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Entrevista central, jueves 23 de noviembre: Alejandro Klein

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EC —Uruguay es un país… ¿qué?

AK —Es un país donde la gente no muere, que es diferente. La realidad de las sociedades centenarias no es que la gente envejece más, es que la gente no se muere, no se sabe cuándo va a morir. Hace 70 años una persona de 70 años sabía más o menos que se iba a morir, hoy en día se pasó de la muerte inminente a la muerte desplazada, la persona de 70 años no sabe cuándo se va a morir. Una persona que nace hoy en día en Japón tiene una expectativa de vida de aproximadamente 86 años, y para el año 2050 va a tener una expectativa de entre 100 y 120 años de vida. Por supuesto las desigualdades cuentan; en Sierra Leona hoy una persona tiene una expectativa de vida de 48 años.

EC —En Uruguay, por lo que veía y por los estudios que tiene la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), la esperanza de vida actual es de 77,23 años.

AK —Sí, pero va a aumentar, creo que es muy conservador ese número, 77 años es demasiado conservador para los datos que estamos manejando en la Universidad de Oxford. Y el tema no es que aumente, es que hay un nuevo ambiente de identidad, hay un nuevo ambiente cultural que permite que aquellos a los que antes llamábamos adultos mayores ya no sean adultos mayores.

EC —Justamente, ¿qué implica hoy el envejecimiento o lo que antes llamábamos envejecimiento?

AK —Si no tienen enfermedades orgánicas crónicas, demencia senil, etcétera, es una nueva oportunidad de vida. Eso es lo que implica el envejecimiento. La sociedad ha permitido, habilita y además promueve la experimentación subjetiva en la vida de los adultos mayores.

EC —Experimentación subjetiva…

AK —Quiere decir: consiguen una nueva novia, conservan sus vínculos, viajan, hacen grupos de tercera edad, aprenden una nueva profesión. Básicamente la alta experimentación subjetiva es el fin del estereotipo del adulto mayor como un decrépito que está en la plaza Independencia tirándoles miguitas a las palomas. Es el fin absoluto.

EC —¿Es el fin absoluto? ¿O es el fin para un sector de la población? ¿No se requiere también un determinado nivel socioeconómico para que esa nueva vejez transcurra de esa manera que estás mencionando?

AK —Tu pregunta es muy interesante.

EC —Hablaste de viajes, por ejemplo. No todos los viejos pueden viajar.

AK —Efectivamente, hay un factor socioeconómico que te da distintas oportunidades. Pero en distintos niveles, según las investigaciones que estamos haciendo, los cambios en los roles y en los posicionamientos de lo que era ser viejo antes están cambiando. Básicamente la idea es: hoy casi ningún abuelo quiere ser un abuelo como el abuelo que tuvo, quiere ser un abuelo distinto. Están en confrontación con sus propios abuelos, con su propio pasado. Si hay algo global en este mundo, este es un fenómeno global. Va más allá de clases sociales, va más allá de culturas y más allá de regiones.

EC —¿Qué cambios trae esta nueva era en las estructuras familiares? ¿Qué papel juegan hoy los abuelos, por ejemplo?

AK —Fundamental y crucial. Porque en este momento los abuelos son en gran medida, para muchos de sus nietos, el sostén y el referente social. Los padres no pueden serlo, los padres están en este momento en una fase de agotamiento en su capacidad de paternidad y maternidad.

EC —Esa es otra característica de los tiempos que estamos viviendo, un exceso de trabajo en los activos, quizás más allá de lo necesario.

AK —Eso es lo que yo llamo estructura de padres agobiados. Las nuevas modalidades del mercado de trabajo son la hiperadaptación y el modelo gerencial propio del neoliberalismo, en que te tienes que adaptar. Pero te recuerdo que no solamente los padres trabajan 14 horas por día, los niños hoy van a la escuela y además de la escuela, de las cuatro horas que eran cuando yo era niño, tienen que hacer danza, dibujo, inglés, alemán y deberes. Se pasan 14 horas adentro. La estructura de hiperadaptación está en toda la sociedad como un precio que hay que pagar por el miedo a perder el empleo.

EC —¿Entonces, el abuelo…?

AK —Entonces, obviamente, cuando llegan a la casa no tienen ni tiempo, ni paciencia, ni capacidad de diálogo para tolerar los conflictos de los hijos. Y el abuelo está ahí claramente como un referente de escucha, que es fundamental, siempre ahí, fiel y permanente.

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