Foto: Ricardo Antúnez / AdhocFOTOS
En mi relato anterior les conté una experiencia personal que viví siendo niña, en oportunidad que se trató de corroborar el lugar donde fue enterrado Fructuoso Rivera en la Catedral de Montevideo. En ese mismo relato me referí a la publicación de un folleto al final de la obra, en la que el arquitecto responsable, Rafael Ruano, y un equipo de técnicos asesores destacados, explican y fundamentan el proyecto realizado.
Sobre el final de esa publicación el arquitecto Ruano nos cuenta de la vuelta de las puertas originales de la Catedral colocadas allí en 1804. Ese fue el año en que se inauguró la Iglesia Matriz, en un acto solemne.
En 1907, casi 100 años después y al mes siguiente de que fueran colocados los portones de hierro que cierran el atrio, fueron retiradas esas puertas por considerarlas vetustas.
En un principio se pensó colocarlas en un templo que se construiría en Nico Pérez, y que finalmente no se llevó a cabo. Ante tales circunstancias, las puertas quedaron depositadas en una casa del Padre Isasa en Villa Dolores. Finalmente fueron instaladas en el recién terminado Santuario del Cerrito de la Victoria donde permanecieron hasta ser rescatadas para la Catedral Metropolitana.
Este es un relato que hizo el jesuita P. Guillermo Furlong en su obra sobre la Catedral de Montevideo, publicada en 1934.
En esa obra señala las excepcionales características de las puertas, una obra hecha a mano en madera dura de Paraguay por un ebanista, de los que quedaban pocos.
Además esas puertas fueron testigo de hechos históricos vividos por nuestro país. A poco de ser instaladas sucedieron las invasiones inglesas que a pesar de la resistencia de los montevideanos terminaron con la toma de la ciudad por los ingleses. Pero no fueron hechos internacionales los únicos que dejaron “cicatrices” en las viejas puertas. Cuando el motín militar de 1875, que le costó la vida a varios jóvenes opositores, las balas que los mataron dañaron las puertas.
Pero no solo fueron testigo de desgracias. Desde el Padre Larrañaga a Mariano Soler, cabildantes, presidentes y uruguayos orgullosos de su Templo Mayor colonial, declarado Monumento Histórico Nacional en 1975, lo exhiben a cuantas personas nos visitan.
Esta etapa terminó en 1949 y no fue la que conocí pero recurrí a material que heredé de mi padre, el historiador y docente Alfredo Castellanos, y estudié el tema.
Prueba de su importancia es la forma en que el arquitecto Ruano cierra el artículo escrito en la publicación “LA FACHADA DE LA CATEDRAL DE MONTEVIDEO” con la con que concluyó el trabajo, y significó el reintegro de las puertas originales de 1804, que “vuelven a girar sobre sus viejos goznes de otrora, como cuando se abrían a las generaciones de patriotas que fundamentaron nuestra nacionalidad”.
Rosario Castellanos, periodista.