Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Lunes 24.06.2024
El partido más largo de la historia de la Copa América se jugó en Brasil en 1919 entre los brasileños y Uruguay.
Duró dos horas y media, y pudo haber sido interminable. No había entonces otro sistema para desempatar que los tiempos suplementarios.
Ambas selecciones habían llegado con los mismos puntos al término del cuadrangular de todos contra todos que incluía también a Argentina y Chile.
En su enfrentamiento particular habían empatado 2 a 2 luego de que el vigente campeón, Uruguay, se había adelantado 2 a 0. Pero ahora, era otra historia.
La final se jugó en el campo del Fluminense en Río de Janeiro con el arbitraje de Robert Todd, un juez inglés por primera vez en este torneo.
Una batalla enmarcada por la presencia de miles de aficionados, por las altas temperaturas y por lo que ocurría en un hospital carioca donde se debatía entre la vida y la muerte Roberto Chery, el golero uruguayo lesionado durante el partido con Chile.
El futbolista moriría horas después de esta final.
Pese a que los brasileños venían de hacer 11 goles en la competencia y los uruguayos 7, los porteros Marcos, de Brasil, y Cayetano Saporiti, de Uruguay, se convirtieron en verdaderas murallas que impidieron el lucimiento de los afamados delanteros de la época.
Con los jugadores agotados tras 120 minutos una genialidad del mejor jugador brasileño a dos minutos de comenzado el segundo alargue, le da la alegría al estadio y a todo el país. Brasil se pone 1 a 0 y así terminarían los 150 minutos.
Y, el primer héroe brasileño era especial: mulato y con nombre alemán. Arthur Friedenreich. Hijo de un empresario alemán y una lavandera negra, Arthur se fue abriendo camino en el mundo futbolístico en base a su talento. No era fácil. El fútbol era para blancos, los bares eran para blancos, los lugares
públicos eran para blancos.
Gracias a la ayuda de su padre pudo entrar en el club formado por emigrantes alemanes que disputaba una liga en Sao Paulo. Su habilidad para manejar las dos piernas y la capacidad para inventar sobre la marcha lo hicieron precursor del “jogo bonito” que luego desarrollarían Pelé, Didí y Garrincha.
Cuando llegó el momento de llamarlo a la selección brasileña hubo resistencias, entre ellas la del presidente del país Epitacio Pessoa que temía que alinear a un mulato podía hacer a la selección objeto de burlas. La presión popular tuvo más peso y por eso sería el primer futbolista que no era blanco
en el combinado brasileño.
La capacidad goleadora de Friedenreich era inagotable y en la historia del futbol brasileño hay varias publicaciones que lo ponen por delante de Pelé.
Que hizo más de los 1284 goles de Pelé, que lo superó por más de 100. Pero, la falta de registros confiables abre la duda. Desventaja y ventaja.
Lo oficial es que el Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, le reconoce 354 goles en 323 partidos, un promedio de 1,1 goles por partido. Nada despreciable aún en nuestros tiempos.
Carlos Maranhão lo describe así en un artículo publicado en la revista deportiva Placar, en los años 80.
“Vestía con elegancia sus ternos de lino irlandés, bebía su cerveza Sudamérica, tomaba su cognac francés en la Confitería Vienesa perfumando el ambiente con el suave aroma de sándalo que se desprendían de sus carísimos puros llamados “Para la Nobleza”, frecuentaba los cabarets de la madrugada paulista y, naturalmente, se levantaba tarde al otro día. En el vestuario mientras esperaba que se le secara la gomina se tomaba un trago. ¿A alguien le importaba?
Arthur Friedenreich, “El Tigre”, “El Rey del Fútbol”, “El Rey de reyes”, “El mulato de ojos verdes”, “El galán de las Américas”. El héroe brasileño del partido más largo de la historia de la Copa América, corrió detrás la pelota hasta los 43 años cuando se retiró en el Flamengo.
Ya tenía la gloria asegurada: le había dado a Brasil el primer título internacional.
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