
Foto: En Perspectiva
“Balacera en el Marconi. Ella tiene nueve años, juega en la calle y recibe dos tiros. Nochebuena en Peñarol. Tiene catorce años y una bala perdida la mata antes de Navidad. Enfrentamiento de bandas en Malvín Norte, tiros cruzados. Él tiene ocho. Muere. Pinar Norte, tres edades diferentes, el mismo ataque: dos, cinco y ocho años, bajan de un auto, a todos los balean, el que se muere es el menor. Punta de Rieles, tiroteo. Edad: once meses. La bala entra por la espalda, se queda alojada ahí dentro. Balacera contra una casa en Maracaná, mueren varios, muere él, de once. Un año, Cerro Norte, dos balas calibre 5.56 que perforan el tórax, un tiro más que va a parar al glúteo derecho. Muere”.
El texto que acabo de leer forma parte de un trabajo periodístico que se publicó este fin de semana en El Observador, escrito por Tomer Urwicz y Emanuel Bremermann.
El título del informe es: Vivir en estado de alerta: cuando los niños son "garantía" en bocas de droga, mulas camino a la escuela y sobreviven entre balazos.
El reportaje presenta un relato desolador sobre la realidad de niños y adolescentes atrapados en medio de la violencia del narcotráfico o el crimen organizado. Brinda detalles de casos específicos y gráfica una realidad muy cruda, que, sin embargo, es lo cotidiano para numerosos menores de edad.
Entre las varias repercusiones de la nota, Mariela Solari, directora de Unidad de Víctimas de la Fiscalía General de la Nación, escribió en sus redes sociales: “Muy doloroso de leer. A diario acompañamos infancias y adolescencias rotas. Es posible reparar pero debe ser un imperativo ético y de derechos que la infancia sea prioridad para que esto no suceda”.
Conversamos En Perspectiva con Solari para conocer más de cerca esta problemática social tan amarga, sus consecuencias y, si es posible, cómo cortar con ella.
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