Por Carmen Asiaín ///
El martes pasado, el diario El País publicaba una nota titulada “Petinatti hizo un emotivo descargo sobre los mensajes de APU y sus apellidos de origen”. La nota recogía la respuesta del conductor del programa radial de Azul FM “Malos pensamientos" a la carta firmada por APU (Asociación de la Prensa Uruguaya) y posteriores mensajes por Twitter de ésta. Como sabemos, había habido un altercado por una chanza de Peti en un programa, ante lo cual un periodista se sintió ofendido, y los directivos de APU -incluyendo al ofendido- redactaron una nota en la que cuatro veces aludieron al Peti como “Freddy Nieuchowicz Abramovich”. El Licenciado dedicó un editorial de 10 minutos reaccionado a esta carta de APU. No nos centraremos en el fondo del asunto.
No soy una seguidora habitual del Licenciado Petinatti, como lo son algunos miembros de mi familia, aunque lo conozco como cualquier otro uruguayo.
Si pienso en Petinatti, de inmediato se me aparece su cara jocosa, sus ojos pícaros y brillantes que siempre parecen esconder una travesura, nunca -a mi juicio- mal intencionada. Y le sigo algunos de sus tuits muy ocurrentes.
La única imagen de un Petinatti más serio, es la que vemos año a año cuando somos testigos de su extrema generosidad cuando entrega su trabajo como voluntario en maratónicas jornadas de Teletón. No es que esté serio del todo -como digo, es casi imposible imaginar a Peti serio, por lo menos para quienes nos relacionamos con el personaje-, pero en esas ocasiones podemos decir que acomoda su actitud a la solemnidad de la obra con la que colabora, y aun alegre, deja sus humoradas picarescas para otro momento.
Por todo esto es que fue tan chocante encontrarnos con un Petinatti que ante los mensajes de APU se confesó no ofendido -pues debido a su valentía, no se permitió a sí mismo ofenderse- pero sí al menos afectado y yo diría, alerta y preocupado. Y no es para menos.
Hay pocas cosas más dramáticas que el oxímoron de un payaso triste. Y hablo de payaso con todo respeto a la noble profesión de hacer reír. Por algo hasta existe el “síndrome del payaso triste”, y por algo nos quiebra ver la tristeza del payaso en la ópera Pagliacci del compositor italiano Ruggero Leoncavallo.
Es que a Petinatti lo que le hicieron en nombre del Sindicato nada menos que de Trabajadores de la Comunicación Social -de la Comunicación Social- fue colocarle una estrella de David amarilla, para resaltar una cualidad del Licenciado -su origen y religión judía- que nada tenían que ver con el tema. Dicha actitud de los dirigentes de APU responsables de los tuits y de la carta es obscena, en el verdadero significado del término. Es obscena, pues no pertenece a la escena, está fuera -debe estar fuera- de ella. La cuádruple mención de los apellidos de origen judío de Petinatti, “Nieuchowicz Abramovich” (perdón por mi pronunciación de ignorante) quiso conducir de las narices a los lectores, de la escena real -las bromas del Licenciado pesadas o no, sobre una nota periodística- a otra escena, a otro nivel, haciendo visible, ostensible, aquello que para nadie había sido relevante: el origen judío del Licenciado Orlando Petinatti. Le colocaron una estrella de David amarilla. Eso hicieron.
Petinatti tuvo que hacer ver que él es uruguayo, que nació acá. No era necesario que lo hiciera, pero él se sintió en tal necesidad, y eso es triste. Él es uruguayo y es oriental, por haber sido parido en esta república oriental. Quien escribe no goza de tal orgullo, por haber nacido fuera, soy sólo uruguaya, y ello por ser hija de padre y madre orientales. No gozo del orgullo de llamarme oriental, como Peti.
En un país que se formó con la inmigración procedente de muchas partes del globo -europeos de varios orígenes, asiáticos, africanos- y de varias naciones -armenios, turcos, gitanos, vascos, gallegos, canarios, andaluces y la diversidad de naciones de la bota italiana-, ¿se nos van a andar desnudando nuestros apellidos para remarcar nuestros orígenes? ¿Con qué fin? No otro pensable que la discriminación, que hiende sus raíces en los mismos sentimientos de superioridad y desprecio por el diverso que inundaron a los responsables de un régimen a marcar al “diferente” (desde su particular perspectiva) con una estrella amarilla. Y eso fue sólo el comienzo.
¡Resulta que el Peti es descendiente de Abraham! ¡Vaya honor que muchos quisiéramos ostentar! Y si no se pudiera trazar su descendencia de este patriarca de las tres principales tradiciones religiosas monoteístas o “religiones del libro” (tal como se conoce a la judía, cristiana y al islam) pues este padre nació en Ur de los Caldeos hace como 4.000 años, Peti igual tiene el honor de llevar su nombre, mejor dicho, su apellido.
¿Nos creemos superiores por llamarnos Fernández, Rodríguez o Martínez, por descender de un Fernando, un Rodrigo, un Martín?
Todos somos inmigrantes o hijos de, por estos lares, salvo unos pocos sobrevivientes de Salsipuedes y algún otro puñado de nativos de estas tierras. Nuestra patria se ha forjado -gracias a Dios- de la rica amalgama de gentes de variado origen. Y seguimos siendo un país de puertas abiertas en bienvenida para albergar nuevas afluencias. De tal característica de nuestra patria, todos nos jactamos y enorgullecemos.
No, en cambio de actitudes repudiables como la descripta. Fue obsceno el cuádruple llamado de atención a todos, acerca de los dos apellidos judíos -que seguro tiene muchos más- del Licenciado Petinatti. Obsceno en sus dos acepciones: por no ser pertinente al objeto en discusión -y ergo “no pertenecer a la escena”- y por “repulsivo, detestable", posiblemente derivado de ob caenum en su raíz greco-latina, literalmente "de la basura". Esperemos que allí vayan estas escenas, a la basura de donde proceden, para desterrarlas de raíz.
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 20.11.2019
Sobre la autora
Carmen Asiaín nació en 1965, es abogada, profesora de Derecho Constitucional y actualmente senadora suplente por el Partido Nacional. Integra la Comisión de Ética de esa colectividad y fue presidenta del Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa.
***