
DQ —Si bien esta novela precede en el tiempo narrativo a Araoz y la verdad, uno puede ver en esta historia una reivindicación del futbolista del que estamos hablando, Perlassi, porque en su momento fue una especie de héroe muy cuestionado por lo que no hizo en un partido clave, y acá es admirado por el hijo de un exempresario, sale triunfante en su patriada. ¿Coincidís con esto?
ES —No lo sé. En Araoz y la verdad se habla de una traición futbolística, y yo no he tomado partido en cuanto a si estuvo bien o estuvo mal. Y si me preguntás si en La noche de la Usina está bien esto de ir a robarle al que te robó, tampoco lo sé. Como no sé si está bien meter en una jaula al asesino ilegalmente suelto que mató a tu mujer. No lo sé, me gusta preguntármelo. Y me encanta que los lectores se lo pregunten y eventualmente se lo contesten. Yo no tengo las respuestas, pero me hace bien hacerme las preguntas.
EC —¿Cómo fue para ti concretamente aquella crisis?
ES —Perdí todo lo que tenía en el banco, como cualquiera de clase media, pero no me quedé sin trabajo. En ese sentido la pasé mucho mejor que los muchos que perdieron su trabajo. Yo estaba con mis horas de clase, lo único que tuve que hacer fue ajustarme el cinturón, no salir de vacaciones tres o cuatro años, cambiar de los fideos de primera marca a los de segunda marca y todas esas cosas que uno hace…
DQ —Ubicar los patacones en algunos lugares…
ES —¡Ah, no me recordés los patacones! Era un infierno. Nos pagaban en esa seudomoneda a los que éramos empleados del Estado, como los docentes. Pero no me pasó nada más que eso. Fueron tres o cuatro años duros, pero tapado de horas de clase, un plato de comida no te iba a faltar en la mesa, que creo que es la verdadera diferencia entre vivir una crisis y padecer una crisis. Yo la viví, no la padecí.
EC —La noche de la Usina, ese es el título de la novela que te hizo ganar el Premio Alfaguara este año, se presenta hoy mismo en Montevideo, con entrada libre, en el Auditorio Nacional del Sodre, en la zona del Perifoneo. Quizás a alguno pueda sorprenderle la integración de la mesa…
ES —A mí también me sorprendió.
EC —… porque además de la escritora Claudia Amengual, estará sentado allí el maestro Óscar Washington Tabárez. ¿Cómo surge esa relación?
ES —De la mejor manera: parece que al maestro le gusta lo que escribo, desde aquellos lejanos cuentos de fútbol. Ayer el maestro tuvo la gentileza de invitarme al predio de la selección…
EC —Estuviste en el Complejo Celeste.
ES —Estuve en el Complejo Celeste –qué lindo que está, por otra parte–, y me contó que estaba dirigiendo en Vélez, en Argentina, en el 2000, y no sé si fue el mismo Apo el que regaló el libro Esperándolo a Tito, que eran todos cuentos de fútbol. Ahí el maestro, que es lector, se copó con esos cuentos, le gustaron y medio que se convirtió en mi lector. Yo tenía alguna referencia de que le gustaban mis cosas, pero no me imaginé que la gestión de la gente de la editorial iba a dar lugar a que el maestro aceptara y me diera este honor de integrar la mesa con Claudia Amengual. Así que voy a estar como con las dos vertientes, la literaria y la futbolera. Yo los dejo hablar a ellos en la presentación.
EC —¿Cómo ves el proceso del maestro Tabárez? ¿Tenés una opinión hecha? Tenés que hablar bien de los uruguayos: estás acá, tenés que vender libros… A ver cómo te las arreglás.
ES —¡Los envidio! Escuchame, esto de que a los buenos les vaya bien… Una cosa es que uno admire a los buenos, pero si encima a los buenos les va bien… Decís: “Tal vez el mundo es menos injusto de lo que yo pensaba”. Después resulta que no, que el mundo es tan injusto como uno sospechaba, pero está bueno confundirse de vez en cuando y pensar que no. Y realmente vos lo escuchás, ayer estaba con los chicos de la sub-15, la sub-17 que iban a entrenar ahí al predio, y cada pibe que entraba venía, lo saludaba, el maestro tenía una palabra para cada uno. Era lindísimo pensar “pucha, lo que están sembrando estos tipos”. Independientemente de lo que pase después con la vida de cada uno de esos chicos, de si serán profesionales, no lo serán, serán exitosos, no lo serán, pero están siendo educados. Entonces qué bueno eso, y qué bueno que también uno ligue desde lo deportivo de vez en cuando –hablamos también de eso–, porque uno tiene su proyecto, tiene sus valores y todo, pero de vez en cuando tenés que ligar un tiro para el lado de la justicia, ponele un penal errado en un cuarto de final del Mundial, por ejemplo, para que eso se pueda consolidar y seguir adelante.
