
Chile-Uruguay
Por Homero Fernández
Lunes 08.09.2025
Elías Figueroa triunfó en Chile, Uruguay y Brasil luciendo una técnica única en la línea defensiva. Su presencia imponía en las dos áreas y no se achicaba ante los grandes delanteros como Pelé.
“Quisiera ser el Elías Figueroa de Europa”, dijo una vez la estrella alemana Franz Beckenbauer, en reconocimiento al defensa chileno.
La brillante historia de Figueroa comenzó como arquero, y las circunstancias y el crecimiento físico de su juventud lo llevaron luego hasta la mitad de la cancha para aprovechar su visión de juego y la técnica que mostraba con sus dos piernas.
Pero, un día faltó un defensa y el entrenador lo llamó y le dijo: “Elías, usted quédese al fondo que todos los delanteros le van a tener miedo por su altura”.
Y él se quedó ahí.
"Terminé jugando justo ahí donde no me gustaba, pero al final ya me encariñé con la posición. Me criticaban mucho al principio porque la paraba de pecho en el área, salía jugando, hacía túneles en el área chica. Me di cuenta de que toda la defensa contraria marcaba a los atacantes, pero uno aparecía solo porque nadie me marcaba", comentaba Figueroa.
No solamente sorprendía a sus rivales, sino también a sus primeros entrenadores. Les ponía el miedo en el cuerpo.
Cuenta Figueroa: “Había un director técnico argentino de nombre Martín García que levantaba las manos desde el banco cada vez que yo me iba al ataque.
Cuando llegamos a los vestuarios al final del primer tiempo va y me dice: Elías, ¿usted me quiere matar del corazón?”
Elías Figueroa debutó en primera división en el Santiago Wanderers de su natal Valparaíso a los 15 años y con esa edad, durante la previa del Mundial de 1962 le tocó, con su equipo, ser sparring de Brasil y marcar a delanteros de la talla de Pelé y Garrincha.
Aunque el buen porte lo distinguía en la cancha al lado de sus compañeros, Elías había tenido muchos problemas de salud durante su niñez. Difteria, asma y una poliomelitis que lo postró un año en cama y de la que salió para reaprender a caminar ayudado con muletas cuando tenía 12 años.
Esa entereza lo acompañó siempre en su progreso como deportista. “Si me pedían 200 abdominales, hacía 250. En las vacaciones, por ejemplo, descansaba cuatro días, pero al quinto salía a trotar, me movía, porque era casi una necesidad”.
Con 21 años, y después del Mundial de Londres de 1966, Figueroa llegó a Peñarol que acababa de coronarse campeón de la Intercontinental. Defendió a los aurinegros por seis temporadas y colaboró para que Ladislao Mazurkiewicz obtuviera un récord de valla invencible, casi 11 partidos sin goles en contra.
En 1972 marchó a Brasil al Internacional de Porto Alegre donde reafirmó su fama. Los duelos entre él y Pelé fueron una leyenda. El Real Madrid lo había pretendido, pero prefirió medirse con la galaxia de cracks brasileños de entonces.
Eso sí, había avisado a los delanteros ante las cámaras de la televisión: “El área es mi casa y ahí entra el que yo quiera”.
Después de Brasil vino el regreso a Chile, al Palestino; luego al fútbol de Estados Unidos adonde iban las grandes estrellas a tratar de impulsarlo por primera vez.
Colo Colo fue su último equipo, 18 años después de su debut.
“En ese puesto es de lo mejor que vi. Se pelea un poco con Franz Beckenbauer, que jugaba en la misma posición”, dijo una vez el maestro Óscar Washington Tabárez.
“Yo me hice jugador en Montevideo, que fue mi universidad de fútbol. Ya había jugado un Sudamericano y un Mundial con Chile, pero yo era un jugador muy nuevito. Me faltaba la personalidad que adquirí en Uruguay. Me faltaba la mentalidad ganadora. Ese Peñarol era dueño de casa en cualquier parte del mundo. El “Tito”, Forlán, Matosas, Pedro Rocha, Joya, Spencer, Abadie, Silva, Caetano, Mazurca … Jugando en ese equipo, aprendí que no existe la visita. ¿Cuidarnos por qué no estamos jugando en casa? ¡No, por favor, nunca! Ese cuadro era ganador. Yo no sé si el éxito tan grande que tuve después en Brasil hubiese sido tal sino pasaba por Uruguay”. Palabras de un grande.
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