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Entrevista central, miércoles 10 de mayo: Cristina Muñoz

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EC —Ese subconcepto es vital, muy importante.

CM —Efectivamente, y creérnoslo de verdad. Todo el mundo participa de la idea de que hay que dar participación, protagonismo, empoderamiento incluso a la persona mayor, pero luego muchas veces no lo ponemos en práctica.

EC —Me recuerda una frase que vi en los antecedentes de una charla que dio José Carlos Bermejo, el director del Centro Asistencial San Camilo: “Queremos que la palabra y el compromiso por humanizar no evoquen un salpicón de iniciativas buenistas que maquillen la asistencia sanitaria. Hay iniciativas que colorean, pero esperamos que humanizar implique el compromiso ético con la vulnerabilidad para construir salud, aliviar el sufrimiento y acompañar en el final de la vida”. ¿Qué pasa? ¿Está el riesgo de que en esto de la humanización haya una especie de superficialidad, de frivolidad?

CM —Creo que todos los oyentes que nos están escuchando estarán de acuerdo en que nos viene bien humanizar. A lo mejor en otros temas podríamos estar en discrepancias, pero todo el mundo está de acuerdo en que humanizar es un bien, por lo tanto es fácil que para un gobierno, para una empresa de servicios públicos o privados, esto pueda ser casi un elemento de venta y de comercialización: qué bueno esta entidad promueve la humanización. Pero es importante tomar este tema con responsabilidad y desarrollar de verdad iniciativas que tengan un calado, que tengan un recorrido y que además afecten a todos los interlocutores, no solo lo que es directamente la atención al paciente, sino también cómo estamos cuidando a los profesionales, cómo estamos cuidando las estructuras y cómo estamos repensando los procesos de trabajo que muchas veces son entorpecedores.

EC —¿Algún ejemplo?

CM —En España nos ocurre, tenemos un sistema de atención a personas dependientes en que la persona dependiente tiene que cubrir tanto proceso administrativo para recibir un servicio que muchas personas se quedan a medio camino. Cuando precisamente estamos queriendo responder a personas dependientes tendremos que establecer procesos en que una persona dependiente pueda acceder al servicio. En ocasiones hemos diseñado mal los trámites burocráticos, y lo único que estamos haciendo es entorpecer, cuando en verdad tendrían que ser facilitadores de un sistema organizado. Es lógico, son sistemas complejos, pero a veces da la impresión de que hay un intento oculto de que haya población que no acceda a los servicios. Yo hasta sospecho si lo que estamos queriendo a veces con estos procedimientos es quitarnos de encima a algunas personas para reducir la demanda, en lugar de facilitar desde un enfoque de organización. Creo que tenemos el reto de repensar de verdad este tipo de cosas y no solo poner en la puerta de nuestro centro que somos un centro muy humanizado.

EC —Lo que voy a comentar ahora no tiene que ver con un centro, un residencial de personas mayores, pero sí con instancias que pueden tocarles vivir a los adultos mayores: el CTI. Vuelvo a la charla de José Carlos Bermejo, él citaba un ejemplo: “en algunos centros de salud está impulsándose que sus unidades de cuidados intensivos abran sus puertas, que sean más abiertas, que los CTI sean más abiertos, para que los familiares de las personas que están internadas puedan tener mayor contacto con sus seres queridos y no queden ‘secuestrados’ dentro de las salas de CTI”. ¿Qué importancia le asignan, cómo están considerando esta parte de la atención de salud?

CM —Creo que hay normas en los centros que ya no sabemos por qué las pusimos. Una de ellas es lo que tiene que ver con la apertura, con la participación, con los horarios de visita. Vivimos a la familia como personas que vienen a cuestionar el trabajo que estamos haciendo o a molestarnos, y en ocasiones vamos los profesionales por los pasillos –como decía alguno de los oyentes– hablando de nuestras cosas y molestando la paz o el silencio que necesita un paciente para descansar, aunque no sea mitad de la noche.

