
Chile-Uruguay
Por Homero Fernández
Sábado 06.09.2025
Como jugador era un especialista en convertir goles olímpicos y como director técnico hizo una escuela que influyó en toda América y de la que Nacional, en Uruguay, también se nutrió.
Fernando Riera es el entrenador más influyente en la historia del fútbol chileno.
Se colgó la medalla de ser el que más alto ha llevado a la Roja en un campeonato Mundial. Fue en 1962 cuando Chile fue sede y quedó tercero después de Brasil y Checoslavaquia, que habían llegado a la final tras derrotar a los chilenos 4 a 2 y a Yugoslavia 3 a 1, respectivamente.
Riera había comenzado su carrera como jugador a los 15 años en el primer equipo de la Unión Española, aunque fue en Universidad Católica donde se consagró como delantero, jugando, como ahora se estila, con el perfil cambiado. Llevaba el 11 pero era diestro.
Desarrolló una cualidad única por la que también se hizo famoso en Chile.
Y, así lo describía con sus palabras: “Contando los partidos internacionales, debo haber convertido 11 o 12 goles olímpicos. La mayoría desde la izquierda con la pierna derecha, pero también anoté desde la derecha pateando con la izquierda. Llegado el momento, se producía un gran silencio en el estadio cuando yo iba a tirar un córner. Fue tanta la presión que decidí dejar de patear los tiros de esquina”.
Terminó su historia como futbolista en Francia, y fue allí mismo donde decidió dedicarse a la dirección técnica y consiguió su título.
Era 1957 cuando fue designado para dirigir a Chile pensando en la gesta mundialista. Llegó, miró y decidió construir un centro de entrenamiento con más condiciones. “Se me ha contratado para hacer muchas cosas, muy interesantes, al estilo europeo. Preparar no solo un contingente internacional, sino crear un clima, reestructurar unos cimientos, hacer penetrar un estilo que se avenga con las características del jugador nuestro”, aclaraba Riera al asumir.
En cuanto a la forma de jugar su apuesta fue por un fútbol rápido, de toque, prolijo y sin brusquedades. Con el lema: “mientras tengamos la pelota, no nos harán daño”.
Después del Mundial, Riera empezó su peregrinaje. Su primera escala fue Portugal, llegó al Benfica para sustituir al famoso entrenador húngaro Bela Gutman. Riera heredaba un gran equipo encabezado por Eusebio, la “pantera de Mozambique”.
El primer gran reto fue jugar la Copa Intercontinental contra el Santos de Brasil.
Perdieron en Brasil 3 a 2 y en Lisboa 5 a 2. Pelé ganó el duelo con Eusebio.
Metió cinco goles de los ocho. Eusebio hizo solo uno.
Al año siguiente, en 1963, Benfica y Riera tuvieron la oportunidad de renovar el cetro europeo, pero cayeron ante el Milan.
Al entrenador chileno todavía le quedaba otra chance extraordinaria antes de regresar a su país, dirigir en Wembley al equipo del Resto del Mundo frente a
Inglaterra. Y, aunque tenía a Lev Yashin, Alfredo Di Stéfano, Eusebio y Francisco Gento, volvió a perder. Esta vez, 2 a 1.
Riera llegó a Uruguay en 1966 con toda su experiencia para dirigir a Nacional que tenía un equipo con figuras históricas como Emilio Álvarez, Jorge Manicera, Julio Montero Castillo y Domingo Pérez. Esa combinación le daría a los tricolores el Campeonato Uruguayo.
Pero, volvería a hacer maletas para retornar al Benfica. Pasaría luego por Boca Juniors, Oporto, Deportivo La Coruña, Marsella, Sporting de Lisboa, Universidad de Chile, Palestino y culminaría su carrera, en 1989, en Monterrey, México, donde ya había estado en dos períodos anteriores.
La influencia de Fernando Riera no solamente se dio en la forma de jugar.
Era duro: no aceptaba la falta de profesionalismo. Por ejemplo, si sus jugadores querían contraer matrimonio tenían que pedirle autorización. Se fijaba hasta en la forma en que se ponían las medias.
El gran futbolista chileno Ricardo Elías Figueroa lo definió con sus palabras:
“Era muy disciplinado, pero fue el mejor, el más ganador. Sabía mucho de fútbol, Era un adelantado para la época, hacía cosas que se ven hoy en día”.
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