosa. Como todos sabemos que los absolutos son quimeras, admitamos que bestias pardas hay en todas las tribunas, pero que sean pocas y queden aisladas, ofendiendo en el vacío. Y que se imponga la calma de la voluntad mayoritaria de mantener en pie el estadio.
Durante estas cuatro jornadas que vienen los gobernantes, los dirigentes políticos y gremiales, todas las personas notorias, los periodistas y cada uno de los uruguayos tienen que volver una y otra vez a demandar y exigirse una tolerancia a prueba de estupideces, sean ajenas o propias.
Ojo con las redes sociales, ojo con las noticias falsas.
El discreto encanto de la votación
El desencanto no es tal: son una maravilla los saludos entre quienes esperan en la fila de cada circuito, a menudo entre vecinos o antiguos compañeros de la escuela y el liceo, la proximidad de militantes de dos o tres agrupaciones, las bromas amables de ironía risueña, hasta el grito ocasional que es mero entusiasmo partidario; todo eso es convivencia por encima de disensos.
En la vida política nadie es “la alegría”, nadie tiene “la fuerza”, nadie garantiza un futuro venturoso: todos merecemos, mal que bien, ganar el pan con el sudor de cada día y buscar felicidades para nuestros hijos y nosotros. Para eso es la tranquilidad de vivir en paz.
Matizados coexistimos cada día y así podemos enfrentar los problemas.
Tener, cuidar y valorar la paz. Esta obviedad no es muy publicitaria, ni tiene música: es necesaria, sencillamente, sobre todo en estos días de reflexión, previos a una decisión que, poco o mucho, influirá en la vida que tenemos.
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En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 24.10.2019
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