EC —Ese mensaje hablaba de los ruidos que se producen al comienzo de la mañana en los cambios de turno con conversaciones a alto volumen sobre temas personales en los corredores, etcétera.

CM —Efectivamente, vivimos como si los profesionales estuviéramos en nuestra casa y podemos entrar y salir, entrar en las habitaciones sin llamar a la puerta, si uno no va con el celular va conversando con el compañero sobre lo que hizo la noche anterior en lugar de pensar que estamos en la casa temporal, pero la casa, de ese paciente, donde naturalmente tiene cabida la familia. ¿Por qué no puede entrar la familia? ¿Por qué no pueden entrar los niños en los hospitales? Es más, en nuestro centro estamos haciendo la experiencia de admitir la entrada a las mascotas. Tenemos algún paciente que está ingresado con su mascota, porque a lo mejor es la principal compañía que puede tener en ese momento de su vida.

EC —Todo un tema el de la mascota.

CM —Sí, pero al final tiene que ver con eso de ablandarse que decíamos, que perdamos ese miedo a flexibilizar algunos conceptos que ya no sabemos por qué los tenemos.

EC —¿En un CTI se puede flexibilizar tanto? ¿No hay de por medio el riesgo de contagios, etcétera?

CM —Sí, naturalmente hay que valorar algunas cosas.

EC —Se supone que son pacientes, esos sí, enormemente vulnerables.

CM —Sí, hay que buscar el momento, no estoy diciendo con esto de pasarnos al otro extremo. De pronto tener el concepto de abrir las puertas de un servicio de ese tipo como pensamiento de fondo, luego hay que ir buscando cómo se va organizando eso. Ha habido experiencias en que al abrir las puertas de un servicio de cuidados intensivos viene demasiada familia, unas familias pueden molestar a otros pacientes. Todas estas cuestiones hay que acompañarlas, no se trata solo de la iniciativa de abrir unas puertas de un servicio o de pronto decir que pueden entrar niños, puede entrar una mascota, sino de ir individualizando la atención. El problema que tenemos es que masificamos la atención en lugar de pensar de manera individual qué es lo que necesita cada persona.

EC —Ese es otro concepto, la personalización.

CM —Efectivamente, hacemos un enfoque muy globalizado, que es necesario para poder organizarnos, pero también hace falta la capacidad de ser flexibles para situaciones concretas.

EC —¿Y del lado del paciente hay algo por hacer? Porque en esta conferencia de la que yo tomaba esas expresiones de José Carlos Bermejo también habló Francesc Torralba, doctor en Filosofía, y él decía que, aunque está claro que los trabajadores de la salud tienen deberes, los propios pacientes tienen sus propios deberes con el centro al que asisten. ¿De qué estaríamos hablando en este caso?

CM —Creo que estamos dejando lo que era el modelo tradicional, en el cual el profesional de la salud, encabezado por el médico, tenía un rol en cierto modo como si fuera el padre, ese estilo paternalista en el que el médico y el profesional se colocaban en una posición de poder y el paciente –como su nombre lo indica–, pacientemente, tenía que esperar y simplemente tomar nota de las indicaciones que le hacían los profesionales de la salud. Estamos en un momento de cambio de paradigma en que la ciudadanía va pidiendo más participación en general, en todos los ámbitos, y también en la salud, y los profesionales nos estamos abajando en ese rol de poder para entablar relaciones, que siguen siendo asimétricas, pero que ya son más horizontales.

Creo que la población tiene también la responsabilidad de hacerse cargo de su propia salud y acudir a los servicios de salud con esa posición constructiva, en que demanda una atención adecuada, pero también se compromete con el cuidado de su propia salud, con la relación terapéutica en la que una buena relación también se da cuando dos así lo quieren. En ocasiones hay también profesionales de la salud que son casi casi agredidos en la comunicación por los pacientes, por las familias que reclaman casi de los profesionales algo que está en manos de las dos partes.

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