EnPerspectiva.uy

Entrevista central, lunes 22 de enero: Ana Ribeiro

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

DS —Más allá de las reivindicaciones de la época que estás refiriendo, aquí en En Perspectiva hemos entrevistado a varios autoconvocados y hay claramente esa sensación de molestia contra el godo. El sentimiento es similar.

AR —Pienso lo mismo que tú. He estado escuchando, como todos, como todos en vacaciones, uno escucha los medios, no me he interiorizado mayormente en el hecho más que lo que ustedes mismos nos difunden. Y mi primera sensación es exactamente esa: aquí hay una queja de muchas otras cosas, que espero que el cuerpo político vea y procese como debe procesarse, no entendiendo que me están inculpando y por lo tanto esto es político en sentido negativo. Esto es político en el sentido más auténtico de la palabra: requerimos una solución a cosas que nos molestan. Y cuando entran a molestar, entra a molestar todo. La piedra en el zapato, la viga en el ojo, el reflejo del sol. Cuando las cosas entran a molestar la razón económica puede ser muy clara, pero todo entra en una bolsa de disconformidad. Entonces cuando alguno de los autoconvocados apelan a otras cosas y otros los mandan callar no vayan a creer que es contra el gobierno. Creo que se equivocan los autoconvocados, si hay un malestar general tienen que explicarlo y ojalá el cuerpo político entienda bien ese malestar general y se siente a negociar. Lo peor que nos podría pasar es que se tome esto en términos político-partidarios puros, que niegan la complejidad de la realidad.

RA —Empezamos marcando el momento inicial, en la época artiguista, pero después un segundo punto de este recorrido histórico que marca las diferencias campo-ciudad implica un resumen del resto del siglo XIX. Ahí tenemos muchos conflictos económicos siempre mezclados con conflictos políticos en los que aparecen esas diferencias. ¿Qué podemos mencionar de este punto en particular?

AR —Una vez que el país alcanza el estatuto de país independiente, la lucha ciudad-campo –simplificando muy grosso modo, reitero– es una lucha sede del aparato estatal-territorialidad. Es el territorio en su conjunto el que se resiste al aparato estatal, se resiste a ser dócil a él, a ser dominado por él. Esa es la gran pulseada de todo el siglo XIX, montar un poder nuevo donde había habido un poder que se destruyó, que era el poder colonial y la estructura colonial, y en su lugar montar otro orden. Pero ese otro orden precisaba un Estado fuerte y el Estado durante todo el siglo XIX fue débil. Entonces el surgimiento de la vida política, el enfrentamiento de las facciones, el no entender durante mucho tiempo que ese enfrentamiento político podía ser funcional a la vida republicana y a la vida democrática, entender que era lo contrario y que tenía que ahogarse a los partidos porque eran una mala cosa. Ese sindicato del gaucho en que se convirtió cada uno de los caudillos, el caudillo es el que expresa una queja generalizada del hombre que no llega a la puerta de la sede parlamentaria y que tiene que canalizarse de alguna forma. Y esa violencia en un momento en que cada vez que había un levantamiento medían fuerzas y el Estado no era más fuerte que el que tenía enfrente, no mientras todos tuvieran las mismas armas y la misma disponibilidad de caballos.

La modernización pasó por dotar al Estado de los elementos de control, a achicar un territorio que hoy puede parecernos muy pequeño e insistimos con la expresión “paisito”, pero este país es enorme si uno lo tiene que recorrer a caballo y si no hay puentes, los ríos se desbordan y no hay caminería adecuada. Entonces el Estado tuvo el control de la caminería, pudo llevar las fuerzas de represión a todos los rincones, tuvo celeridad, dispuso del telégrafo, dispuso del tren, dispuso de armas de fuego en mayor número que el enemigo. Esto se dio paulatinamente y a lo largo de los dos procesos de modernización, el primero durante el primer militarismo, el del siglo XIX, de Latorre, Santos y Tajes, y el segundo, el del período batllista, que es la gran modernización política y de las estructuras y de creación de un enclave urbano muy poderoso en un sistema político definitivamente establecido y fortalecido. Ese proceso de modernización le dio al Estado la posibilidad de decir “le doblé el brazo y controlo” al resto de la campaña. A partir de ahí uno podría decir que se volcó la ecuación. Primero era el campo el que asediaba a ese Estado débil, pero el Estado pasó a ser fuerte y se impuso en el resto del territorio.

Hay un libro precioso, Detrás de la ciudad, que escribió por Chiarino, a quien luego conocimos por su participación en la Unión Cívica y en la transición democrática, el señor que siempre decía “no tengo conocimiento”, hicimos un estereotipo popular de eso. Detrás de la ciudad es un libro verdaderamente de denuncia, muy rico de leer. La ciudad es una especie de biombo que oculta al campo, que no permite ver cuál es el drama de esa zona que es la netamente productiva y que canaliza hacia el puerto. Ese puerto que es importante y que es determinate en la historia del país, pero que solo recibe. El resto de las quejas tienen ese tenor. Diría que hubo un movimiento que cristalizó todas esas cosas, toda esa queja colectiva, general, y fueron las revoluciones saravistas del 97 y del 4.

***

Comentarios