EC —Te preguntaba al principio por tu relación con Uruguay, por tus visitas a Uruguay, y tu vínculo con Uruguay tiene también algo que ver con la literatura: tú escribiste un cuento a propósito de Maracaná, que más de un oyente hoy de mañana temprano recordaban cuando les preguntábamos por tu obra y si la habían leído. Por ejemplo, Hugo señalaba: “Sacheri contó cómo se puede conquistar a una mujer a través de la historia de Maracaná”.
ES —Sí, el cuento se llama Una sonrisa exactamente así. Desde chico, cuando me topé con un documental en el que entendí lo que había sido Maracaná, me quedé asombrado. Ustedes se enteran, me imagino, por tradición oral; yo me enteré por un documental. Me asombró esa historia, y ya cuando estaba haciendo esto de jugar al escritor, digo “alguna vez me gustaría escribir algo sobre el maracanazo”. Pero sentí que está todo escrito, en realidad ya está todo escrito desde que lo jugaron…
DQ —Ahí escribieron la hazaña.
ES —Claro, jugaron ese partido, lo ganaron 2 a 1, listo, ya no hay más que escribir. Sin embargo podés sumarle testimonios de los jugadores, también de los brasileños derrotados, lo que quieras. Ahora, ¿qué puedo contar yo literariamente 60 años después? Entonces me dije: una historia de amor en un bar de Buenos Aires, donde un flaco acomete la imposible tarea de sentarse a la mesa de una chica que le gustó por la vidriera y que la chica no lo eche por loco, por salvaje y por metido. Y para eso acude a la historia de los uruguayos. Entonces el desafío se traslada del partido a esta empresa loca del flaco, que usará a los uruguayos como excusa y como trampa narrativa para “mientras te cuento esta historia no me echás de la mesa”. Va un poco por ese lado. Quedó lindo ese cuento, me gusta cómo quedó.
EC —A los uruguayos por lo visto también.
Francisco, un uruguayo que nos escucha desde San Pablo, quiere saber: “¿Y de historia?”. ¿Como historiador no has escrito anda?
ES —Me gustó siempre mantener las dos esferas separadas. Entiendo que haya gente a la que le guste juntarlas y de hecho la novela histórica es un género muy visitado tanto por escritores como por lectores, pero a mí me gusta mantener esto de la historia, la ciencia, la docencia en un mundo más de criterio de verdad, y el mundo del juego. Tengo dos grandes juegos en mi vida, que son la literatura y el fútbol. Y el trabajo científico, el de la historia.
DQ —Aunque también te guste la memoria y no como algo simplemente decorativo.
ES —No, seguro, pero cuando te preguntás por la historia me interesa al menos intentar ir hallando verdades, parciales, momentáneas, provisorias, pero buscando esto de “vamos a ver qué pasó realmente”. Cosa que en la literatura a uno no le pasa.
EC —Estás dedicado plenamente a la literatura. Sin embargo, reservás unas horas para dar clases.
ES —Exactamente, mal que les pese a mis alumnos, sigo los lunes dando clase.
DQ —Y sigue escribiendo su nombre en el pizarrón cada vez que entra.
ES —Cada primera clase lo sigo anotando y los pibes te ponen cara de “ay, ya sabemos que se llama Sacheri”. Pero es parte de poner bien los puntos el primer día. Como todo docente sabe, lo que hacés el primer día es clave, clave, y define todo el resto del año.
EC —Lo elemental, la pregunta obvia: ¿por qué seguís dando clase una vez por semana?
ES —Y la respuesta obvia: porque me gusta mucho. Lo disfruto mucho y me parece un trabajo útil. Es todo un privilegio tener un trabajo que es útil. Todo trabajo honesto es útil a su manera, pero si encima sentís que le estás siendo útil a otro –insisto, aunque los alumnos se opongan a ser educados–, vale la pena.
***
Transcripción: María Lila Ltaif









