
NB —Le tiró el problema.
SD —Claro, le tiró el problema arriba y él quedó ahí. Y cuando termina el partido, Defensor estaba tirando córneres a favor, y en un momento dado la pelota deriva adonde estaba Beethoven Javier, él pensó en pegarle para arriba para que el partido terminara, y en ese momento el árbitro lo termina y agarra la pelota con la mano. Y ahí empieza a correr, la pelota quedó ahí, entonces todo el mundo se acercó para abrazarlo y él empieza a correr, y en lugar de correr para Herrera y Reissig, corre, como decía Víctor Hugo, para el Río de la Plata. Y empezó a dar la vuelta al revés, y dijo: “Ta, esta es la manera de festejar”. Eso es lo que dijo Beethoven Javier, sus compañeros lo siguieron. Muchos de sus compañeros dicen que no sabían ni para dónde estaban corriendo, estaban corriendo para donde pintaba. También es cierto que mucha gente lo interpretó como que fue una señal de resistencia, y tal vez eso sea lo más importante, porque es la vuelta olímpica más recordada del fútbol uruguayo.
EC —Es que había muchos elementos para avalar esa interpretación, en el propio Club Atlético Defensor. Por ejemplo, el vice de la época, Eduardo Arzuaga, era amigo íntimo y compañero político de Zelmar Michelini, también socio de Defensor, que había sido asesinado en Buenos Aires dos meses antes.
SD —Sí, el 20 de mayo, y esto fue el 25 de julio.
EC —Y el presidente, el capitán Julio César Franzini, había sido compañero del vicealmirante Zorrilla en la contención de la intentona golpista de febrero de 1973, era un marino constitucionalista. Y podríamos seguir sumando.
SD —Lo de Graffigna, por ejemplo, afiliado clandestinamente al Partido Comunista que se había ido de Chile contrario a la dictadura de Pinochet. Estaba jugando allí, en un momento se sintió perseguido, agobiado, y se vino al Uruguay, donde también fue perseguido. Le allanaron la casa, lo detuvieron durante ese campeonato y después de ese campeonato también. O sea que el equipo y el club tenían un perfil institucional antidictadura, y tenía un grupo de jugadores que eran en su mayoría de izquierda. Había algunos que no.
EC —Cubilla, nada menos.
SD —Cubilla era pachequista.
EC —Era pachequista y fue traído por el técnico, que era comunista. Una cosa que en su momento dio para especular sobre cómo se iban a llevar. Y sin embargo…
SD —Se llevaron muy bien, porque De León –destacado por todo el mundo– generó mucha pluralidad, que era algo que en el Uruguay en ese momento no se podía. Me parece que ahí Defensor dio una imagen de que se podía convivir pese a las disparidades en cuanto a la ideología política.
EC —El libro se ocupa especialmente de ir informando de una manera detallista, a través de los diarios, acerca del contexto político que atravesaba el país, el contexto de la región. Hay páginas y páginas dedicadas a eso. ¿Cómo influía esa situación en el plantel, en el funcionamiento del equipo?
SD —No se hablaba tanto de política, pero había ciertos jugadores que estaban muy enfocados en el tema, como por ejemplo Pedrín Graffigna, que estaba todo el tiempo tratando de hacerles la cabeza a sus compañeros, por ejemplo de que además de sentirse jugadores de fútbol se sintieran trabajadores, porque los jugadores de fútbol eran trabajadores, y también sobre el contexto que estaban viviendo. Había algunos jugadores que lo sentían mucho más y que lo comunicaban, y había otros que no, pero se entendían todos, se escuchaban. Creo que eso marcó un poquito la diferencia con relación a otros planteles. No era que estuvieran todo el día hablando de política, pero cuando uno sacaba el tema y realmente le influía el problema de la dictadura y demás, los demás lo escuchaban, lo arropaban y estaban dispuestos a ayudarlo. Cuando Graffigna fue detenido el plantel lo arropó, Cubilla –esto lo dice el propio Graffigna– incluso movió algunos contactos para que fuera liberado. Pese a que había disparidad de opiniones, sí había una ayuda mutua entre todos. Y eso lo había generado De León.
EC —“La comunidad”.
SD —Por eso Caetano se refiere a “la comunidad”. Y así como en los temas políticos, también en otro tipo de temas. Por ejemplo, Gregorio Pérez estaba pasando penurias económicas en ese momentos, iba a entrenar caminando, y cuando los jugadores se enteraron le dijeron: “No podés ir a entrenar caminando, te vamos a ayudar y te vamos a pagar el boleto”. Él no quería que le pagaran el boleto, quería pagárselo él, pero todos estaban dispuestos a ayudarse.
NB —¿En qué medida la campaña de Defensor del 76 fue una distracción de los problemas que atravesaba el país y en qué medida fue un símbolo de resistencia? Porque puede ser tomada como las dos cosas.
SD —Claro, muchas veces el fútbol sirve para tapar los desastres que hacen los gobiernos totalitarios. En la región tenemos muchos casos, como por ejemplo el Mundial de Argentina, que fue en el 78, e incluso el Mundialito aquí en Uruguay, en el 81. En este caso me parece que fue al revés, que mucha gente tomó el fútbol como una lucecita de esperanza ante lo que estaba sucediendo, como diciendo “los poderosos pueden caer, el statu quo puede verse alterado y un chico puede conseguir algo grande”. Es por eso que la gente arropaba a Defensor. Defensor no tenía mucha hinchada en el 76, tampoco tiene mucha hinchada ahora, iban a verlo 10, 12, y a un partido Defensor-Liverpool en el estadio fueron 18.000 personas. Evidentemente había algo más que lo futbolístico.









