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Entrevista central, miércoles 21 de junio: Rafael Mandressi

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EC —Otro dato de estas elecciones legislativas: Macron tuvo este apoyo fulminante, pero la votación estuvo pautada por una abstención récord, de más del 56 %. ¿Cómo se explica esa otra parte del comportamiento del electorado?

RM —Sí, la abstención en este caso fue muy alta y fue un récord. Pero la tasa de abstención en las elecciones legislativas francesas siempre es bastante alta y en todo caso más alta que en las presidenciales, precisamente porque la elección madre es la elección presidencial, y una vez que eso está resuelto mucha gente dice “está, el presidente va a tener su mayoría, pasemos a otra cosa”, y no sigue movilizada como para ir a votar en la fase siguiente, que son las legislativas.

De todos modos, el porcentaje de abstención esta vez plantea una serie de posibilidades de análisis. Muchos dirigentes opositores a Macron han cuestionado su legitimidad en el fondo, por lo menos su plena legitimidad, para aplicar su programa de manera integral en la medida en que, sostienen, no goza del apoyo de la mayoría de los franceses. Lo cual es cierto, pero siempre fue cierto, hasta ahora, y también es cierto para los propios opositores, porque no fueron solamente los macronistas lo que se abstuvieron, es un fenómeno que concierne a todos los partidos. De todas maneras, reclaman, en buena medida, una reflexión sobre reformas posibles dentro del sistema institucional francés, que por lo pronto Macron ha prometido. Por ejemplo, reducir el número de diputados de los 577 actuales a 450, tal vez un poco menos, y sobre todo introducir lo que llaman una dosis de representación proporcional: no abandonar el sistema mayoritario y pasar a un sistema de representación proporcional integral, pero sí que un número determinado de bancas se atribuyan por el sistema proporcional, de manera de asegurar que todo el espectro de opinión política del país esté presente, por lo menos en el Parlamento.

Esas son algunas de las ideas que han estado circulando para contribuir a motivar la participación electoral de los franceses. No estoy seguro de que la cosa vaya por allí, creo que sobre todo tiene que ver con el estilo de hacer política y el estilo de gobernar y en buena medida también con los resultados. El dato más importante en esa materia, se me ocurre, es la renovación del personal político, porque lo que hay de manera muy extendida es un cansancio, un hartazgo de la población de ver siempre a los mismos que durante décadas a veces están presentes en el Parlamento, en las alcaldías, en los ministerios, abrir ese mundo, hacerlo estallar en cierta medida. Cosa que en una proporción muy significativa es lo que ha estado pasando en los últimos meses y lo que terminó de consagrarse con las elecciones del domingo pasado.

EC —Macron se movió de manera tal de promover la renovación, de atender aparentemente ese fastidio. Formó una comisión ad hoc encargada de analizar miles de currículos que eran subidos por ciudadanos interesados a una plataforma web. Hubo un llamado a ciudadanos interesados en ser parlamentarios, mandaron los currículos, esa comisión los analizó y en función de ese examen se armaron las listas. Fue como una selección de personal de una empresa. ¿Podemos dar algún otro detalle?

RM —Sí, fue exactamente así. Antes de eso, tal vez un número para graficar la magnitud de la renovación. De los 577 diputados de la Cámara, actualmente recién elegidos, el 75 %, las tres cuartas partes, son nuevos. Nunca se había dado un fenómeno semejante, y eso no se debe solamente, por supuesto, dada la magnitud del fenómeno, al grupo de Macron, pero su contribución es la más masiva.

EC —El 52 % de los seleccionados por el movimiento de Macron para ser candidatos nunca habían ocupado cargos políticos.

RM —Esa era una promesa de campaña, él había prometido que los candidatos a las elecciones legislativas de su movimiento por un lado iban a estar divididos en dos mitades: por lo menos una mitad –si se puede más se verá, pero por lo menos una mitad–, gente que no tuviera ningún mandato electivo en su haber, gente proveniente de la sociedad civil, y por otro lado, la mitad mujeres. O sea que esta Asamblea también va a tener el récord de representación femenina en la historia de Francia, 38 %. Y también va a ser la Asamblea más joven de la historia de Francia, con un promedio de edad de 38 años.

