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Entrevista central, jueves 16 de febrero: Luis Romero Álvarez

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EC —Vayamos al video. Corresponde a una entrevista que le hicieron en Canal 4 y que se subió a YouTube hace un mes, el 15 de enero. Desde entonces suma casi 60.000 visualizaciones –en realidad hay más de una versión, alguna más corta, alguna más larga–, pero en estos últimos días en particular tuvo un empuje en las redes sociales. A mí, por ejemplo, entre domingo y lunes me llegó por lo menos tres veces. ¿Esperaba esa repercusión? ¿Cómo ha visto este fenómeno?

LRA —Para nada. Soy un sorprendido del funcionamiento de las nuevas tecnologías y de las redes sociales.

EC —¿No hay una “operación” detrás de esta difusión masiva del video?

LRA —No, para nada. Fui un sorprendido, a mí me lo pasó alguien porque había subido a YouTube, lo subió un señor Muller, creo –a quien no conozco–, la primera vez y desde entonces me lo mandaron muchos amigos que lo reenviaron y los pusieron en WhatsApp, en Facebook y todo eso. Para nada fue una operación que yo quisiera; si hubiese sabido cómo hacer algo así, lo habría hecho mucho antes.

EC —¿Ahora le gustó la idea? ¿Puede ser para el futuro un instrumento?

LRA —[ Se ríe.] ¡Claro!

EC —Vamos al fondo del asunto. En la columna de El Observador Agropecuario del 9 de diciembre, usted ya advertía lo que dijo en enero en el video: que el mundo está cambiando. Y lo marcaba con tres señales, que menciona en el video: la nueva política de crecimiento de China, la aprobación del Brexit en Reino Unido y la victoria de Trump en Estados Unidos. ¿Qué tienen en común esos tres ejemplos?

LRA —Creo que hay que mirar el mundo en función de lo que está pasando más recientemente. El mundo cambia rápido y hay que obedecer al decimoprimer mandamiento, “darse cuenta”. Lo que ha sucedido es el avance de la globalización, que no es nada nuevo, es la versión acelerada por todas estas tecnologías modernas que hay ahora de los conceptos más fundacionales de la ciencia económica que trajeron al mundo Adam Smith y David Ricardo en 1700 y pico, cuando uno hablaba de la mano del mercado que iba decidiendo las cosas, que nadie la gobernaba pero que al final daba un resultado, y el otro hablaba de la especialización, Portugal, su vino y la lana de otro lado, en fin, cómo la especialización iba llevando a que cada cual se especializara en lo suyo.

En el siglo XX, Friedman refinó esa teoría con la teoría de las ventajas comparativas, y presentó como ejemplo aquello del abogado y su secretaria: el abogado es buen abogado y su secretaria es buena secretaria, pero resulta que el abogado es mejor dactilógrafo, tipea mejor que ella. Entonces la teoría de las ventajas comparativas no dice que cada cual tiene que hacer lo que hace mejor comparado con los demás, porque si eso fuera así, el abogado tendría que hacer los escritos y tipearlos porque es mejor que ella en las dos cosas. La teoría de la ventaja comparativa dice que uno tiene que hacer aquello en lo que es mejor comparado con uno mismo y dejar que los demás hagan aquello en lo que son mejores comparados consigo mismos. Eso lleva a una especialización mundial, todo el mundo tiene algo que hacer, porque, por flojos que seamos, algo hacemos mejor que otra cosa, y en eso nos tenemos que concentrar. Esa es la teoría de la ventaja comparativa, que está clarísima, que enriquece a todo el mundo y que a veces a los países les cuesta obedecer.

La globalización arranca con fuerza en los últimos tiempos en que se deslocalizan industrias enteras. Pero ya no pequeñas ramas de actividad, industrias enteras se van totalmente y se van muy rápido. Entonces es evidente que la globalización tiene ganadores, pero también es evidente que tiene perdedores. Me refiero a personas que ven destruido de un día para el otro y sin tener culpa su capital humano. El armador de autos de Detroit, cuyo padre y cuyo abuelo fueron armadores de autos y que se especializó, tomó cursos, aprendió de chiquito y es un gran armador de autos, que monta los tableros de los vehículos como los dioses y tiene 50 años, un día se encuentra con que no tiene trabajo y que tiene que salir a conseguir otro trabajo en algún sector de servicios como mozo de bar, para lo que no fue preparado, no sabe, no tiene capital humano y por lo cual, por supuesto, el salario es totalmente diferente. Él es un perdedor. ¿Tiene culpa? No. ¿Es justo que le destruyan el capital humano de un día para el otro sin decir agua va? No.

Eso es lo que está en el corazón, en la raíz del triunfo del Brexit y del triunfo de Trump. Porque la globalización está bien, va a pasar, el camino es ese, hacia ese lado vamos todos, no hay discusión, pero tiene que ser discutido el timing. ¿Tiene que ser de hoy para mañana? ¿No se puede graduar, no se puede planificar, para que esa persona que tiene 50 años, cuyo hijo ya está estudiando ingeniería electrónica y nunca va a ser armador de autos pueda terminar su ciclo? ¿No se le puede respetar su capital humano cuatro, cinco, ocho años más? ¿Tiene que ser liquidado hoy y sin compensación? ¿Por qué? ¿Quién lo dijo? ¿Es justo? ¿Qué político está defendiendo eso?

Yo siempre pongo este ejemplo: si la globalización destruyera las casas de los trabajadores, si se dijera “acá hay 10.000 que pierden su trabajo” y entonces va una topadora gigante y les aplasta las casas a los obreros, eso sería detenido por la política de cualquier país en dos horas, el Parlamento de cualquier país sacaría una ley, detendría la destrucción de casas en dos horas. Pero les destruimos el capital humano, que es muchísimo más grave que destruirles la casa, porque por supuesto no pueden pagar su hipoteca, pierden la casa, pero además pierden todo lo demás, hasta pueden perder su familia, y eso está bien, lo dejamos correr. ¿No hay solución? Claro que hay solución. Ahí está la raíz de lo que está pasando con la globalización, la parte negativa de la globalización y lo que hay que corregir.

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