Por Juan Ceretta ///
Carol tiene 38 años, es madre sola a cargo de cinco hijos, el menor de ellos apenas de cuatro años de edad.
Tiene cáncer de mama con metástasis en el hígado y en los huesos. Está en tratamiento de quimioterapia cada 21 días.
Es consciente de que se encuentra en la etapa terminal de su enfermedad, los dolores que solo se alivian con morfina se lo recuerdan a cada momento, el cáncer tomó gran parte de su columna, cualquier traumatismo podría terminar en una fractura y en un posible riesgo de muerte.
Los grilletes le dificultan caminar, y de allí el riesgo de sufrir una caída con graves consecuencias. Antes de estar presa tuvo trabajo formal, empaquetaba bandejas de pescado, pero una vez que perdió ese trabajo no encontró otras opciones que le permitieran mantener a su familia.
Estando privada de libertad, reclamó atención y acceso a su historia clínica, como le fue negada decidió hacer pública la situación, recibió represalias del personal de la salud que la custodiaba, negándole incluso el acceso a la medicación que le alivia los dolores.
En la actualidad su mayor deseo es poder ver a sus hijos más pequeños, pero no ha podido recibir visitas. Sus hijos tienen cuatro, seis, once y 16 años.
Escucho su relato, y sin entrar a juzgar las conductas que la llevaron a la cárcel, me pregunto dónde se encuentra la razón que lleva a que cada funcionario que la cruza en su camino se despierte la vocación de verdugo, de juez implacable, que no desperdiciará oportunidad de ningún tipo para hacerle sentir que debe pagar, de todas las formas posibles.
Me vienen a la cabeza palabras de Galeano cuando decía que el torturador además es un funcionario, que el dictador es un funcionario; burócratas armados, que pierden su empleo si no cumplen con eficacia su tarea.
Formateados así desde una etapa que no logramos superar, parece que no nos alcanza con el sistema de justicia ordinario, el Fiscal, el Juez, la cárcel, la privación de libertad, llevamos dentro una vocación indeclinable de ejercer el rol de verdugos de los que se han equivocado.
En esa dinámica parecemos movernos la mayoría, intentando no mostrar una sensibilidad que nos haga vulnerables al sufrimiento del otro. Estamos convencidos de que cuando menos, la indiferencia nos hace inmunes al dolor.
Tal vez se hora de decirle a ese verdugo que llevamos dentro que respire profundamente, que cuente diez, que deje que el amor se haga juez, porque lo otro nos está matando a todos.
***
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 19.04.2019
Sobre el autor
Juan Ceretta nació en Montevideo, es doctor en Derecho y Ciencias Sociales, egresado de la Universidad de la República; docente del Consultorio Jurídico y de la Clínica de Litigio Estratégico en la Carrera de Abogacía; coordinador del Laboratorio de Casos Complejos en DDHH, y representante por el Orden Docente en el Consejo de Facultad de Derecho. Activista en Derechos Humanos. Hincha de Racing Club de Montevideo.