Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Jueves 20.06.2024
La primera semilla de lo que hoy se llama la Copa América se plantó en Argentina en 1916 con un cuadrangular entre los anfitriones, Brasil, Chile y Uruguay. El torneo lo ganaron los uruguayos, quienes también dominaron el primer tercio del Siglo 20 del futbol internacional.
El goleador de aquel campeonato se llamó Isabelino Gradín. Apenas hizo tres goles, pero le bastaron.
Este montevideano, descendiente de esclavos africanos, había debutado en Peñarol a los 21 años, pero su paso por el aurinegro sería tan rápido como su zancada en el tiempo en que a los que jugaban por las bandas se les llamaba puntero derecho o puntero izquierdo.
En 212 partidos con los aurinegros consiguió 101 goles.
Cuentan las crónicas de la época que Gradín lucía su excelsa velocidad tanto para hacer un dribling como para bajar a defender.
“La gente se levantaba de los asientos cuando él se lanzaba a una velocidad pasmosa, dominando la pelota como quien camina. Tenía cara de Dios y era un tipo de esos de que cuando se hacen los malos, nadie le cree”, escribió de él Eduardo Galeano en “El Futbol a Sol y Sombra”.
Sin saberlo, el aporte mundial del moreno delantero estuvo en ese primer partido ante la selección de Chile en Argentina, el 2 de julio de 1916.
El triunfo uruguayo fue por 4-0 y los chilenos reclamaron el partido acusando a Uruguay de alinear a dos jugadores “africanos”. Además de Gradín jugaba Juan Delgado, otro jugador afrodescendiente de Peñarol.
Esa era la primera vez en que una selección rompía el prejuicio de
alinear solo jugadores de una raza.
En el siguiente sudamericano, disputado en Brasil, Gradín fue también un ejemplo de antirracismo que ni siquiera los brasileños eran capaces de vencer ya que no alineaban a ningún jugador de raza negra.
Fue tal la calidad exhibida por Gradín en las canchas que de él se inmortalizaron versos como los del poeta peruano Juan Parra del Riego:
“Ágil, fino, alado, eléctrico, repentino, delicado, fulminante, yo te vi en la tarde olímpica jugar. Y te vi, Gradín/ bronce vivo de la múltiple actitud/zigzagueante espadachín del golkeeper cazador…”.
Isabelino compartía la pasión por el fútbol con el atletismo.
Él quería jugar al futbol, pero también correr, y aún en esa época amateur no podía ser compatible.
Entonces, decidió alejarse un tiempo de la pelota y con algunos amigos decidió fundar un club de atletismo. Le llamaron Olimpia.
Para confirmar que era tan bueno en las pistas como en las canchas, entre 1918 y 1922 llegó a ser campeón sudamericano de 200 y 400 metros y también en relevos en esas distancias.
Aunque por su desempeño como futbolista pudo formar parte del equipo de futbol que habría de ganar la medalla de oro en la Olimpiada de París en 1924, Gradín no fue tenido en cuenta por diferencias con la Federación Uruguaya.
Tres años más tarde, ya al borde del retiro, fue invitado a viajar a Ámsterdam para participar en la siguiente justa olímpica, pero en esta ocasión fue él quien dijo no.
Otra vez los celestes fueron campeones olímpicos sin el sensacional puntero izquierdo.
Paradójicamente, en una plazoleta en la Ciudad Vieja de Montevideo que hoy lleva su nombre hay una placa que reza: “Isabelino Gradín, orgullo del deporte nacional y campeón olímpico”.
Aunque los tres goles de Gradín de 1916 escribieron un valioso precedente contra el racismo, hoy más vigente que nunca en la historia del futbol mundial, el final de su vida no fue tan glorioso.
Al borde de la pobreza extrema terminó en el Hospital cercano al puerto montevideano.
Fue ahí donde un famoso periodista deportivo lo entrevistó. Al pedirle un título para su reportaje el exjugador le dijo, recordando el repique de los tambores del sur montevideano: “¡Borocotó, chas, chas!”
A partir de entonces el reconocido periodista uruguayo, valuarte de la revista argentina “El Gráfico”, pasó a firmar sus artículos como Ricardo Lorenzo, Borocotó.
Una tarde de diciembre, también llegaron al mismo hospital los campeones uruguayos de Peñarol de 1944 para compartir la copa con él como regalo de Navidad.
Gradín tocó el trofeo y fue feliz. Tres días después moría.
El primer goleador de la Copa América que rompió la barrera del racismo no llegaba a cumplir 50 años.
“A Isabelino Gradín como estrella fugaz le fueron concedidos tres deseos: que brillara en canchas y pistas, que le cantaran los poetas y que no se le olvidara”, así está escrito para siempre en el Libro de Oro del centenario de Peñarol.
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