Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Miércoles 07.08.2024
El partido con Francia llegó para mala suerte de los locales que preferían otro rival. Lo que parecía un partido parejo se transformó en otra aplastante victoria uruguaya esta vez con entrada directa a semifinales.
Pese a la reserva en que se querían quedar los jugadores uruguayos en las afueras de París, el castillo de Madame Pain cada vez iba estando más demandado por los periodistas que querían entrevistar a las sensaciones del campeonato.
El arquitecto uruguayo Léonidas Chiappara tenía más trabajo como intérprete.
Aunque también se divertía de lo lindo con las cosas que a veces inventaban los futbolistas. Como cuando le preguntaron a Héctor Scarone sobre las técnicas de entrenamiento para eludir a los contrarios con la pelota en los pies.
El hombre no se midió en la respuesta y les dijo a los periodistas que desde pequeños los hacían correr detrás de las gallinas para aprender sus movimientos.
Scarone protagoniza horas antes del trascendente partido contra Francia una extraña escapada de la concentración. Desaparece y nadie sabe de él.
Regresa y está casi a punto de ser expulsado de la delegación, pero los compañeros interceden. Hay una reunión entre el grupo y dos de los integrantes deciden regresar a Montevideo. Son Fermín Uriarte y Pascual Somma.
El primero lesionado y sin chance de jugar… ¿pero regresarse en momentos tan dulces? Algo muy difícil debió pasar.
Fuera del castillo todo Francia hablaba sobre el enfrentamiento entre los locales y Uruguay. No estaban nada felices con la suerte del sorteo.
Como tampoco con la que les obligó a cambiar la clásica camiseta azul por la roja. La similitud de colores obligaba a uno a sustituir su uniforme.
Uruguay había decidido que si le tocaba iba a jugar con la camiseta argentina.
Empezó el partido y mientras alguno se sentaba en la tribuna el pícaro y reprendido Scarone hace otra de las suyas. Al minuto estaba ganando Uruguay. Luego los locales hicieron el esfuerzo y lo empataron, pero José Naya puso la diferencia al cierre del primer tiempo.
Tanto miedo tenían a la capacidad goleadora del equipo celeste que se corrió la versión de que en agradecimiento a la buena actitud del público local, solo les ganarían por un gol de diferencia.
Pero los testimonios de los protagonistas cuentan que una entrada de Andrade contra un francés fue silbada y que a raíz de esa rechifla “la Maravilla Negra” se enojó y fabricó dos extraordinarias jugadas, casi idénticas, que terminaron en goles de Petrone y Cea.
Romano cantó lotería. Uruguay 5, Francia 1.
Después de la victoria en el castillo hubo desde fina confitería parisiense hasta criollo asado. Llegaron unos buenos músicos de tango y el baile gastó los zapatos. De invitada estaba la célebre escritora Colette, un escándalo viviente de París por sus amoríos, talento sin igual y sus desplantes.
Empezó con nariz respingada y terminó comiendo carne. “Los uruguayos son una extraña mezcla de civilización y salvajismo. Bailando el tangó son maravillosos, sublimes, superiores a los mejores gigoló”, escribió Colette que, de eso, sabía y mucho.
Uruguay, de a poco iba empezando a dejar de ser un nombre desconocido para ir poniendo un puntito en el mapa, al menos en el futbolístico.
Ahora quedaba la semifinal con Holanda. Las medallas estaban más cerca.
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