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Entrevista central, miércoles 10 de agosto: María Julia Burgueño y Rodolfo González Rissotto

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EC —En torno a la defensa de Paysandú, en 1864, se puede marcar un quiebre en la evolución del partido.

RG —Yo ubico como un quiebre de 1830 a 1865, lo que denomino la lucha por la consagración de la independencia nacional. Se obtuvo, se declaró, pero había que consagrarla. Durante todo este lapso vimos la amenaza de unitarios por un lado, tal vez federales por otro, de brasileños, de imperiales europeos. Entonces todo este período, de 1830 a 1865, hasta el sitio y la muerte de los defensores de Paysandú –porque no solo fue ejecutado Leandro Gómez, sino también otra serie de personas que estuvieron luchando con él y después se hizo una matanza de los sobrevivientes–, marca para mí el fin de una etapa, porque por sobre la sangre de los defensores de Paysandú ya no va a haber más intervenciones militares en el territorio oriental. Se terminó, fue demasiado grande, demasiado terrible y la sociedad ya no estuvo dispuesta a soportar otra agresión como esa.

EC —¿Y cuál es la seña de identidad del período que empieza en el 65?

RG —La seña de identidad son las luchas contra un gobierno que era exclusivista, un gobierno de divisa. Desde ahí hasta 1919 se buscó la consagración de la coparticipación, el derecho de todos los partidos a estar representados en el Parlamento y en otro tipo de organizaciones. También la lucha por las garantías electorales, que hubiera un padrón electoral confiable, que hubiera voto secreto, que hubiera representación proporcional. En la década de 1870 vamos a ver, la revolución de las lanzas con Timoteo Aparicio, vamos a ver también el accionar del joven mártir Francisco Lavandeira, que cae defendiendo las urnas muy cerca de aquí, en la plaza Matriz. Vamos a ver la lucha de Aparicio Saravia y la cantidad de gente que lo acompañó luchando por la modernización política, la cual el gobierno, que tenía las mayorías, se negaba a dar, y que va a culminar en el año 1916 con la Constituyente pero se plasma en una Constitución que entró a regir el 1.º de marzo del año 1919. En ese período el énfasis del partido está dado básicamente por la lucha por asegurar la coparticipación, las garantías electorales y la modernización política, en el sentido de que los orientales todos tenemos que ser incluidos y que no puede ser que por razones de ideas quedaran segmentos importantes de la población excluidos. Una política antiexclusivista.

EC —Esas luchas tienen como uno de sus protagonistas a Aparicio Saravia.

RG —Y a Timoteo Aparicio, no hay que olvidarlo.

EC —Justamente, ¿es Aparicio Saravia la principal referencia, el principal caudillo, el nombre más importante en la historia del Partido Nacional? ¿Por qué tiene tanto encanto su nombre, su gesta? ¿Por qué se lo reivindica con tanta insistencia, con tanta emoción?

RG —Uno fue el fundador, Oribe; Aparicio fue, es y sigue siendo tomado como el ejemplo de las luchas por las libertades públicas. Cada vez que el país estuvo amenazado o que hubo dictadura la figura que se alzó fue la de Saravia. En la etapa de la dictadura la gente ponía los pegotines, que eran el símbolo de la lucha por las libertades. Va a aparecer siempre, porque es una figura perenne, eterna, el principio por el cual se lucha.

MJB —Ahí también tenemos que recordar el contexto histórico que se está viviendo entre fines del siglo XIX y principios del XX. Un Uruguay convulsionado, que está en continuo pie de guerra, un Uruguay que está afirmando ciertos principios que la Constitución de 1919, la Asamblea Constituyente del 16 va a proponer. Aparicio Saravia es el iniciador y la figura de la campaña, la figura del oriental, a pesar de ser abrasilerado y fronterizo, pero la figura de la campaña que dice desde la población “las cosas hay que cambiarlas”. En ese contexto, en un período bélico, el Partido Nacional, con la divisa blanca y el Partido Blanco con Aparicio Saravia, entendió que la mejor respuesta era por medio de la guerra, de la lucha armada en las distintas revoluciones iniciadas, pero luego, a partir de 1916, de esa asamblea, es con las urnas, con la Constitución. Porque además la Constitución de 1830 era muy limitada y había que reformarla, porque el país era otro.

EC —En el siglo XIX, aparte de Oribe, los blancos tuvieron dos presidentes constitucionales más, Francisco Giró y Bernardo Berro. A partir de ese año 1865, que Rodolfo ubicaba como un mojón, pasaría casi un siglo, 93 años, para que los blancos volvieran a encabezar el gobierno. ¿Cómo marca al Partido Nacional esa circunstancia?

RG —Lo marca muy decisivamente, porque le da una textura para resistir. No olvidemos que había habido un gobierno de divisa, una guerra, después 15 años de militarismo, y cuando el país elimina el militarismo en el siglo XIX vive un gobierno en el que el presidente es elegido por la Asamblea General, en el que no hay garantías de sufragio, no hay voto secreto. Incluso después de la elección de la Constituyente con voto secreto que le dio la mayoría a la oposición, los legisladores del batllismo se niegan a mantener el voto secreto y reinstalan el voto público. Había un temor de perder posiciones. Pero a su vez, eso les daba fuerza a los opositores, al nacionalismo, porque sentían que ahí radicaban los principios, ahí estaba la verdad de sus ideas y la causa que defendían, que era ni más ni menos que el derecho de todos a estar representados y de todos a elegir en igualdad de condiciones. Se afirma y crea una musculatura, es un valor que se instala en el ideario blanco.

Después se establece una coparticipación de 1919 a 1933. En ese lapso, en el Senado hubo muchos períodos en que hubo mayoría de senadores blancos. Hay una asamblea muy ilustrativa: el presidente Serrato, el presidente del Consejo Nacional de Administración es Luis Alberto de Herrera, el presidente del Senado es blanco y el presidente de la Cámara de Diputados es blanco, Rodríguez Larreta. Entonces uno encuentra ese panorama, había una coparticipación y se había logrado realmente la inserción, la inclusión de toda la sociedad. No solo de los blancos, porque esa representación también significó la posibilidad de que las otras minorías, como el Partido Socialista primero, la Unión Cívica o el Partido Católico, también participaran, porque todos representaban segmentos de la opinión. Pero esa lucha les dio una firmeza ideológica y emocional muy fuerte que les permitió sobrevivir a muchos años sin ocupar la Presidencia de la República.

EC —Recién en las elecciones de 1958 se volvería al gobierno.

RG —Se volvería a la plenitud del gobierno.

EC —Dos períodos.

RG —Dos períodos, terminando el período activo de Luis Alberto de Herrera, que fue una figura inmensa del Partido Nacional y también para la nación, porque gracias a él no tenemos bases en el Uruguay. Si se hubiera hecho caso a las negociaciones del gobierno de Baldomir y al Partido Comunista y al Partido Socialista, que sostenían que tenía que haber bases, hoy en Uruguay habría bases militares norteamericanas. Es un aspecto muy importante a tener en cuenta. Y toda la prédica de Herrera de modernizar el partido, de dejar las guerras y pasar a votar. Es eso, “inscribirse no es votar”. Fue tan importante porque no había garantía en las elecciones, ¿qué garantía se puede tener cuando el voto era público, cuando se veía lo que votaba la gente? No se tenía ninguna garantía, y era esencial dar fe, dar confianza en las garantías del sufragio. Herrera cubre toda una etapa, y cuando se logra se abre otra etapa, los gobiernos, la nueva modernización, primero con Fernández Crespo y después con Wilson Ferreira.

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