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Entrevista central, lunes 22 de enero: Ana Ribeiro

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RA —Pasemos a las revoluciones de Aparicio Saravia en 1897 y 1904, que son rebeliones del campo.

AR —Del pobrerío rural, así se suele tipificar a aquellas medidas que modernizaron el campo: el alambrado, el afianzamiento de la propiedad privada, que expulsa muchísima mano de obra; la adopción del lanar como una producción nueva, con todo lo que eso implica, una modificación en la forma de trabajo; la aplicación del Código Rural en toda la campaña, por lo tanto el sometimiento a disciplina. Todo esto hace que a la larga, en dos décadas, el gaucho desaparezca.

Entonces se genera un pobrerío rural, hay una expulsión de un montón de mano de obra. Hay un mundo que muere y siente que muere, que se refleja en esas revoluciones de Saravia. Lo curioso es que tanto la del 97 como la del 4, acaudilladas por Saravia, son revoluciones en las que el que va está enojado, porque no entiende el toro refinado de raza que ha llegado y que hay que cuidar especialmente, no entiende el alambrado, no entiende el brete, no entiende la caminería, no entiende el tren, no entiende el telégrafo, ese hilo que habla, solo sabe que lo tiene que cortar y que allí hay un gesto de rebeldía. Sabe que lo han expulsado, sabe que lo han condenado a un pueblo de ratas.

Pero el que va a la cabeza es un poderoso estanciero, que llegó a tener casa en Melo con teléfono y que además era de origen brasileño. Con lo cual cumplía con el 68 %, que era el porcentaje de los dueños extranjeros de la tierra. Hay una paradoja increíble en la figura de Saravia, que lleva su propio enojo, que no es porque le vaya mal, él es un exitoso productor rural, entre período de guerra y período de guerra va a las ferias ganaderas, compra ganado especial, cruza, cuidando siempre que prime el pelo blanco en todo lo que compra, porque blanco era, pero cruza.

La queja de Saravia es: no hay representación proporcional con un espacio para la minoría. La queja de Saravia era política, la queja de la gente era global, existencial, “no comprendo este mundo que se termina, no me quiero someter a él”. Pasaban de una ganadería extensiva a una ganaría bajo los controles de la propiedad privada y la conexión inmediata del mercado uruguayo con el mercado internacional. Porque antes solo habíamos vendido cuero y tasajo a los limitados mercados que nos compraban tasajo, que eran el mercado español para la marinería y el soldado, que es el que tiene que comer lo que le dan, y el mercado brasileño para la esclavatura. El esclavo y el soldado son los que comen tasajo, el paladar porque sí no quería tasajo, no el paladar europeo. Entonces ampliamos el mercado cuando aparece, en el mismo año de Latorre, el barco frigorífico, empezamos a vender carne porque se la congela.

Si empezamos a vender carne había que cambiar la matriz productiva, porque ya no importa solo el cuero, importa que ese ganado lleve la mayor cantidad de peso posible. Así que hay que cuidar la pradera, hay que cuidar la cruza, hay que trabajar más, ya no es ganadería extensiva. Todo eso modifica la estructura social de la campaña y las revoluciones del 7 y del 4 son la queja del pobrerío rural con un estanciero a la cabeza. Eso no hay que olvidarlo nunca.

Por supuesto que tuvo una convocatoria muy grande, y acá, otra vez, se desluce ese límite, esa antípoda que falsamente hemos establecido para entendernos cuando hablamos de ciudad-campo. Porque mucho hijo de clase media alta acomodada de la ciudad y mucho hijo de poderoso doctor de la ciudad se sintió convocado por la rebelión y se fue a pelear a la revolución. Entre ellos Herrera, para nombrar alguien bien connotado, que supo ponerse bombacha, que supo verse lleno de piojos en medio de la campaña y que luego supo escribir Por la patria, un voluminoso libro en el cual cuenta esa realidad social.

RA —¿Ahí ya no era campo-ciudad, era Montevideo-interior?

AR —Como quieras llamarlo, qué sé yo. Era una queja del campo muy notoria y había gente en la ciudad que entendía y que se sumaba, había una mezcla de “acá hay un partido de gobierno y hay una oposición que no tiene representación”. Creo que el quid de las revoluciones saravistas, bajo la apariencia de la tradición, es de una enorme modernidad política, es el reclamo del papel de la minoría. La mayoría puede ser una mayoría absoluta y por lo tanto muy dictatorial y muy omnipresente; el grado de salud de una democracia siempre es su minoría, cómo está, cómo se la considera y cómo se la respeta. Las revoluciones saravistas buscaban el papel de la minoría. Pero era un mundo que no estaba destinado a permanecer, la renuencia de Saravia a entrar en la ciudad era porque quizás su proyecto no tenía fuerza para montar una cosa alternativa a lo que se estaba viniendo. El batllismo sí tenía un proyecto muy fuerte. Saravia tenía una fuera simbólica enorme, esa fuerza del llano, que siempre ha sido el fuerte del Partido Nacional.

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