Eliminatorias Mundialistas Uruguay-Perú
Por Homero Fernández
Lunes 14.10.2024
En la historia común del fútbol entre Uruguay y Ecuador asoma la de un futbolista que llegó a Montevideo para ser el sucesor de Alberto Spencer, pero no pudo triunfar pese a su talento potenciado por sus limitaciones físicas.
Triunfar en el mundo del fútbol es una hazaña personal que incluye talento, trabajo y la cuota de suerte. Pero qué pasa si en esa carrera en contra de otras decenas de aspirantes en un equipo, donde solo participan once, se le suma una minusvalía física.
¿Qué tan fácil sería en el mundo actual del fútbol triunfar como lo hizo el uruguayo Héctor Castro a quien le faltaba parte del brazo derecho, amputado accidentalmente en su trabajo? El “divino manco”, como le decían, llegó a ser campeón olímpico y del mundo con la celeste, y con Nacional tres veces. Hizo 107 goles en su carrera y 18 con la selección uruguaya.
El primer gol del Mundial del 30 fue de su autoría y el último, el del 4 a 2 en la final con Argentina.
¿Y hasta dónde llegaría un futbolista que viera solo con un ojo? ¿Lo elegirían hoy para algún equipo importante? ¿Podría ser considerado apto para jugar en cualquier liga profesional o lo dejarían para jugar en una categoría especial?
Pues, hoy les quiero contar la historia de un futbolista ecuatoriano que con un solo ojo se convirtió en uno de los más célebres y premiados jugadores de su país, y ese éxito lo trajo para brillar en el fútbol uruguayo.
Su nombre: Paul Carrera. Todos lo conocieron como Polo Carrera. Debutó con 15 años en el club Liga Universitaria de Quito, donde brilló.
El origen de Polo como futbolista no fue distinto al de miles de niños de cualquiera de nuestros países. “Te juntabas con los amigos, cogías dos piedras, armabas el arco y te pasabas la tarde jugando. De alguna forma esta actividad permitía que las familias se conocieran y fueran más unidas. Hoy la gente ya no reconoce a sus vecinos”, recordaba Carrera en una entrevista.
“Estaba la señora que vendía muchas cosas, entre ellas unas pelotas de caucho que eran bien livianas. Lo que hacíamos con los amigos era abrir esas pelotas, metíamos papel periódico y trapos y las cosíamos; así se hacían más pesadas y podíamos jugar en la calle”.
La pierna izquierda de Polo se fue educando en esos lances hasta que ya en los tiempos de fama como jugador importante la hinchada le reconocía en su estadio el “rincón de Polo”, la zona cerca del área desde donde ejecutaba con maestría los tiros libres que se generalmente se transformaban en goles.
En Uruguay, la década de los 60 fue un momento de gloria, llena de trofeos y conquistas para Peñarol.
Pero, cuando a fines de la década empezó a llegar el desgaste y la natural decadencia los aurinegros buscaron en Ecuador a una nueva estrella que fuese el relevo de Alberto Spencer.
Y encontró a Polo Carrera. Su debut en el estadio Centenario en 1968 no pudo ser más prometedor. Hizo dos goles y fue la figura. A la semana siguiente todos regresaron a verlo. Pudo jugar con su ídolo Alberto Spencer de quien luego se convertiría en amigo y socio en algún negocio. “Era un jugador muy veloz, que tenía inteligencia para definir en la portería rival”, lo definió con sus palabras.
Sin embargo, la excursión de Polo resultó más ruido que nueces, algo no funcionó y la experiencia en Peñarol, aunque le valió salir campeón, solo le duró un año.
Al siguiente jugó en River Plate montevideano. Su regreso a Ecuador estaba cantado. Estaba vez cambió por Nacional de Quito. Transitó luego por varios equipos ecuatorianos y el Fluminense de Brasil, para retirarse donde había empezado, en la Liga de Quito.
Pero la vida de Polo no había arrancado tan perfecta. Su niñez escondía un momento duro que lo pudo haber dejado para siempre sin el futuro de triunfos que lo esperaba. Cuando tenía ocho años jugaba a los dardos en la escuela.
Alguien con mala puntería le clavó uno en un ojo y perdió esa vista para siempre.
Polo Carrera, el gran jugador, el crack admirado, el goleador, solo podía ver el mundo con un ángulo. “Con el tiempo me fui adaptando a ver solo con un ojo; ahí descubrí que el ser humano se puede acomodar a sus circunstancias y avanzar”.
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