Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Jueves 04.07.2024
Los héroes en la cancha a veces no son las grandes figuras, ni tan siquiera los entrenadores con sus decisiones, a veces están al borde de la cancha y mantienen un perfil demasiado modesto, pero son igualmente héroes.
La leyenda popular dice que en un partido del torneo sudamericano jugado en Lima en 1953 el entrenador del equipo al que le apodaban “el Brujo” viéndose desesperado por ganar un partido miró a la banca de suplentes y le pidió al aguatero que entrara a jugar.
Y es tan surrealista la escena que culmina como todos se lo imaginan.
El aguatero entró a la cancha y consiguió la victoria en el último minuto. Final feliz como en Hollywood.
Abrumada por tantos fracasos la dirigencia paraguaya decidió contratar al entrenador Manuel Fleitas Solich. Los jugadores estuvieron concentrados durante tres meses debajo de las tribunas del viejo estadio de Puerto Sajonia en Asunción en un régimen tan duro como el de una prisión.
Dormían al aire libre en unas camas facilitadas por el ejército y su rutina era fútbol y gimnasia dos veces al día. Comían en el bar de la esquina.
Los guaraníes debutaron contra Chile ganando 3 a 0. Empataron con Ecuador 0-0. Y volvieron a empatar con Perú 2 a 2. Pero, al final terminaron perdiendo el partido porque se despistaron y realizaron cuatro cambios en lugar de tres.
Los locales lo advirtieron, reclamaron y ganaron. Después vino Uruguay y también empataron 2-2.
Retornaron a la victoria ante Bolivia.
El gran desafío para seguir con aspiraciones era derrotar a Brasil.
No empezaron muy bien porque Santos hizo el primer gol para los que vestían por última vez la camiseta blanca con detalles azules. Los guaraníes no se rindieron y empataron. Pero eso no era suficiente.
Atención: aquí viene la verdadera historia del aguatero.
Faltaban cinco minutos. Fleitas Solich miró más de una vez a su banca.
Buscaba una solución. No tenía a su suplente favorito Milner Ayala, suspendido porque en el partido contra Perú le había dado una trompada al árbitro inglés.
Resignado llamó a Pablo León que hasta ese momento solo había tenido participación como aguatero y ayudante del kinesiólogo. Lo hacía como una manera de ayudar al equipo ya que el entrenador no lo tenía en cuenta para jugar, pese a que había sido convocado como delantero del Guaraní de Asunción.
Las crónicas dicen que Fleitas Solich le dijo en guaraní: “entrá y ganá el partido”.
En la primera pelota que tocó, León corrió como nunca por la banda derecha y veloz se fue directo al arco. Ya en la puerta de la meta y ante la oposición de un defensa brasileño que estiró la pierna, sacó un remate imparable que terminó en el gol de la victoria. Era una locura. Le ganaban a Brasil sobre la hora y la esperanza seguía viva.
Los únicos que podían ahogar la fiesta a paraguayos y brasileños eran los peruanos que si ganaban Uruguay podían coronarse campeones.
Los uruguayos venían de capa caída, así que Perú lo tenía todo servido. Ante esa perspectiva el entrenador de Paraguay resolvió abandonar la concentración y viajar a Argentina para negociar su futuro contrato.
No se sabe si tuvo éxito, pero su valía como entrenador lo llevaría a finales de esa década a dirigir por una temporada ni más ni menos que al Real Madrid.
Pero Perú no pudo con Uruguay. Perdió 3 a 0. La final entonces sería Brasil y Paraguay.
Enterado del resultado, Fleitas Solich tomó un avión y pudo llegar minutos antes de que comenzara la gran final.
El 1 de abril de 1953 Paraguay brilló en el primer tiempo y aplastó a los brasileños metiéndoles tres goles. Pero a los 15 minutos del segundo tiempo Brasil se puso 3 a 2.
Hasta que terminara el partido el dominio brasileño fue constante. El arquero guaraní Adolfo Riquelme atajó todo.
El único relator de radio paraguayo dejó de transmitir el partido y solo contaba los minutos que quedaban.
El final fue feliz para Paraguay. Mantuvo la ventaja, le ganó dos veces a Brasil y se clasificó campeón por primera vez, entre otras cosas gracias al gol conseguido por el puntero derecho convertido en aguatero, o si se quiere: por el aguatero convertido en goleador.
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