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#B05 Con los pies en Europa

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Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández

Martes 30.07.2024

Habían quedado atrás los esfuerzos económicos para pagar el transporte. Ahora estaban en el puerto esperando zarpar hacia la aventura europea. Primer paso España, el segundo directo a París.

Viajar a París desde Montevideo en 1924 era un gran desafío.

Cuando aquella mañana del 16 de marzo llegaron al puerto los jugadores uruguayos, acompañados de familiares y de hinchas, les esperaba en el muelle el barco de casi 10 mil toneladas.

Se llamaba “Désirade”, como la isla del archipiélago francés de La Guadalupe avistada por Cristóbal Colón en su segundo viaje a América en 1493. Era un barco nuevo con capacidad para 100 pasajeros en primera, 40 en segunda y 85 en tercera.

Pertenecía a la francesa Compagnie des Chargeurs Réunis que en ese entonces poseía cerca de 40 naves.

Desde finales del siglo XIX la ruta atlántica transportaba miles de inmigrantes europeos a las tierras sudamericanas en busca de una nueva vida. Ahora, llevaría la ambición de unos futbolistas que querían conquistar la gloria olímpica.

Los nervios de la partida y la angustia de esa nueva experiencia prevalecieron sobre los discursos de despedida. Si todo iba bien les esperaban tres semanas de travesía.

La ruta primero tocaba puertos brasileños y luego cruzaba el océano durante 10 días desde Río de Janeiro hasta Dakar, en Senegal. Y de ahí a España.

Más allá de los inconvenientes tradicionales de los viajes marítimos, como el malestar físico, las condiciones meteorológicas, la bravura del océano y la convivencia en los camarotes, era imprescindible mantener en forma física a los jugadores.

Solo una vez tuvieron oportunidad de hacer una práctica de fútbol y fue cuando llegaron a Río. Por lo tanto, la estancia en el mar tenía que ser activa.

El golero Andrés Mazali, quien era el más dedicado al gimnasio del grupo fue el encargado de hacer las veces de preparador físico.

Asdrúbal Casas, el delegado del AUF en el viaje anotó en su informe:

“Se entrenan todos los días bajo la dirección de Andrés Mazali. Los dividió en dos grupos. Unos entrenan de mañana temprano; otros por la tarde. A bordo, los jugadores conquistaron la simpatía de todo el pasaje. Concitaron permanente atención. Las sesiones de entrenamiento tenían sus atractivos. Contagiante era la algarabía que originaban las carreras en posta que realizaban en la cubierta del barco salvando obstáculos naturales. Entusiasmados, los pasajeros daban marco a las competencias, aplaudiendo a los futbolistas, ofreciéndoles premios, perfumes, jabones y otros enseres a los ganadores de las pruebas”.

El capitán del barco también dejó escrita en una carta su experiencia con la delegación, a la que tachó como única en sus 38 años de carrera:

“Cuando el Désirade largó amarras en Montevideo, ya eran mis amigos; cuando zarpamos de Río de Janeiro, ya eran los dueños del barco con general beneplácito de todos. Hacían y deshacían, organizaban festejos y bailes cuando parecía que languidecía la alegría, canciones populares y manifestaciones encabezadas siempre por ‘ese diablo de Mazali’, para poner la nota de animación en mi nave. Fue, puedo asegurarlo, un viaje inolvidable”.

Llegaron a Vigo el 7 de abril, cansados y felices.

Banderas, pañuelos, vivas y sombreros esperaban a la expedición al ritmo de las marchas de la banda municipal.

A partir de ahora la celeste tocaba la puerta de Europa y de París.

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