
EC —Dos años después, el golpe de Estado, otra de las marcas. Wilson va al exilio unas horas después de la disolución de las cámaras y usted permanece en el país. ¿Por qué se dan esas dos conductas?
CJP —Ante la inminencia del golpe de Estado, la misma noche tuvimos una larga reunión con Wilson. Él me anunció que se iba a ir, estaba en una situación difícil, y yo había resuelto quedarme cualesquiera fueran las circunstancias. Además quedó la idea de que la fórmula debía proyectarse en una resistencia a la dictadura dentro de lo que era posible, y así surgió el triunvirato que nombró el PN como autoridad de emergencia. Disueltos los directorios de los partidos, proscritos sus dirigentes, prohibida toda actividad política, tres personas podían, en pequeñas reuniones en casas de familia o de cualquier manera, ir proyectando la acción del partido, de alguna manera haciendo una acción de resistencia, la que era posible realizar en medio del terror que ya se había desatado sobre el país.
EC —Ese fue el papel que le tocó jugar en aquellos años. Interlocutor de Wilson, además, a través de las cartas. Usted escribió y publicó un libro, que fue motivo de nuestra anterior conversación en octubre de 2013, Wilson, las cartas desde el exilio, un libro que revela varios de aquellos textos.
CJP —Sí. Fue una circunstancia curiosa, yo tenía guardadas esas cartas, y en un acto que hubo en la Universidad de homenaje a Wilson y a Michelini me invitaron a hablar, y me pareció que lo mejor era leer trozos de las cartas de Wilson para que realmente se conociera su lucha en el exterior. Y cuando terminé, Gerardo Caetano me dijo: “Ah, no, eso hay que publicarlo, y si usted no me da esas cartas yo se las tengo que robar”. Así surgió el libro.
EC —Sigo recorriendo su historia, su trayectoria y también momentos, mojones, señas: la botella de vino envenenado que usted de manos anónimas en 1978. No fue el único que recibió esas botellas, otra fue para Luis Alberto Lacalle y otra fue para Mario Heber. Y todos sabemos lo que pasó, la esposa de Mario Heber, Cecilia Fontana, abrió aquella botella, probó el vino y murió envenenada.
CJP —Era un hecho increíble, se volvía a la práctica de los Borgia del siglo XV, el envío del veneno. Parecía inconcebible que en el Uruguay se vivieran esos momentos. Nosotros en principio no creímos de ninguna manera que tuviera veneno, resolvimos no tomarlo, pero era inconcebible lo del vino envenenado.
EC —Las botellas venían con una tarjeta que aludía a hechos políticos, una presunta nueva etapa que se iniciaba en plena dictadura todavía.
CJP —Efectivamente, decía “para beber, celebrar el 31 de agosto, con motivo de los cambios que se van a operar para la patria”. Nosotros creímos, en nuestra ingenuidad de luchadores clandestinos, que alguien de adentro nos avisaba que iba a pasar algo. No concebimos lo del vino. Alguien incluso en una reunión que había en mi casa esa noche, de unas 10 o 12 personas, también hablando de todos estos temas, pensó en tomar el vino, pero como era una botella de tres cuartos era imposible para tanta gente. Entonces felizmente no se tomó. Y la señora de Heber no creyó, como no creímos nosotros, a pesar de que resolvimos no tomarlo.
EC —La decisión de ustedes de no beber el fino no fue porque temían que estuviera envenado.
CJP —Era un regalo anónimo, no se sabía de dónde venía.
EC —Pero dio la causalidad de que no lo tomaron, pudieron haberlo tomado, perfectamente.
CJP —Claro, fue un poco por casualidad.
EC —El episodio nunca fue aclarado, pese a que hubo investigación parlamentaria e investigación judicial. ¿Tiene alguna hipótesis sobre quién fue que envió esas botellas?
CJP —Fue la dictadura. Pero individualizar quién lo hizo… no me atrevo a decir. Hay distintas versiones. Una versión que se dio de inmediato era fruto de la división que en ese momento se operaba en la cúpula de las Fuerzas Armadas, por un lado una línea más de transacción, que se pensaba que iba a ser de transacción, y otra más dura, más inflexible, y que en esa lucha por el poder había aparecido alguien a crear un hecho que conmoviera a la opinión pública y definiera esa lucha interna que había en el gobierno. Esa fue una de las tesis. Incluso la embajada americana creía que era eso, o por lo menos nos decía que creía que era eso.
EC —Mi pregunta iba más directo a su convicción personal, si usted ha logrado hacer una composición de lugar, si tiene la impresión de quién fue que mandó esas botellas.
CJP —En torno a la dictadura se movían militares y civiles, y civiles con una concepción muy totalitaria, muy arbitraria, muy al estilo fascista, y de ahí debe de haber venido, suponemos. Hay quien dice que fue el mensaje que se mandaron unos a otros los militares que se disputaban el poder. Yo creo que no solo fueron los militares, he pensado que también deben de haber intervenido civiles.
EC —¿Tiene un nombre en la cabeza?
CJP —No, no.
EC —No le voy a pedir que me lo diga, pero ¿tiene un nombre?
CJP —No. Yo pedí la reactivación de las investigaciones y se realizó una investigación policial, pero fue pour la galerie, porque se llegó a saber dónde se había vendido el veneno, quién lo había comprado y que se había dicho que era para curar árboles, para proteger árboles de los parásitos. El veneno no era para eso, era un veneno que se usaba mucho en el campo para matar zorros y animales dañinos, era un fosforado muy fuerte. Pero finalmente, cuando se fue a citar a la persona que lo había comprado, no estaba en el país.
EC —¿De qué año está hablando?
CJP —Más o menos de 1984, 1985. Esa persona no estaba en el país, la persona que, según dijo el emisario, compró el veneno para curar árboles. No se la pudo ubicar. Se pidió a la embajada americana, al gobierno americano, al Departamento de Estado, que nos mandara la información, se pidió por intermedio del Servicio Diplomático de Uruguay. Y es curioso, hay información, pero en la transcripción de la información aparecen grandes espacios en blanco, que son reservados o son secretos. Ellos sí saben, es muy probable que sepan, pero no nos trasmitieron nada, ninguna pista posible.
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EC —Carlos Julio Pereyra tiene 94 años. Es maestro y profesor. Fue elegido edil del PN en Rocha en 1951, ese fue el comienzo formal de su carrera política. Integró el Consejo Departamental de Rocha (ejecutivo departamental colegiado) en el período 1959-1963. Fue elegido diputado por Rocha y asumió el cargo en 1963. Participó de la fundación del MNR en 1964, que pasaría a encabezar tres años después. Fue elegido senador en cinco oportunidades consecutivas. Fue candidato a vicepresidente de la República en la fórmula con Wilson Ferreira Aldunate en 1971. Y fue candidato él mismo a presidente en 1989 y 1994.
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