
EC —¿Qué consecuencias tiene este panorama de infraestructura y de personal que está describiendo?
LA —Es un binomio complicado para una organización que tiene la responsabilidad que tiene la Armada. En primer lugar, tiene la implicancia del esfuerzo que debemos hacer para esa renovación, ese reclutamiento. Desde el punto de vista moral también tiene un efecto muy importante, porque está claro que en el caso del personal superior esta es una carrera 100 % vocacional, cuando uno ingresa a ella tiene una ilusión, una expectativa, es algo que se siente. Acá nadie entra por el dinero, pero llega un momento de la vida en que la realidad empieza a golpear. Entonces nos afecta muchísimo porque son profesionales que tenemos estar recuperando continuamente. Otro tema importante es que en los últimos años ha disminuido el nivel de ingresos en la Escuela Naval, la escuela de formación de oficiales, justamente porque la profesión dejó de ser tentadora. Nunca lo fue, pero en algún momento uno podía disponer de otros recursos y vivía sin lujos pero relativamente bien.
EC —¿Y qué implica el capítulo equipamiento? Por ejemplo, ¿estamos incumpliendo tratados internacionales en cuanto a asistencia en altamar? ¿Estamos en condiciones de llevar a cabo eficientemente el control de la soberanía?
LA —No incumplimos nada. Realizamos todas las tareas y cumplimos con la misión. De hecho, un caso muy significativo fue el que ocurrió en mayo pasado, cuando un buque de 320 metros de eslora partió de un puerto de Brasil y se hundió en la mitad del océano Atlántico, en el área de jurisdicción uruguaya. En un tiempo récord alistamos el ROU Artigas, que estuvo 17 días en el mar, navegó unos 6.800 kilómetros en esos 17 días y permaneció en la zona donde se hundió el buque, por lo cual dimos respuesta a una obligación que tiene el Estado cuyo instrumento es la Armada.
EC —¿A qué velocidad se hizo el viaje? ¿Cuánto se demoró en llegar y cuánto debió haberse demorado, cuánto pudo haberse demorado con otro tipo de naves?
LA —Pusimos seis días en llegar, y si hubiéramos tenido un buque más veloz seguramente habríamos puesto cuatro, porque la distancia era muy grande.
EC —¿Y no habría sido también una solución tener barcos navegando de manera permanente cerca? ¿Debemos tener ese tipo de patrullaje?
LA —No, debemos tener el patrullaje que realizamos, que es el control de aguas jurisdiccionales, no para atender un incidente de búsqueda y rescate, que son casos aleatorios y nunca se sabe cuándo van a ocurrir. Y de hecho damos respuesta de forma permanente a distintas distancias de la costa. Sí hacemos el control de aguas jurisdiccionales, justamente para verificar que nadie esté incumpliendo, que no se esté verificando un ilícito, como puede ser una pesca ilegal o una contaminación, porque los buques pueden estar haciendo alijes en altamar y también es parte de nuestra responsabilidad controlar que eso no ocurra.
EC —¿Eso podemos hacerlo de manera eficiente?
LA —Eficiente no, lo hacemos.
EC —Usted mencionaba recién los inconvenientes que tenemos con los aviones y los helicópteros.
LA —Eficiente no, porque para mí para poder hacerlo eficientemente hay que tener un buque que esté haciendo un control de aguas jurisdiccionales prácticamente en forma permanente.
EC —Y eso no ocurre.
LA —No, en forma permanente no. Justamente, para poder hacer eso uno tiene que tener la disponibilidad de buques que puedan rotar, porque desde el punto de vista logístico, desde el punto de vista humano, es imposible tener esa carga permanente estando en el mar. Como es un área donde se requieren buques con determinadas capacidades de porte, con determinada autonomía, que puedan sostenerse y permanecer en el área, y verdaderamente no tenemos la cantidad de buques con esas capacidades que estén en forma permanente allí cubriendo el control de nuestras aguas jurisdiccionales.