
EC —Es una buena sugerencia para el público joven, por ejemplo.
ME —Exactamente.
EC —Es una forma de entrarle a el Quijote desde distintas edades.
ME —Sí, que así como le entraron a Matrix, como vieron toda la secuencia de Matrix, como ven Game of Thrones, le entren a el Quijote.
EC —Débora, tú como profesora de Literatura tenés tu propia experiencia en ese sentido.
DQ —Y es fascinante. Me gustaría definir la novela como una novela de diálogos, que se producen entre Sancho Panza y don Quijote, entre estereotipos tan opuestos: el caballero y su escudero, la locura y la cordura, el señorito hidalgo y el campesino rústico, campechano, con esos dichos populares, y don Quijote intenta explicarle el mundo con los libros que ha leído. Es interesante cómo logra ese relato tan cautivante a partir de estos estereotipos tan opuestos.
ME —Ese es otro gran invento de la novela moderna y de Cervantes, ese binomio, escudero-caballero, amo-siervo, leído e ignorante…
EC —…soñador y realista…
ME —…el sentido común campesino y prosaico ante el hidalgo soñador que ha leído mucho. Pero a su vez se va desarrollando una relación perfecta a lo largo de toda la obra, cada vez más entrañable, son amigos. En los capítulos donde está en la casa de los duques, que le arman todo al Quijote para que ya no tenga que imaginarse nada, sino que lo tratan como a un caballero, por allá la duquesa en una parte le pregunta a Sancho por qué lo sigue, y Sancho le dice: “Es que yo lo quiero como a las telas de mi corazón”. Es una expresión formidable, de extremado cariño, pero ya a lo largo de muchos capítulos.
DQ —O sea que cada día cabalga mejor.
ME —Sí; la permanencia para mí está dada en la complejidad misma de la obra; como dijo un ensayista, es una historia sencilla y compleja a la vez. La sencillez está en la historia en sí misma y la complejidad, en que todavía estamos hablando de ella.
DQ —Yendo a tu vínculo con Cervantes, en el 2003 publicaste el ensayo Don Quijote a la cancha, que más bien era una interpretación, más que un homenaje, y se alejaba de lo solemne. Y después pasaste a la ficción, como fue el caso de El retorno de don Quijote, caballero de los galgos, en el 2005, obra con la que ganaste el Bartolomé Hidalgo. Y acá, a diferencia de el Quijote apócrifo, ¿planteabas continuar la historia a partir de una relectura?
ME —Sí, porque lo único que no me gustó de la novela de Cervantes, que le cuestioné, es ese final tan abrupto: en pocos párrafos el tipo hace testamento, renuncia a todo lo que hizo, a todo lo que leyó, condena las novelas de caballería, se confiesa con el cura, se despide de sus amigos y se muere.
Después comprendí por qué lo hacía. En la primera lectura entera que hice de el Quijote eso me dejó muy enojado, enfadado, dirían los españoles. Pero después me di cuenta de que él también se estaba muriendo; además tenía que matarlo porque le había salido el falso un año antes. Estaría muy enojado, ¿quién era?, nunca supo quién era Alonso Fernández, sospechaba, pero aún hoy no sabemos quién era el apócrifo. Hay varias teorías, pero no sabemos.









