Por Rafael Porzecanski ///
El lunes pasado, tras haber seguido la noche anterior todas las peripecias de las elecciones presidenciales en Argentina, desperté agradecido de vivir políticamente en Uruguay. Poco me duró esa complaciente sensación. A media mañana, me desayuné con la renuncia de Fernando Filgueira, el ahora ex subsecretario de Educación.
Un par de meses atrás, había visto a Filgueira en varios programas periodísticos departir sobre la educación pública uruguaya y sobre los cambios que se necesitan. Cada vez que terminaba de escucharlo quedaba con la misma impresión: Uruguay tiene el privilegio de tener a este hombre en un puesto clave de un servicio público esencial pero estropeado durante décadas.
Filgueira, además, no es sólo un técnico formado ampliamente en gestión e investigación educativa sino también un docente universitario brillante y ampliamente elogiado por estudiantes y colegas. Ahora, tras su renuncia, la ministra de Educación sostiene que el país nada pierde con su partida. Una de dos. Uno: la ministra miente a sabiendas para calmar las aguas. Dos: la ministra no tiene la más remota idea de qué se necesita para conducir el barco de la educación uruguaya, al que hoy deberíamos apodar Titanic.
Los casi ocho meses de gestión vazquista al frente del Gobierno han estado repletos de pésimas decisiones en la conducción educativa. La declaración de esencialidad de los servicios ante la huelga docente por el presupuesto fue, sin duda, la más errónea de las medidas. Como era previsible, lo único que terminó siendo esencial fue la marcha atrás de la medida apenas días después de haber sido aprobada.
Otro error evidente fue haber dejado alegremente convivir dos visiones educativas muy diferentes entre el MEC y el Codicen (ejemplificadas en las posturas de Filgueira por un lado y Wilson Netto por otro). Si el doctor Vázquez creía que Filgueira debía comandar los impostergables cambios educativos que el país necesita, pues entonces debió realizar los movimientos necesarios en el Codicen para apoyar esos cambios.
En lugar de ello, los ciudadanos terminamos observando cómo la ministra Muñoz le cortaba una intervención pública a Filgueira porque sus palabras no eran del agrado del Sr. Netto. Ese fue uno de los tantos desplantes que debió sufrir Filgueira en su corta estadía en el MEC.
En los últimos días, otra vez el gobierno se equivocó y feo. Tras salir al aire declaraciones del director de Educación Juan Pedro Mir cuestionando la capacidad de reformar drásticamente la educación en esta administración y proponiendo fijar objetivos más modestos pero alcanzables (una opinión discutible pero fundada), la inmediata reacción del presidente y su siempre mimada ministra fue remover a Mir del cargo.
Tras esta destitución, prosiguió la entendible renuncia de Fernando Filgueira, en solidaridad con un compañero clave de tareas y también como resultado de una incontable sucesión de destratos sufridos previamente. Así, lo que podría haber sido una pasajera y pequeña tormenta política al interior del Gobierno, culminó en una avalancha donde rodaron las cabezas de las dos figuras técnicas más importantes de un ministerio clave.
Si algunos gobiernos han sabido estar bien “con dios y con el diablo”, esta administración educativa es el perfecto reverso. Primero, con la esencialidad, se ganó la hostilidad de los ya de por sí difíciles sindicatos docentes y también de una porción importante de la ciudadana, de la oposición política e incluso de unos cuantos dirigentes frentistas. Y luego, cuando aquellas aguas volvían lentamente a aquietarse, la gestión vazquista cosecha dos innecesarias pérdidas ténico-políticas en el MEC que perjudican seriamente las chances de llevar adelante una reforma educativa sustantiva y favorable para los más necesitados: las actuales y futuras generaciones que harán uso de nuestro sistema educativo estatal.
Siguiendo por este rumbo, no habrá “cambios de ADN” como prometió Vázquez, ni “transfusiones” como pronosticó Mir. A lo sumo, se le pasará un poco de suero al paciente y esperaremos hasta que llegue el próximo doctor.
En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano rescata una genial frase de Onetti sobre la mediocridad y el ninguneo uruguayo. “Si Beethoven hubiese nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo”. Pues bien, si Fernando Filgueira hubiera nacido en uno de los tantos países cuyos estados hacen bien las cosas en materia de gestión educativa, estoy seguro que él sería una figura gubernamental clave, respetada y apreciada como corresponde. Pero como estamos en Uruguay los que se van son Filgueira y Mir y los que quedan son Muñoz y Netto.
***
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 28.10.2015, hora 08.05
Sobre el autor
Rafael Porzecanski es sociólogo, magíster por la Universidad de California, Los Angeles, consultor independiente en investigación social y de mercado, jugador profesional de póker y colaborador de EnPerspectiva.net.
Foto: Wilson Netto y María Julia Muñoz durante un encuentro en la Dirección Nacional de Impresiones y Publicaciones Oficiales (IMPO) titulado El nuevo ADN de la educación uruguaya, 24 de setiembre de 2015. Crédito: Pablo Vignali/adhoc Fotos.