Todo eso debido a esa intención que después, en la mecánica del asunto, se tradujo en el sistema que describías recién: se abrió una convocatoria para que todo ciudadano interesado en implicarse en la militancia política y en una candidatura a las elecciones legislativas enviara su currículo. Miles de iniciativas personales y de currículos que fueron enviados fueron analizados por la llamada Comisión de Investidura, que atendió una serie de criterios para hacer la selección. De allí resultó esta ligera mayoría, algo más de la mitad de los candidatos totalmente desconocidos en la actividad política y en la esfera pública en general. Es un procedimiento de tipo empresarial, una suerte de dirección de recursos humanos.

EC —¿Conocías antecedentes de procesos de este tipo en partidos políticos, por lo menos europeos?

RM —No, es la primera vez. En Francia estoy seguro de que es la primera vez, y por lo pronto yo nunca había tenido noticia de algo similar en ningún otro lugar. Las carreras políticas en general son como ocurre en Uruguay, una serie de escalones que se van subiendo a partir de una militancia muy de base y después siendo asesor de Tal, después edil y después diputado, senador, quizás ministro, etcétera. Creo que esta especie de catapulta que de la noche a la mañana coloca a cientos de personas que vienen de la nada en el Poder Legislativo no tiene antecedentes, por lo menos yo no los conozco.

EC —Y es muy interesante la fórmula, porque el hecho de que Macron hubiera creado un movimiento político con una escasa antigüedad de algún modo le iba a complicar las cosas a la hora de armar las listas. Podía eventualmente incorporar dirigentes que vinieran de otros partidos que se le acercaran, pero iba a enfrentarse a la necesidad de improvisar, de poner gente nueva. En vez de dejarlo librado al azar o a las negociaciones locales de Fulano con Mengano, hizo esta apertura en la que él y su equipo tomaron el control de a quiénes se incorporaba como candidatos.

RM —Sí, en una cosa que es muy característica del modo de funcionar de Macron antes de ganar las elecciones y en las semanas que lleva en la presidencia. Es una combinación muy sutil y equilibrada de verticalidad y al mismo tiempo horizontalidad. Es decir, abrimos todos, pero el que manda es el que está en el vértice, y de allí baja todo lo demás. El proceder de esta manera con la constitución de las candidaturas a la elección parlamentaria consolidó muy hábilmente lo que él mismo personalmente quiso representar. Él como candidato quiso representar una cosa nueva, joven, distinta, no comprometida con los aparatos partidarios, etcétera. Con lo cual estaba se presentaba la dificultad: ¿con quién alrededor?, ¿qué viene después? Y la manera de resolver ese después resultó coherente con la imagen que él quiso proyectar y que resultó muy exitosa, porque en el fondo es una de las principales claves de su éxito.

Precisamente, al haber esa situación de hartazgo, de película repetida, de caras conocidas y de discursos más o menos formateados desde siempre, propuso una oferta muy audaz. Y muy audaz en términos ideológicos también, en el sentido siguiente: frente a esa situación hay un espacio, que es el espacio del descontento y del rechazo generalizado. Lo que habíamos visto en los últimos tiempos en distintos lugares era que ese espacio lo ocupaban movimientos más bien nacionalistas, más bien proteccionistas, incluso xenófobos, y en el caso de Europa, contrarios, opositores a la integración europea, etcétera. Con lo que parecía ser ese el discurso dominante en la búsqueda de superación de un sistema político que se percibía como esclerosado.

Este señor hizo exactamente lo contrario: no hay que tener vergüenza de ser liberal en economía, de ser progresista en términos de nueva agenda de derechos, de ser europeísta, de ser proglobalización, de tener un discurso que casi se había transformado en un discurso a vergonzante en muchos políticos por miedo a que se les fueran electores hacia la extrema derecha. Lo que hizo Macron fue asumir. Y al hacer eso, y al sacar réditos y ser exitoso ese mecanismo, terminó demostrando que en definitiva la renovación o la limpieza del paisaje político no necesariamente tiene un solo signo, que la demanda principal no es ir hacia la extrema derecha, sino que la demanda principal es “ofrézcanos otra cosa”. Y con una gran habilidad, que hay que reconocerle, este señor de 39 años, con pinta de primero de la clase, se fumó en pipa a todo el sistema político francés.

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