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#C3 El Rey de la olímpica

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Eliminatorias Mundialistas Uruguay-Perú
Por Homero Fernández

Miércoles 09.10.2024

En los años 60 hubo un futbolista peruano que aportó su talento para obtener conquistas internacionales resonantes del futbol uruguayo. No brilló en su selección y vistió dos veces la celeste.

Para los que nunca pisamos el Estadio Centenario en la época en que desplegaba su esplendor, Juan Joya Cordero era una bala que corría por la punta del ataque de Peñarol subido en los relatos frenéticos de los narradores de la radio.

Eran los años 60. Los que prometían revoluciones ideológicas y también de forma de vida: rock, minifaldas, amor y paz. El avance tecnológico que se instalaba con la televisión y la radio a transistores, la que permitía llevar la música a cualquier parte.

Y, en aquellas tardes de siestas domingueras, pegábamos la oreja y volábamos con él en cada carrera por la Olímpica. “Negro, el Once”, lo bautizó Heber Pinto, el famoso narrador conocido como “el relator que televisa con la palabra”. El fabricante eterno de metáforas que se pegaban para siempre en el imaginario del hincha futbolero.

Eran tiempos en que no había necesidad de ser políticamente correcto, aunque a pesar del mismo Joya el apodo le acompañó desde ahí y hasta hoy siendo leyenda. Juan Joya Cordero fue el primer gran nexo entre el futbol uruguayo y el peruano.

La única vez que jugó contra Uruguay se dio en el marco del Sudamericano de 1959 de Argentina. Los peruanos derrotaron 5 a 3 a los celestes y Joya hizo el segundo gol de los albirrojos. Allí lo vieron desde River argentino y negociaron con el Alianza de Lima, donde era ídolo. Llegó a Buenos Aires en 1960 y apenas completó la primera temporada.

Desembarcó en Peñarol en 1961 como delantero centro, como un “9”. Pero, en los aurinegros ese lugar tenía dueño. Entonces, el entrenador Roberto Scarone le propuso hacerse patrón del sector izquierdo del avance, ya sea como media punta o como extremo. Y, allí encontró su lugar. Cambió su estilo y aprendió. “Al principio no corría los pases de pelota larga cuando veía que no iba a llegar.

Cierta vez, un dirigente se me apersonó y me aconsejó que igual corriera, que a los uruguayos les gustaba el empeño, el esfuerzo de sus jugadores. "Al final se me pegó la forma de jugar y de encarar el fútbol de los uruguayos. Yo era un poco frío cuando llegué”, confesaría el delantero peruano al revisar su historia.

Y vaya si aprendió. Ese mismo año, en 1961, salió campeón uruguayo, de la

Libertadores y la copa Intercontinental. Juan Joya, fue el compañero ideal para Alberto Spencer, o para el “Pepe” Sasía, o para Héctor Silva. Hay quienes opinaron en su tiempo que la gran cosecha goleadora de Spencer no habría sido la misma sin el aporte del número 11 peruano.

Corría por la izquierda, llegaba al fondo y centraba al área. La fórmula perfecta que daba resultados contra el Benfica de Eusebio, contra el Santos de Pelé, contra el Real Madrid de Di Stéfano, contra el River de Amadeo Carrizo, o Nacional de Manicera y Emilio Álvarez, Joya también se daba maña para convertirse en goleador cuando era necesario, como contra Inglaterra, defendiendo a Perú con un recordado 4-1 en un amistoso internacional en Lima o con su doblete frente al Benfica.

Acabó su historia en Peñarol en 1969 con seis títulos uruguayos, dos Libertadores, dos Intercontinentales y una Supercopa Intercontinental.

Con la selección peruana no tuvo mayores éxitos, pese a formar también una muy buena delantera con jugadores como Juan Seminario, quien terminó siendo Pichichi con el Barcelona.

Joya alcanzó a vestir la camiseta celeste en dos amistosos, uno de ellos contra Alemania Oriental. Antes de colgar sus botines tuvo breves pasajes por Sud América, el Cinco Esquinas de Pando y Defensor, de Paso de los Toros y en un equipo de Chicago donde abandonó a los 40 años.

Su eterna carrera se apagó en Lima, en 2007, pero su leyenda como Rey de la Olímpica ya forma parte del monumento al fútbol mundial y de la historia del futbol uruguayo.

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