Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Sábado 03.08.2024
Poco faltaba para que empezara a rodar la pelota para los uruguayos en los Juegos Olímpicos de París 1924 y urgía encontrar un nuevo alojamiento dada la precariedad de la Villa Olímpica donde habían llegado.
Héctor Scarone lo dijo claramente. “Si teníamos pretensiones de hacer algo en el campeonato teníamos que cambiar de sitio de concentración”.
En palabras del gran valuarte celeste “los viejos ranchitos del Buceo hechos con latas de querosén eran palacios comparados con aquellas covachas. En las cocinas se hacían los mismos platos para todos, lo mismo para nosotros que comíamos carne, que para los otros que comían yuyos. Los baños eran como baños de cuartel, en hilera y a la intemperie”.
En este punto crítico de la historia aparece Leónidas Chiappara, un arquitecto uruguayo residente en París quien se puso a las órdenes de la delegación ya como traductor o para facilitar la solución de problemas.
Chiappara terminaría formando parte del plantel oficial pues se necesitaban reglamentariamente 22 jugadores. Nunca entró a la cancha, pero tendría una medalla de oro.
Acompañado del delegado Casto Martínez Laguarda explora posibles oportunidades de alojamiento. Les convence la zona de Argenteuil, un refugio preferido en su esplendor por pintores impresionistas como Jean Monet, de quien hay un retrato en el lugar pintado por Auguste Renoir en 1873.
En ese entorno se destaca un viejo y pequeño castillo que había sido propiedad del compositor de ópera Ambroise Thommas.
Como si tratara de un primitivo Airbnb logran un acuerdo económico con la dama aristócrata que allí vivía, quien audazmente acepta alojar a una treintena de hombres de un país lejano.
Madame Pain era “una simpática viejecita, que desde ese día tuvo para la delegación las más gentiles atenciones y surgió como una verdadera hada para brindar a nuestros muchachos aquel calor afectivo que tanto debían añorar al evocar la familia, el hogar, todo lo que se había dejado lejos”, la describió Martínez Laguarda.
El lugar era la antítesis de la villa olímpica. Habitaciones amplias y luminosas rodeadas de jardines y árboles frondosos, espacios para unas buenas siestas y para entrenar. Madame Pain les regaló una pelota Michelin de goma con la condición que no dañaran los hermosos rosedales a los que ella dedicaba parte de sus días.
El defensa celeste Pedro Arispe, contó cómo se organizaron.
“La cena a cargo de Etchegoyen, quién se reservó la tarea de amasar y preparar los postres; yo el de la carnicería; el vasquito Cea, el de la bodega… y agua del pozo; Somma, de las compras de los vituallas y alimentos en el mercado para lo cual se hacía acompañar de Madame Pain, quien más tarde resultó nuestra verdadera madre; Mazzali, se hizo cargo del servicio de mozos. Minolli de la administración general y Chiappara nos sacaba de apuro oficiando de intérprete”.
Madame Pain resultaría pues una mágica e inesperada figura que acompañaría el andar celeste, no solamente en París, sino también en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. A través del intercambio de cartas se encargaría de apoyarles, darles consejos tácticos y psicológicos.
Con gran fe en sus “adorados niños” despidiéndose en una de ella, antes de la final con Argentina, con un “Viva mis queridos futuros campeones del mundo”. Y no era adivina.
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