
EC —La globalización se pasó de rosca, dice usted.
LRA —Demasiado acelerada.
EC —Entendido perfectamente el análisis, pero me llama la atención cómo en esta observación, en este enfoque, coinciden hoy analistas de distintas posiciones ideológicas. En el mes de noviembre entrevisté, estuvo sentado allí en la misma butaca que usted, a Roberto Savio, periodista, fundador de la agencia Inter Press Service, un hombre que no tiene nada de liberal o neoliberal; al contrario, diría que está del otro lado del espectro ideológico. Y él decía cosas muy parecidas a las que dice usted: la victoria de Trump y el triunfo del Brexit se explican porque la globalización está en crisis y “no dio lo que prometió”; “mirar la economía en términos macroeconómicos, mirar el crecimiento del producto bruto nacional y no ver cómo este crecimiento se distribuye significa que todo el mundo está contento con el crecimiento mundial, sin darse cuenta de que esta realidad desplaza del mercado de trabajo, no se dan cuenta de la realidad de la vida de muchísima gente que está resentida, que tiene una frustración muy seria y se refugia en fenómenos como Trump”, etcétera. ¿Cómo se entiende esta coincidencia?
LRA —Lo que estamos diciendo es que la globalización tiene ganadores y perdedores y que los perdedores no pueden ser perdedores así nomás. En eso estamos totalmente de acuerdo. No estamos de acuerdo en que la globalización fracasó. La globalización no fracasó, si hubiese fracasado habría sido detenida, y no fue detenida. Hay que ajustarla, como nunca habíamos tenido una globalización de esta escala y de esta velocidad nadie estaba preparado para manejarla. El sistema político mundial no estaba preparado para hacer lo que se debe hacer.
En nuestro país antes de esta globalización acelerada y profunda tuvimos algo parecido cuando salimos de la sustitución de importaciones. La Cepal en los 50, con Raúl Prebisch, creó el concepto de sustitución de importaciones, que era el faro del pensamiento para la época, y los países latinoamericanos entraron de cabeza, Uruguay incluido, en ese concepto. Decía que para ser desarrollado había que tener industrias de todo, y si uno no tenía industrias de todo era un país atrasado. Por lo tanto, para conseguir que acá hubiera industrias de todo, había que levantar enormes aranceles, protecciones, cuotas, etcétera, para que fabricáramos heladeras, autos, baterías, lo que fuera, todo había que fabricarlo acá dentro de casa.
Eso se probó en todos los países del mundo y terminó en un gran fracaso, porque básicamente la sustitución de importaciones genera un efecto de atraso del tipo de cambio estructural. Porque ¿quién compra dólares en un mercado? Los importadores. Si no importamos nada, nadie compra dólares. Si nadie compra dólares, el precio del dólar cae, porque al final es un mercado, tengamos el régimen cambiario que tengamos. Un dólar atrasado, el atraso cambiario estructural, genera que los exportadores no pueden exportar y caen. Entonces aquellos que protegimos no pueden crecer porque acá entra una fábrica de baterías, una fábrica de heladeras, no entran cinco.
En el primer momento de la sustitución de importaciones crecemos rápido porque aparecen esas primeras fábricas, pero como no tienen competencia no son muy competitivas, no tienen buenos costos, no tienen buena calidad y no pueden exportar. Y no entra una segunda fábrica. O sea que al principio la sustitución de importaciones da un crecimiento bueno y una buena generación de puestos de trabajo, después esto se estanca, pero “gracias” a la sustitución de importaciones, cae el tipo de cambio real, cae el tipo de cambio estructural, tenemos un atraso cambiario estructural y los exportadores no pueden crecer, se estancan y caen. Resultado: toda la economía se estanca. Esa es la sustitución de importaciones, así funciona, así fracasa.
Eso lo vivimos de punta a punta, hubo que desarmarla. ¿Cómo la desarmamos? Eso fue nuestra pequeña globalización. Basta ir a los barrios, en los barrios hay manzanas enteras con fábricas enormes vacías, donde había buenos operarios trabajando en curtiembres, fábricas de zapatos, laneras, textiles, etcétera. Además esos trabajadores tenían la ventaja de tener el trabajo al lado de su casa en los barrios, no tenían dos horas de ómnibus para ir y dos horas para volver, como ahora, que nadie se las paga y en las cuales no está atendiendo a la familia. Eso lo liquidamos porque había que liquidarlo, en vez de hacerlo en un sistema gradual, de un día para el otro. Y las fábricas quedaron vacías y la gente quedó sin trabajo y sin haber tenido tiempo de crear una alternativa.









