
RA —Quedó claro que no es tan sencillo como campo-ciudad, que esa dicotomía nunca fue tal claramente, la usamos para simplificar el debate. Yendo a la historia, ¿dónde iniciarías el recorrido histórico que marca lo que han sido las diferencias entre el campo y la ciudad a lo largo del tiempo? ¿Ya en el primer movimiento independentista con José Artigas a la cabeza se ven esas dos realidades?
AR —Claro, y a su vez en ese momento, si empezamos a hablar de 1811, en una supuesta entrevista radial de la época, el historiador del momento te podría haber dicho “pero esto se remonta más atrás”. Porque hay que recordar que a lo largo de la colonia la corona estuvo muy preocupada por lo que se llamó el problema del arreglo de los campos. El problema en aquella época era la improductividad respecto a la cantidad de terreno disponible, la economía depredatoria, la laxitud en la zona de fronteras, la tierra de nadie desde el punto de vista del control estatal, o sea la imposibilidad de controlar el territorio con alguna forma de orden o con disposiciones de cualquier tipo, tanto económicas como políticas y policiales. No había control sobre la campaña, existía el contrabando, existían los llamados hombres sueltos de la campaña, que representaban un peligro físico, y existía la indeterminación de la propiedad, la superposición de formas de usufructo. Había gente que trabajaba la tierra pero esa tierra no le pertenecía, había gente que tenía un pacto de trabajo con el dueño de la tierra, era una especie de servidumbre, por decirlo de alguna manera para simplificar las relaciones muy complejas de dependencia, lealtad, usufructo del trabajo de uno a cambio de la protección militar que le podía brindar el otro. Ese problema del arreglo de los campos es el que de alguna manera, a su forma y en su momento histórico, intenta enfrentar la revolución artiguista, fue uno de los tantos problemas que tuvo que enfrentar.
RA —Supongo que ahí un mojón tiene que ver con el Reglamento de tierras artiguista de 1815.
AR —Sí, pero siempre tendemos a hacer de Artigas ese señor gigantesco y que todo lo resolvía como con una vara mágica. Su gran propuesta para el campo es el Reglamento de tierras de 1815, y se suele olvidar que el Reglamento de tierras surge de una reunión del gremio de los hacendados con el delegado político de Montevideo y con el comandante de armas artiguista, que en ese momento era Fructuoso Rivera.
De las propuestas de los hacendados salen las medidas que Artigas toma para intentar varias cosas a la vez. Por un lado un objetivo político, que era gratificar con tierras a los suyos, que tenían ya muchos años de lucha y de entrega y de pérdida de cosas materiales, entre otras la vida, la vida de familiares, así que ahí hay un precio político, “yo apoyo a los míos y esta reforma es para mi gente”. Hay una señal política importante.
Hay también una necesidad económica, tratar de que el campo produjera más en base a un productor mediano y que ocupara la tierra, porque uno de los grandes problemas era el ausentismo, el dueño de la tierra se comportaba en su tierra como si fuera un clandestino, una vez al año mandaba a alguien, ni siquiera iba él, a que le cuereara lo que encontrara y le trajera esos cueros a Montevideo.
La necesidad de levantar el rancho y los corrales –que todos los alumnos repiten de memoria en las clases de secundaria– era la necesidad de poblar, y poblar era una necesidad política y militar para Artigas, porque necesitaba defender la frontera.
Hay que recordar que si bien hay un reparto de tierras, no había escasez de tierra, no es una reforma agraria en el sentido tradicional, reparto tierras porque están todas “en manos de”. La tierra abundaba. El Reglamento de tierras soluciona o busca solucionar otros problemas: afincar a la gente, hacerla más productiva, defender el territorio.
DS —La negociación termina zanjando el diferendo entre Fructuoso Rivera y los hacendados, llega a acuerdos y a partir de ahí evoluciona la historia.
AR —Claro, una negociación. Ojo, la evolución de esa negociación tampoco es lineal, cuando la revolución comienza muchos poseedores de tierras están con ella, pero a medida que hay una radicalización social y política la van abandonando. Al principio todos estaban de acuerdo con ella, es una manera de decir no a la autoridad española, es una manera de canalizar una queja política. Por eso, insisto, generalmente los problemas son económicos pero canalizan quejas y sensaciones globales que son importantes.
El historiador Alberto Zum Felde hizo una preciosa definición del levantamiento de 1811, la llamó la guerra al godo. Una página preciosa, muy bien escrita, en la que dice “guerra al godo”. “Ese grito sale del fondo de la espesura y a su conjuro abandona el indio la toldería, sale el gaucho de la espesura del monte. No sabe mucho, solo sabe que el godo les molesta, que el godo es la autoridad indebida”.
Esa queja indefinida, global, es canalizada por problemas económicos, sí, económicos puntuales, estaban rompiendo el monopolio español, estaban accediendo al libre comercio, estaban vendiendo sus cueros, teniendo la posibilidad de que sus cueros salieran a un mercado liderado por la potencia del momento, que era Inglaterra, y que circunstancialmente en ese momento era el apoyo militar de los españoles en lucha con los franceses. Era un enemigo letal y aletargado de las posesiones españolas que aspiraba al control del mercado y al control del Río de la Plata.









